Capítulo 12

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Alan Walker - Angels

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Alan Walker - Angels

La confusión y el aturdimiento lo mantuvieron en su lugar durante un largo momento, no sabía si habían sido unos pocos segundos o, quizás, minutos..., no lo sabía. Sin embargo, la insidiosa sensación que le decía que se estaba perdiendo de algo no se había alejado de él ni un solo momento desde que vio como Betsabé se perdía entre el tumulto de personas que circulaban de forma presurosa por la calle.

Además, la incertidumbre sumada a una fuerte opresión que se estaba manifestando en su pecho, estaban haciendo de las suyas. Se sentía confundido, perdido. Se sentía tal como la primera vez que la vio en el salón de tutorías. Se sentía como aquel descubridor que llegaba a una tierra nueva y desconocida para sus ojos. Lo cierto era que Pablo no sabía que era lo que debía hacer después de aquello.

Había estado tan ensimismado en lo que había ocurrido que ni siquiera fue consciente del momento en el que su lugar de trabajo parecía haberse llenado.

Metió las manos en los bolsillos de su vaquero. Emitió un sonoro suspiro, que fue acompañado por el pesar del momento.

Lanzando un último vistazo por el lugar en el que la delgada y perfecta figura de Betsabé se había perdido, empujó la puerta del lugar y se adentró en el murmullo de las personas que, sin haberlo siquiera notado, ya habían llenado el lugar.

―¿Qué fue lo que ocurrió? ―le preguntó Lorena en cuanto puso un pie en el lugar. Parecía radiante, arriesgada... coqueta.

―Nada ―se obligó a responder, intentando no parecer grosero en el proceso.

Lorena acomodó con agilidad la bandeja con café que llevaba en su brazo.

―Puedes contar conmigo, lo sabes, ¿verdad? ―le lanzó una mirada sugerente, ansiosa.

―Lo sé, Lorena, lo sé.

Pablo, por su parte, no quiso ni siquiera tratar con ella ―por ese momento― lo ocurrido en la fiesta. Estaba seguro de que, teniendo en cuenta se estado de ánimo, no era el momento apropiado; ya después solucionaría.

Lorena no quiso insistir más tampoco, pues era capaz de ver como Pablo estaba alterado por completo, parecía estar al límite de sus cabales... parecía... perdido.

Pablo, apresurado por respirar, por volver a poner todos sus pensamientos en orden, tomó el bolso que había dejado en la mesa en la que estuvieron sentados para luego salir a paso apresurado del lugar. Necesitaba hablar con alguien que le pudiera proporcionar un buen consejo, pero, para su desgracia, el único amigo cuerdo que tenía no se había aparecido por su lugar de trabajo en mucho tiempo, cosa que, en cierta forma, le preocupó, pues Ángel no tenía la costumbre de desaparecer sin antes anunciarlo.

Caminó... Observó... Respiró todo lo que pudo, todo lo que su organismo le permitió.

En vista de que no tenía a quien recurrir, prefirió alejarse, ausentarse de todo el ir y venir de la ciudad. Tenía un lugar especial. Un lugar al que solía ir cuando se escapó de sus padres adoptivos. Un lugar que consideraba como suyo. Lo cierto era que solo ahí se sentía en paz., solo ahí lograba hallar sosiego cuando más lo necesitaba. Solo ahí lograba pensar con claridad y reivindicarse.

El silencio de sus ojos © (#Wattys 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora