EPÍLOGO

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5 años después

El sonido de las olas al chocar contra la playa es muy relajante. Estar aquí, juntos, se ha vuelto una tradición familiar. Observo completamente embelesado y con una sensación tan agradable en el pecho como Rodrigo corre con la pelota dejando sus diminutas huellas sobre la arena. Natalia lo sigue atrás dando trompicones. Sus risas llegan a mí y son como música para mis oídos. Puedo agregar que nunca en mi vida he sido tan feliz como ahora mientras observo a mis hijos jugar y a Betsabé intentar seguirles el paso para que no se hagan daño.

Es la visión más hermosa que he tenido.

Ella se detiene un poco para descansar y lleva una mano a su vientre abultado.

Sí. De nuevo está embarazada y de gemelos. Debo añadir que en sus cinco meses luce preciosa y que este embarazo, a pesar de ser doble, ha sido mucho más tranquilo y no ha presentado tantos síntomas que con el de Rodrigo y Natalia.

Betsabé me enfoca y me sonríe de manera dulce. Yo le devuelvo el gesto y le guiño un ojo. Ella suspira y vuelve a retomar su carrera tras los niños. Es magnífico verla así; llena de vida y de absoluta felicidad.

Bess y yo decidimos casarnos cuatro meses después a su vuelta en Bogotá. Aún recuerdo la expresión de incredulidad de Amelia cuando Betsabé le mostró el anillo que le regalé una noche de diciembre en la que me decidí dar el paso.

―¡¿Acaso están locos?! ¡No puedo planificar la boda en tres meses! ―había chillado.

Bess y yo solo pudimos sonreír ante su histeria.

La boda fue sencilla, tal y como Bess lo quiso. Se realizó en Bogotá, en la catedral primada de Colombia. Ese lugar fue testigo del momento exacto en el que dijimos sí.

La luna de miel la planifiqué en el lugar que Betsabé siempre soñó conocer. Cartagena de Indias. Allí estuvimos un mes sumidos en nuestro amor y en la felicidad que podíamos vivir después de tanto sufrimiento.

Tres meses después, a mediados de septiembre, nos enteramos de la presencia y pronta llegada de Rodrigo a nuestras vidas. Al principio tuve un poco de miedo, temía por la vida de ese ser al que tendría que cuidar y educar para que fuese alguien de bien; sin embargo, sabía que ese miedo se debía a la perdida de aquel niño del que no supimos de su existencia hasta que fue demasiado tarde.

Aún recuerdo aquel día y lo doloroso que fue. Betsabé no sabe de ello; decidimos que contarle algo como aquello podría ser mucho más difícil de afrontar, fue por eso que su tía alegó que lo mejor era no contarle.

Rodrigo es la viva imagen de Bess. Sus mismos ojos, su mismo cabello, hasta he logrado identificar expresiones similares a la de su madre en su rostro.

Hoy en día Rodrigo está a solo días de cumplir sus cuatro años.

Bess logra controlar a los niños y los trae a ambos tomados de la mano mientras sonríen por la fuerza con la que la brisa logra despeinar sus cabellos. Suspiro cuando observo la expresión en el rostro de Bess; el amor que brilla en su mirada es suficiente para hacerme entender que la felicidad que siento ante la imagen es mutua.

―Estos niños tienen prohibido volver a comer helado de chocolate.

―No, mami, por favorcito ―dice Rodrigo, haciéndole ojitos. Natalia, por su parte, viene hacia mí y me abraza para luego darme un cariñoso beso. La abrazo fuertemente y beso su cabello―. Prometo que nos portaremos bien ―escucho que le dice.

Bess deja salir un leve suspiro y se agacha hasta estar a su altura.

―Eso me dijiste ayer, diablillo. ―Se incorpora y lleva una mano a su espalda―. Aun espero que cumplas las promesas que me haces.

El silencio de sus ojos © (#Wattys 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora