Capítulo 23

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―Imagino que mi amigo Pablo está trabajando

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―Imagino que mi amigo Pablo está trabajando. ―Betsabé asintió―. Que mal, quería contarle que me encontré a tremenda rubia de camino para acá. Aumentó mi apetito sexual, y no sé cómo contenerme. ¿Podrías prestarme el baño?

Betsabé negó con su cabeza divertida, ya acostumbrada a la sinceridad de Ángel.

―Sabes que esta es como tu casa. ―Se encogió de hombros―. Aunque te hubiese dicho que no, habrías entrado.

Ángel despeinó su pelirroja cabellera, y pasó por su lado con destino al baño. Betsabé cerró la puerta y se sentó en una de las sillas del comedor.

Había pasado una semana exacta desde que había estado viviendo con Pablo, y debía aceptar que no se sentía para nada incómoda. Amelia había estado yendo a diario a visitarla y le llevaba algunas compras para abastecer su pequeña nevera. Pablo, obviamente, se había negado por completo al principio alegando que él podía hacerse cargo de ello, no obstante, Betsabé logró persuadirlo. En esa larga semana, había logrado congeniar con Ángel de una forma impresionante. Llegaba cada dos por tres al lugar, y se sentaba con ella hasta sumirse en conversaciones que lograban hacerla partirse de la risa.

Ángel salió del baño y se ubicó en la silla frente a ella. La miró entrecerrando sus ojos.

―¿A qué se deben esas ojeras? ―Abrió la boca, incrédulo―. ¡No me digas! Mi amigo Pablo es un picaron, no te dejó dormir.

―¡No! ¡¿Qué te pasa?! ―Tapó sus mejillas coloreadas―. Solo estoy un poco cansada porque no logré conciliar el sueño. ―Si tan solo supiera cuales eran las verdaderas causas de su desvelo.

―Exacto. Yo creo que es mejor decir que Pablo no te permitió conciliar el sueño.

Betsabé gruñó.

―¿Qué solo piensas en eso?

―¿Eso qué, querida amiga? ―preguntó sugerente. Había aprendido la forma más fácil de avergonzar a Betsabé, y disfrutaba de ello. Ciertamente, se habían vuelto muy buenos amigos en esa semana.

Betsabé se levantó de inmediato cortándolo.

―Solo calla, ¿quieres?

Ángel se rio del rubor que cubría sus mejillas.

―¿Tienes algo de comer por ahí?, mi estómago ruge como dinosaurio.

―Creo que Pablo dejó un poco del desayuno. ―Caminó hasta la cocina, y volvió con un plato de huevos con tocino y arepa. Afortunadamente, su pierna ya no le dolía al caminar. Le dejó el plato sobre la mesa y se sentó en su lugar nuevamente.

Ángel no perdió el tiempo, e inició a ingerir bocado tras bocado. Al notar la mirada fija de Betsabé, la encaró sin dejar de masticar. Parecía entre asombrada y divertida. Betsabé la parecía una mujer completamente atractiva. Obviamente, no había cuestionado en ningún momento el hecho de que se encontrara viviendo con su mejor amigo. Y es que le resultaba completamente absurdo, tomando en cuenta que la situación monetaria a la que ella estaba acostumbrada era muy diferente a la situación de ellos justo en esos momentos.

El silencio de sus ojos © (#Wattys 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora