Capítulo 28

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Betsabé descansaba plácidamente a su lado

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Betsabé descansaba plácidamente a su lado. Su rostro, tranquilo y sereno, se veía tan increíble, una casi imperceptible sonrisa se abría paso entre sus labios, su cabello se encontraba alborotado sobre la almohada. Pasó una mano sobre su mejilla, queriendo cerciorarse de que todo era cierto, de que no era un sueño el que estaba viviendo.

¿Era cierto? ¿Era suya, al fin?

Un movimiento a su lado captó su atención, y sonrió completamente embelesado.

Betsabé se desperezó. Se sentía exhausta, pero viva... más viva que nunca. Parpadeó tratando de acostumbrarse a la luz que parecía filtrarse en la habitación, y en uno de sus movimientos pudo sentir como su piel se erizaba ante la frescura del lugar, eso la hizo abrir los ojos de golpe.

―Creí que no podrías verte más hermosa de lo que por sí ya eres, pero creo que nuevamente me equivoqué. ―Aquella voz ronca se coló por sus oídos y la obligó a tragar saliva.

De pronto, cada uno de los recuerdos de la noche anterior pasaron como un borrón ante sus ojos. Pablo besándola, adorándola, explorando su cuerpo y haciéndola sentir como nunca pensó que llegaría a sentirse. Entendió entonces, la razón por la cual parecía sentir su cuerpo agotado, adolorido en algunas zonas de forma maravillosa.

Sus mejillas se calentaron, y apretó la sabana buscando cubrirse. Pablo sonrió ante lo inocente que lucía; sin embargo, él sabía que aquella inocencia había quedado en un rincón de la habitación esa noche.

―No deberías hacer eso ―habló bajito en su oído, haciéndola estremecerse de pies a cabeza―, de igual forma, no hay nada que no haya visto ya. ―Quiso sonar relajado, pero lo cierto era que le estaba costando demasiado contenerse, los recuerdos de la noche anterior lo llenaban, y lo hacían anhelar repetir aquella experiencia en la que sus almas y sus cuerpos fueron libres por primera vez.

Cerró sus ojos y sintió como Pablo se inclinaba y rozaba su mejilla con sus dedos. Una corriente le recorrió el cuerpo al rememorar como sus dedos la habían tocado la noche anterior.

No supo cómo, ni mucho menos como lo logró, solo sintió como era rodeada por la cintura y la frente de su hombre se pegaba con delicadeza y amor a la suya. Pablo la envolvió con cariño, logrando que sus cuerpos desnudos se rozaran. Tuvo que contener un jadeo cuando, al observarla, notó como su rostro sonrojado y sus ojos cerrados la hacían parecer una diosa.

―Eres hermosa, ¿lo sabes? ―murmuró con voz suave y seductora.

Un nudo se instaló en su garganta. Obligó a sus ojos a abrirse, y clavó su mirada en la suya, siempre penetrante. Dudosa, acercó una mano a su mejilla y lo acarició suavemente. Sintió que se desarmaba al verlo cerrar sus ojos y emitir un gruñido entrecortado.

―Eres mío ―susurró contra su piel, mientras se incorporaba y le plantaba un beso.

Pablo sintió su pecho vibrar por la emoción. Se regocijó como nunca antes había hecho. Acarició su cintura, y la acercó aún más.

El silencio de sus ojos © (#Wattys 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora