El corazón de Pablo latía desbocado en su pecho. Se encontraba ansioso, sintiendo como en cualquier momento podría desfallecer justo ahí, enfrente de todos. Cuando Betsabé puso un pie dentro del pequeño lugar, Pablo supo que las cosas a partir de allí iban a ser diferentes para ambos. No tenía claro si era algo bueno lo que estaba ocurriendo o si simplemente era un error, no obstante, para él lo único importante era saberla a salvo a su lado. Betsabé observaba todo con mucho interés. Para Pablo no pasó desapercibido el brillo anhelante en sus ojos.
―Tienes todo muy limpio ―comentó Amelia rozando con la punta de sus dedos el pequeño mueble que había en la sala.
―Tengo esa costumbre ―dijo Pablo―. A veces no me da mucho tiempo, pero en cuanto estoy libre limpio todo un poco.
Ángel se carcajeó sonoramente.
―¿Debo recordarte lo que me pediste el otro día?
Pablo parpadeó.
―No me jodas, Ángel. ―Golpeó su hombro―. No estás aquí para que hables mal de mí.
Los presentes se rieron. Pablo sintió su alma iluminarse cuando Betsabé intentó sonreír pareciendo más animada. Amelia y Ángel caminaron hasta entrar en la pequeña cocina, dejándolos así completamente solos.
Pablo no perdió el tiempo y se acercó a Betsabé.
―¿Quieres descansar? Recuerda que no debes hacer muchos esfuerzos.
―Me siento bien. ―Rodó sus ojos―. No te preocupes.
Pablo besó su frente.
―¿Qué te parece? ―le preguntó señalando lo que los rodeaba.
Betsabé había quedado impresionada ―al igual que Amelia― cuando entró al pequeño lugar y vio cuan ordenado y limpio lucía todo. Era pequeño, sí, pero también era bastante acogedor, y debía añadir que cada vez que respiraba era capaz de sentir como la loción varonil de Pablo se colaba por sus fosas nasales.
―Es todo muy bonito. ¿Desde cuándo vives aquí?
Pablo sobó su cuello.
―Yo... diría que hace bastante tiempo ―Rio apenado―, pero no recuerdo exactamente cuándo.
―No hay problema ―dijo Betsabé. Miró hacia la cocina―. Parece como si se conocieran de hace algún tiempo. ―Señaló hacia donde se encontraba Amelia junto al amigo de Pablo.
Pablo observó el lugar donde se encontraban y la forma en la que hablaban con mucha confianza.
―¿Tú crees?
Betsabé asintió.
―O simplemente puede que esté equivocada.
Ambos se quedaron en silencio, justamente cuando Amelia salía de la cocina con sus mejillas sonrojadas. Buscó a Betsabé con la mirada.
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El silencio de sus ojos © (#Wattys 2019)
RomancePablo ha vivido toda su vida sumido en una oscuridad absoluta, con un pasado poco agradable de recordar y difícil de superar, viviendo en un mundo en el cual, quizás, no tenga oportunidad de avanzar. Por cosas del destino, su mirada se cruza co...