Tres semanas habían pasado desde aquel incidente. Un mes desde que había llegado a vivir con Pablo. Las cosas entre ambos estaban tensas. Pocas habían sido las palabras que habían compartido desde aquel entonces, quizás, solo las necesarias.
Amelia y María habían estado yendo a visitarla de forma recurrente, al igual que Ángel, con quien ya se había hecho buena amiga. Los tres habían notado que las cosas allí no estaban muy bien. En ocasiones, cuando alguno de los tres estaba ahí y Pablo llegaba, notaban la forma en la que la miraba, con tristeza, con culpa. Ella por su parte, se dedicaba a ignorarlo, ni siquiera hablaban como antes hacían.
Pablo se sentía al límite de sus fuerzas. Buscaba la forma de que la situación no le afectara en su trabajo pero era imposible. Cuando recordaba todo lo que había ocurrido, se sentía como la misma mierda, todo había sido su culpa, por no poder retenerse cuando debió hacerlo. Ella necesitaba paciencia, que la entendieran, y llegaba él a hostigarla, a hacerla recaer de aquella forma. Ya no tenía esa luz que había intentado adquirir los primeros días. Ahora había vuelto a ser aquella chica que vio por primera vez en la universidad. Estaba alerta todo el tiempo, las pesadillas no la habían abandonado ninguna noche, sin embargo, ya no se acercaba, temía que al hacerlo las cosas empeoraran. Le dolía como el infierno escucharla gritar así y no poder hacer nada para evitarlo.
Todo se había vuelto tan monótono y gris para ambos, que ya no sabían si lo correcto era que estuviesen bajo el mismo techo. No había vuelto a comer como antes, parecía delgada, ojerosa, temía que en cualquier momento algo malo le ocurriera.
―Por lo que veo las cosas no han mejorado ―afirmó Abel―. Entonces sí fue malo lo que hiciste.
―Nunca le había gritado ―dijo Pablo con la vista perdida―, no sé por qué demonios lo hice.
Ángel, Abel y Carlo estaban ahí con él, brindándole todo su apoyo. Los tres lo notaron diferente, ausente, su alma parecía estar a muchos pasos de allí, en donde se encontraba la dueña de sus pensamientos, de su ser.
―Ella no se queda atrás ―comentó Ángel―. Solía hablar conmigo bastante, se reía sin penas. Somos amigos, pero no es igual. ¿No crees que no sea sano que estén viviendo juntos?
El miedo comenzó a apoderarse de su ser.
―N-no puede irse, no puede. Conmigo está más segura que en cualquier otro lado. Ese desgraciado no debe sospechar de donde se encuentra.
―Eso es lo que ustedes creen ―dije Carlo―. ¡Vamos, chicos! ―exclamó mirándolos a todos―, si es tan poderoso como dicen ya debe tenerla vigilada, seguramente está esperando el momento adecuado para actuar. No obstante, lo que Ángel dice puede que sea cierto.
Pablo sintió un sudor helado recorrerlo. Lo miró con ojos desorbitados.
―¿T-tú crees? ―Carlo asintió―. Pero... su seguridad es lo más importante.
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El silencio de sus ojos © (#Wattys 2019)
RomansaPablo ha vivido toda su vida sumido en una oscuridad absoluta, con un pasado poco agradable de recordar y difícil de superar, viviendo en un mundo en el cual, quizás, no tenga oportunidad de avanzar. Por cosas del destino, su mirada se cruza co...