Capítulo 24

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Helsey - Sorry

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Helsey - Sorry

El sol matutino sobre su piel se sentía como una experiencia purificadora. Desde hacía varios días no había podido salir y eso la hacía sentirse un tanto inútil. Ese jueves por la mañana, Amelia llegó temprano encontrándose a Pablo justo a punto de irse a trabajar. Nunca la había visto más animada que esa mañana cuando llegó con una muda deportiva para Betsabé y un par de termos.

―¿Qué es esto? ―preguntó, sosteniendo la bolsa entre sus manos.

Amelia puso sus ojos en blanco.

―Vamos a una fiesta de disfraces a las seis de la mañana, Bess. ―El sarcasmo fue evidente en su tono de voz―. Es obvio cual es nuestro plan de esta mañana.

―Sabes que no soy amante del deporte.

Amelia resopló, y puso sus manos sobre su cintura. Iba envuelta en un conjunto deportivo que resaltaba sus curvas y aquel cuerpo de infarto que tenía. Su cabello rubio iba recogido en una coleta con uno que otro mechón suelto.

―Es buena idea que vayas, amor ―intervino Pablo, terminando de guardar algunas de sus cosas, pues luego de salir de trabajar tenía una clase―, así logras relajarte y demás. Yo debo irme ahora o se me hará tarde. ―Se guindó su mochila, y se acercó a Betsabé para despedirse. Cuando la tuvo enfrente, no supo exactamente que hacer por lo que optó por dejar un tímido beso en su mejilla―. Nos vemos más tarde, cuídate. Adiós, Amelia. No duden en llamarme si necesitan algo ―dijo sobre su hombro.

Betsabé le brindó una sonrisa.

―Ve con cuidado.

Cuarenta minutos después, se sentaron sobre una banca a descansar. Por primera vez en muchos días pudo sentirse viva, que su cuerpo no había sido inmovilizado. Le hacía falta salir así como ese día, el único problema era que su cuerpo no había estado cien por ciento dispuesto.

Dio grandes sorbos de agua. Con su cuerpo sudoroso, a causa de las carreras que pudieron echar, anheló haber podido compartir aquel momento tan sereno con él.

Pablo.

Era imposible sacarlo de su cabeza. A cada minuto del día lo evocaba. Ansiaba con todas las fuerzas de su ser que las cosas para ambos fuesen distintas, que no tuvieran tantos demonios acechándolos.

―Oye, lo de hace un rato... ―inició Amelia―. ¿Cómo van las cosas entre ustedes?

Era obvio que iba a hacer esa pregunta.

―Pues... bien.

Amelia entrecerró los ojos en su dirección.

―¿Por qué será que no te creo?

Cerró sus ojos, sabiendo que a su amiga nada se le escapaba, pero, en cierta forma, necesitaba alguien con quien hablar y quien mejor que ella para hacerlo.

El silencio de sus ojos © (#Wattys 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora