Capítulo 32

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Era quizá la visión más bella

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Era quizá la visión más bella. Tanto así que no desaprovechó la oportunidad de plasmarla en su block. Ella era bella, y toda esa belleza la acompañaba la pronta cercanía de la puesta del sol, el brillo de las tranquilas aguas del lago, y sus besos.

―No puedo creer que estés aquí..., conmigo ―le dijo. Betsabé le sonrió, sentada debajo de su árbol, aquel que había sido su compañero tantas veces. Aquella sonrisa, acompañada de las sombras proyectadas por las hojas del árbol sobre su rostro, creaba una imagen embaucadora. Pero nada se comparaba con verla tan relajada, con aquella genuina sonrisa en su rostro―. Este ha sido mi lugar favorito desde siempre.

―¿Hace cuánto vienes aquí? ―le preguntó, observando como deslizaba con delicadeza el lápiz sobre el papel.

―No lo recuerdo exactamente ―Se encogió de hombros―. Solo sé que nunca habrá un mejor lugar para relajarme que este.

Asintió, comprendiéndolo. Ella siempre había deseado tener un lugar secreto, solo de ella, donde pudiera ir a perderse cada vez que lo deseara.

Pablo levantó la vista el ver como se había quedado en silencio. La vio pensativa, sus ojos se habían tornado turbios, como si recordara.

―Ahora también es tuyo. Es nuestro.

Volvió a sonreír al escuchar sus palabras. El aire allí parecía ser distinto, quizá más ligero, más fresco. El sonido de las aves se escuchaba como un eco. Era el lugar perfecto. El momento perfecto. Habían pasado tres semanas desde aquel incidente. Tres semanas desde que Esteban Balbuena había escrito aquella nota. No había vuelto a hacer aparición de alguna manera, y no sabía si debía tranquilizarse o preocuparse. Sin embargo, en cuanto Pablo le dio la idea de desaparecer aquel domingo no había dudado en decir que sí. Necesitaba alejarse del bullicio y la tensión de la ciudad. Pablo estaba notoriamente mejor. Sus heridas habían sanado, solo quedaba uno que otro moretón en su rostro o alguna otra parte de su cuerpo. Se veía fresco..., feliz, y ella amaba creer que esa parte de su felicidad se debía a ella, a su presencia en su vida.

Pablo volvió a sonreírle cuando le pilló observándole.

―¿Qué?

―Que te amo ―dijo con naturalidad.

―Y yo a ti.

Había aprendido que no debía desaprovechar las oportunidades que tenia de decírselo. Nada estaba escrito en la vida y, a pesar de querer distraer sus mentes por ese día, ambos sabían que el peligro los acechaba, de una u otra manera.

Pablo le había dicho la noche anterior que quería llevarla a un lugar. No le dijo más nada. Al principio se negó, obviamente no le dijo el motivo, pero temía que algo malo les ocurriera a ambos. No obstante, la insistencia e ilusión de Pablo la convencieron.

Alexi los había llevado muy temprano hasta un camino bastante alejado de la ciudad. Pablo le dijo que si quería podía irse a dar una vuelta, pero él se negó; prefería estar al pendiente. Betsabé se sorprendió cuando Pablo bajó del auto cierta cantidad de comida, un mantel entre otras cosas.

El silencio de sus ojos © (#Wattys 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora