Capítulo 31

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Se despertó a causa del dolor, en la oscuridad

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Se despertó a causa del dolor, en la oscuridad. Sentía el cuerpo dolorido, el cuello rígido, intentó girarlo, pero ráfagas de dolor le adornaron el cuerpo. Trató de incorporarse, pero al hacerlo, un tirón en su abdomen lo hizo volver a su posición inicial haciendo una mueca. Si no fuese por el peculiar olor de la colonia de Betsabé, no podría identificar claramente dónde se encontraba. Al pensar en ella, un dolor se apoderaba de su ser al imaginar lo preocupada que debía encontrarse. No obstante, el miedo era mucho más grande. Ese maldito. ¿Por qué simplemente no podía dejarla en paz? ¿Acaso no había sido suficiente el daño que le había causado?

Apretó sus dientes con impotencia. Y lo peor de todo era que en el estado que se encontraba no podía hacer mucho por protegerla. Cerró sus ojos de nuevo, anhelando tener un poco de luz en el lugar.

Escuchó unos susurros provenientes de afuera. ¿Betsabé? ¿Quién más estaría allí? Entonces recordó que había sido Ángel su salvador. Ojalá su amigo hubiese cumplido con lo que le pidió; lo que menos quería era preocuparla más de lo necesario.

Con dificultad, logró incorporarse sin poder evitar dejar salir de lo más profundo de su cuerpo un gemido lastimero. ¡Maldita sea! Eso dolía como nunca imaginó. Llevó su mano a aquella zona que lo hacía quejarse, descubriendo lo que parecía ser una venda; aunque descubrió unos segundos después que no era una sola. Ya estaba transpirando debido al esfuerzo, por lo que prefirió volver a su posición inicial, deseando que el amor de su vida entrara allí para cerciorase de que estaba bien, porque era eso lo único que le importaba.

Le costó acostumbrarse a la luz. Su garganta estaba seca, su cuerpo se sentía pegajoso, era una sensación molesta. Había vuelto a quedarse dormido, no sabía qué hora era. Pasado unos minutos en los cuales se vio solo y sintió la necesidad de tenerla junto a él empezó a desesperarse. Estaba por llamarla, levantarse si era posible para buscarla, cuando la puerta se abrió y ella entró. Su imagen lo golpeó de abrupto, quiso llorar de dolor, de rabia e impotencia. La vida no era justa; no con ella. Sus pómulos se veían más marcados de lo normal, sus ojos enmarcados por grandes ojeras, apagados, sin ese brillo ambarino tan característico que él amaba; parecía no haber dormido ni siquiera unos pocos minutos.

Betsabé sintió como su cuerpo se paralizaba cuando encendió la luz y quedó bajo su atenta y triste mirada. Su garganta se secó, todo miedo se disipó al saberlo bien; al menos el mayor peligro había pasado. No obstante, al recordar el terror que sintió cuando llegó de aquella forma, sin poder valerse por sí mismo, no pudo evitar llorar. Los sollozos, irremediablemente, salieron de su boca hasta llenar el tenso y aliviado silencio que rodeaba la habitación. Se quedó de pie, ahí junto a la puerta, sin poder moverse, pues temía que al hacerlo todo resultase ser un sueño, y que Pablo no hubiese despertado aun. Lloraba de alivio, de miedo, de impotencia también. Deseaba que las cosas para ambos fuesen completamente diferentes, que pudieran entregarse a su amor sin medidas, sin temores.

Pablo maldijo al verla llorar de esa forma.

―Bess, ven aquí ―la llamó un momento después, con su mano tendida hacia ella. Ella no se movió ni un poco, los sollozos salían con mayor intensidad―. Amor, ven aquí, déjame abrazarte, sentirte.

El silencio de sus ojos © (#Wattys 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora