Capítulo 39

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Pablo en contra de lo que su corazón dictaba había tenido que ir a su lugar de trabajo. Entendía que no podía abandonarlo así como así y no informarle a su jefe. Afortunadamente, el señor Camilo nuevamente entendió su situación; lo único que le pidió fue que le informara con antelación para él poder ubicar en su puesto a alguien más.

Pablo pudo respirar aliviado. Por un momento creyó que lo echaría por esos días en los que olvidó que tenía una vida y obligaciones.

Ciro se mostró apenado cuando Pablo le contó lo que había sucedido. Lorena también se mostró igual; Pablo notó como ella ya no hacia insinuaciones, cosa que agradecía por completo.

Pactó con el señor Camilo que retomaría su trabajo la semana siguiente. Él mismo le dijo que podía disminuir lo que recibiría ese mes como salario, pues sabía que había cometido faltas. No obstante, su jefe no le dio una respuesta concreta.

Siendo la una de la tarde, Pablo entraba por la puerta de la clínica. Estaba agotado física y mentalmente. Su corazón también dolía; solo hallaba regocijo cuando podía ver como Betsabé mejoraba día a día.

En cuanto llegó al conocido pasillo que ya se había vuelto como su fiel amigo, vislumbró a Amelia hablando con la tía de Betsabé. No podía evitar cada vez que veía a la señora sentirse un poco... extraño. No sabía si era su elegancia, la forma en la que se expresaba, como siempre parecía mantener su maquillaje intacto. Lo que sí tenía claro era que las apariencias engañaban; cualquiera la vería y creería que la mujer no tenía tacto para hablar y menospreciar a alguien como acostumbraban algunas personas de la denominada "alta sociedad".

―Buenas tardes ―dijo en cuanto se ubicó al lado de Amelia.

―¡Hey! ―respondió Amelia notoriamente tensa de pronto―. ¿Qué tal te fue?

―Pude solucionar lo del trabajo ―respondió con algo de cansancio―. Afortunadamente el señor Camilo no me puso problemas por haber faltado.

―¿En qué trabajas, Pablo? ―habló la señora por primera vez desde que él llegó.

Pablo la enfocó finalmente. Se quedó sin aire al observar como ella poseía una tonalidad en sus ojos muy parecida a las de Betsabé.

―Actualmente trabajo en un restaurante ―expresó con firmeza.

La señora asintió con normalidad. Pablo se tranquilizó un poco al notar que ella no buscaba juzgarlo ni mucho menos humillarlo.

Volvió a mirar a Amelia.

―¿La vieron? ¿Cómo está?

Amelia no supo qué hacer ni mucho menos que decir. Para Pablo fue bastante obvia la forma en la que parecía tensarse de nuevo. Fue la señora quien habló.

―Está bastante bien, de hecho. ―Amelia la miró pidiéndole permiso para ser ella quien le diera la noticia.

Aclaró su garganta, buscando llamar su atención.

―Está bastante mejor. El doctor nos buscó esta mañana. ―Hizo una pausa tratando de llenarse de fuerzas―. Bess pudo abrir sus ojos esta mañana.

Pablo sintió como una sonrisa se abría paso en su rostro. Su corazón empezó a latir de forma desmedida, anormal podía decirse. No podía creerlo. Tantos días pidiéndole a Dios en silencio que no se la llevara de su lado; tantos momentos en los que sentía que la tristeza le consumía. Todo eso parecía haber acabado. Ella había despertado; volvería a perderse en aquellos ojos que desde el principio lo cautivaron.

Miró alternativamente a Amelia y a Yenis ―quien solo días atrás le pidió que la tuteara― buscando alguna señal; algo que le confirmara que era cierto.

El silencio de sus ojos © (#Wattys 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora