Durante un largo momento, Betsabé intentó procesar lo que Pablo le decía. Sentía su cabeza dar vueltas, su respiración era completamente irregular. Había hecho acopio de todas sus fuerzas para evitar que más lágrimas salieran por sus hinchados ojos.
Sintió como las esperanzas se abrían en su desbocado corazón; sin embargo, no era lo correcto. De hecho, luego de que aquellas palabras salieran de los labios de Pablo, creyó haberse vuelto completamente loca. Tantos golpes debieron haberla dejado demasiado aturdida. Quizá, también habían afectado su sentido de la audición.
Limpió el rastro de lágrimas que había quedado sobre sus pálidas y amoratadas mejillas, cuidando no lastimar la mano en la que tenía conectada la intravenosa.
―¿C-cómo? ¿Qué demonios estás diciendo? ―musitó con dureza.
Pablo pestañó contrariado por su reacción. ¿Y qué esperaba? No es como si la idea fuese muy cuerda.
―Y-yo...
―¿Acaso te volviste loco? ―Pablo se alejó solo un poco al notar lo alterada que lucía.
¡Maldición! ¿Cómo siquiera se le había ocurrido decir aquello en el estado que se encontraba? Era obvio que no lo tomaría de buena manera.
―Betsabé, cálmate, por favor ―dijo Amelia.
Betsabé volvió su rostro hacia ella.
―¡¿Cómo quieres que me calme?! ¡¿No oíste lo que dijo?! ¡Es una locura!
―Bess... ―susurró Pablo con miedo al notar su estado―. L-lo siento. No te alteres, por favor, recuerda que debes descansar. Debes recuperarte.
Amelia observaba la forma en la que Pablo le hablaba y veía a Betsabé. Era como su mayor anhelo, como cuando un niño iba a una juguetería y veía su juguete favorito; sin embargo, el anhelo que vio en sus ojos no era pasajero. Él anhelaba que Betsabé le permitiera amarla... amarla como quería.
Estuvo divagando en su mente. Lo cierto era que el ofrecimiento de Pablo no parecía ser una locura ante los ojos de Amelia, pues Betsabé no podía volver a esa casa y, si por ella fuera, la llevaría consigo y la instalaría en una de las tantas habitaciones de su casa; sin embargo, sus padres no estarían de acuerdo.
―No tienes porqué disculparte, Pablo. ―Amelia se acercó y continuó hablando―: Tomando en cuenta la situación de Betsabé, tu idea no es tan descabellada.
―¡¿Q-qué?!
―Como lo oyes, amiga. Tú en estos momentos necesitas un lugar donde refugiarte, un lugar en donde puedas estar a salvo, porque a esa casa no volverás.
Betsabé se sentía mareada, consternada por lo que oía. ¿Qué demonios estaba sucediendo con ellos? ¿Acaso no veían que no era una buena idea?... ¿Cómo iba a poder vivir bajo un mismo techo que Pablo?
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El silencio de sus ojos © (#Wattys 2019)
RomancePablo ha vivido toda su vida sumido en una oscuridad absoluta, con un pasado poco agradable de recordar y difícil de superar, viviendo en un mundo en el cual, quizás, no tenga oportunidad de avanzar. Por cosas del destino, su mirada se cruza co...