Capítulo 29

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Pablo se alejó completamente azorado de Jessica

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Pablo se alejó completamente azorado de Jessica. Su cuerpo sudoroso, su piel cosquilleaba de una forma molesta. Nada se había sentido más bajo... más vil. Era como si se hubiese engañado a sí mismo, aun sabiendo que había sido algo no concebido por su parte.

Pasó la mano por su cabello completamente desesperado, con una opresión en su pecho que le impedía respirar con normalidad. Tuvo que tomar una inhalación profunda. Sentía unas ganas enormes de decirle sus verdades a Jessica, sin embargo, no olvidaba el hecho de que era una mujer.

―Debes agradecerle a Dios que seas una mujer, porque de lo contrario, hace mucho te hubiese hecho pagar por tu osadía.

La rubia ignoró sus palabras, y elevó la comisura de sus labios con picardía.

―No me vengas ahora con que no lo disfrutaste, guapetón ―Se acercó de forma osada―; sabes que me deseas como yo a ti.

―¡Lárgate! ¡Lárgate antes de que pierda la poca cordura que me queda, maldita sea!, ¡déjame en paz de una maldita vez!

Jessica, asustada por su estado, prefirió marcharse antes de empeorar las cosas.

Pablo tenía la vista desenfocada, su cuerpo no dejaba de temblar. Tenía un mal presentimiento, algo que le impedía ordenarle a su cuerpo caminar. Cerró sus ojos y trató de enfocarse. El pasillo se encontraba solo, quizá más de lo normal, y esa soledad solo logró espantarlo aún más. No sabía que demonios le sucedía, pero necesitaba encontrar a la mujer de su vida de una vez por todas.

Con su mochila sobre sus hombros, caminó con paso apresurado. Al cruzar por el pasillo, vislumbró a Amelia caminar en dirección hacia donde él estaba. Al no ver a Betsabé con ella su preocupación aumentó.

―¡Pablo, gracias al cielo! ¿Dónde está Betsabé?

Todo el color abandonó el rostro de Pablo.

―¿N-no estaba en clases contigo? ―preguntó asustado. ¿Qué demonios estaba pasando?

―¡Sí! Estaba conmigo ―chilló asustada―. Solo me alejé un segundo a hablar por el teléfono y cuando volví ya no estaba. Debería estar por aquí.

Pablo sintió de pronto su saliva más espesa de lo normal.

―¿Dices que debería estar por aquí?

―Claro; era por este pasillo que estábamos.

―No. No, no ―dijo desesperado. Amelia lo miró confundida.

―¿Qué ocurre? ¿Sabes dónde está?

Pablo dirigió su vista hacia donde estuvo unos momentos antes. Imaginarse el hecho de que Betsabé hubiese presenciado la escena le heló la sangre. De ser así, sus conclusiones no debieron haber sido las mejores. Eso no podía estarle pasando.

Sin importarle los chillidos de Amelia, se alejó de ella, deseando que sus sospechas no fueran más que eso.

Se tumbó sobre la cama, sintiendo como si algo se marchitara dentro de ella. El nudo que se había instalado en su garganta ardía, dolía de forma poderosa. Nunca había sentido algo similar; era como si una parte de su cuerpo hubiese sido arrancada de ella con fiereza, sin importar cuan dolor podían causarle. Sus ojos nublados por la lágrimas, no le permitían distinguir con claridad lo que a su alrededor había; sabia donde se encontraba porque la esencia de Pablo llenaba el lugar.

El silencio de sus ojos © (#Wattys 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora