Capítulo 4

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Culpables - MTZ Manuel Turizo

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Culpables - MTZ Manuel Turizo

Mientras estuvo sentada en aquella silla esperando a que aquel chico que, aun no conocía, se dignara en aparecer, nunca se imaginó que la persona que se sentaría delante de ella tendría todas esas características que el poseía. Siempre se rehusó a tener que establecer algún tipo de contacto con alguien del sexo opuesto, pues siempre se sintió expuesta, como si ellos solo buscaran hacerle algún tipo de daño. Y es que ¿cómo no pensaría aquello?, si su vida había sido convertida en un infierno a causa de un hombre, y no cualquiera, alguien de su propia familia; y eso era lo que más le dolía.

En cuanto Pablo entró por aquella puerta, sintió que el aire le faltaba, sus piernas fallaron, a pesar de estar sentada, pudo sentir con claridad como a aquella parte de su anatomía se le dificultaba ejercer su labor. ¡Dios! Por más que quiso apartar su vista de él, no lo logró; Pablo era de lo más guapo, y ese contraste entre su sencillez y hombría hacía delirar a cualquiera que lo tuviera a la vista, sus facciones bien definidas, su cuerpo que parecía bien trabajado, y su altura, ¡caramba! Ante él, ella parecía una diminuta hormiga.

― ¿Si me estás entendiendo? ―preguntó Pablo con el entrecejo fruncido. Desde hacía unos minutos la había visto lejana, ida, y no comprendía el porqué. ¿Acaso estaba aburrida?

Betsabé salió de su ensoñación en cuanto escuchó nuevamente su voz varonil.

―Sí... Sí, claro... Te estoy entendiendo ― ¿Por qué estando frente a él no podía formar una frase coherente?

Pablo asintió poco convencido.

―Si te pongo un ejercicio, ¿te sentirías en condiciones de resolverlo? ―ella asintió, presa del amarre que los ojos oscuros de aquel hombre ejercían sobre ella. ¿Por qué de pronto se sentía así? Era cierto que las características físicas que él poseía eran deslumbrantes y agradables a la vista; pero eso no justificaba la forma en la que se estaba sintiendo desde que estaban en aquella estancia.

―Por supuesto.

―Entonces... ―garabateó algún ejercicio en su cuaderno, se lo entregó y, posteriormente, le pasó el lápiz, las esquinas de sus dedos se rozaron por un nanosegundo, de inmediato, una corriente le recorrió desde esa parte hasta sus hombros dejándola perpleja, ¿Qué había sido eso? ¿Por qué, así, de la nada, se sentía de esa forma tan extraña? ¿Qué estaba ocurriendo en realidad? No podía permitirse seguir así. Fuese lo que fuese que estaba ocurriendo no podía ir más allá; ella misma se lo prohibía.

Pablo, confundido ante aquella sensación que había experimentado, observó con suma concentración la forma en la que se dedicaba a resolver el ejercicio que le había puesto. Estudió cada uno de sus gestos, la peculiar forma en la que tomaba el lápiz, como alzaba sus cejas cada vez que cometía un error. ¿Se podía ser tan perfecta sin siquiera esforzarse? Porque eso era lo que ella expresaba: perfección.

El silencio de sus ojos © (#Wattys 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora