Capítulo 10

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Tom Odell - Magnetised

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Tom Odell - Magnetised


―Nunca en tu vida se te ocurra volverme a hacer pasar por toda esta agonía, ¿entendido?

El tono de reproche en la voz de Amelia era completamente evidente. Pero, a pesar de su malestar, las enormes ganas que tenía de abrazar a Betsabé al saberla bien eran mucho más palpables.

―Lo siento... De verdad lo siento.

Dio un sorbo al chocolate caliente que le había entregado la muchacha de servicio que trabajaba en la casa de Amelia.

Luego de todo lo ocurrido, específicamente lo ocurrido entre ella y Pablo, los policías se llevaron al atacante que lograron capturar. Luego de ello, se enfocaron en quienes habían sido víctimas de aquellas personas. Por más que insistieron ―incluyéndose ella misma―, Pablo se negó a la posibilidad de asistir al hospital para que lo revisaran. Su estado era alarmante. Sin embargo, la necesidad de estar siempre junto a Betsabé era mayor. Ningún dolor lo separaría de ella en esos momentos.

Tanta terquedad, toda esa insistencia en que no lo llevaran a un hospital, obligó a Betsabé ―aun en su terrible estado― a mirar cada una de las posibilidades que tenía para ayudarlo; así como él había hecho con ella. En medio de toda aquella bruma, recordó que tenía en su poder el bolso de mano perteneciente a su amiga y que allí se hallaban las llaves de su casa. No podía dejarlo abandonado. Por esa razón, tuvo la necesidad de ayudarlo, de curar esas heridas ―tal cual como él quería hacer con ella―, de ponerlo a salvo.

Bebió un sorbo del caliente chocolate, aspirando todo el calor que le brindaba en aquella noche helada. La manta color café que yacía sobre ella la reconfortaba, mientras suspiraba por aquel hombre que se encontraba tratando de recuperarse en el último cuarto del pasillo.

Inevitablemente, sus labios se curvaron en una tenue sonrisa. No había podido olvidar la forma en la que Pablo, luego de tan íntimo momento entre ambos, se hubo aferrado a su mano como si ella fuese su única salvación. Como si ella fuese su única salida.

En todo el recorrido que realizaron desde aquel escenario hasta la casa de Amelia en la patrulla de la policía, en ningún momento soltaron sus manos. Ambos, ignorantes del significado de todo aquello, viajaron todo el trayecto con sus ojos cerrados, reconfortándose mutuamente. Pablo con su cabeza sobre su hombro. Betsabé había sido ignorante ―aún más que Pablo― al no percatarse de la forma en la que él había derribado un gran muro. Su cercanía, la de alguien del sexo opuesto ―específicamente la suya―, ya no le repugnaba, por el contrario, le parecía necesaria.

Pablo por su parte, no había sido consciente del gran paso que había dado.

Ambos se habían vuelto indispensables en sus vidas.

― ¿Tú te sientes bien? ―escuchó la voz de Amelia y salió de su ensoñación.

Un suspiro le abandonó.

El silencio de sus ojos © (#Wattys 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora