Capítulo 49: Las cartitas de Froy

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— Es... es malo, ¿cierto? mierda...—
Sus lágrimas brotaban y brotaban, mientras él se partía en llanto cubriendo su rostro, así que tuve que reaccionar rápido, antes de que se convirtiera en algo peor.

— ¡No no no, no!, no lo es, Froy, claro que no— hablé pronto, intentando hacer que me mirara para poder tranquilizarlo y al mismo tiempo encontrar las palabras correctas.

Jamás se me cruzó por la mente la idea, pero ahora... ¡todo tiene sentido!. ¿Cómo no pude notarlo antes?.

— No es nada malo, tranquilo— pedí sincera. — Es sólo que... no lo imaginaba. Es decir, tenías algo con Melissa Clay, ¿no? ¿eso significa que también te gustan las chicas?—.

— No. Lissa sólo es mi amiga.— negó aún algo descontrolado de emociones. — Y tampoco me gustan las chicas, no lo sé, no lo entiendo—.

Mi niño...

No pude hacer más que rodearlo con mis brazos y traerlo a mí, pues verlo tan frustrado y con tanto miedo, me estaba triturando el corazón. No soportaría más estar sin abrazarlo.

— ¿Esto es lo que te daba tanto miedo contarme? ¿por eso has estado tan angustiado?— cuestioné acunando su rostro entre mis manos.

Poco a poco sus lágrimas cesaron, e incluso pude ver su leve sonrisita en cuanto yo le sonreí, aunque todavía estaba afligido y asustado. Él sólo asintió con su cabeza.

— Sólo prométeme que no se lo dirás a nadie— me pidió, extrañándome por completo.

— ¿No lo sabe nadie más?— alcé mis cejas con algo de sorpresa.

— Sólo Daniel— se encogió de hombros. Claro, es su mejor amigo. — Y Erick—.

— ¿Erick?!— respondí, esta vez sí que me había sorprendido, y me resultaba una ofensa a la vez. — ¿Le contaste a Erick antes que a mí?—.

— No se lo conté, él lo descubrió...

— ¿Cómo?.

— Créeme, no quieres saberlo— me advirtió. — pero incluía una multa, que por suerte no tuve que pagar yo—.

— Iug, ¡Froy!— lo regañé con un claro gesto de disgusto en cuanto capté la referencia. Él soltó una risa, que siempre me hace sonreír a mí también, sea cual sea la situación. Y cuando nos quedamos en silencio los dos, tuve que mirarlo de nuevo, sin desaparecer mi sonrisa de apoyo. Claro que no pienso dejarlo solo. — Entonces... eres gay, ¿no?—.

Él asintió, y podía ver la pizca de vergüenza con la que me lo está confirmando. — Supongo—.

— ¿Por qué no quieres que papá lo sepa?— pregunté con curiosidad.
— Es decir, en algún momento tendrá que saberlo—.

— Dentro de diez años, tal vez.

— ¿Y vas a limitarte a ser libremente feliz durante diez años más?. Sabes que papá no tendría problema con que tuvieses novio, ¿no?.

— No estoy seguro de eso. Además, es lógico que no sería igual a como sería si a ti te gustaran las chicas o algo así. Comúnmente los papás tienen más problema con sus hijos hombres y su orientación sexual. Tal vez le será muy incómodo verme después de saberlo, así que prefiero seguir como estamos ahora.

— Papá no es como los otros papás, Froy— le recordé, y él ladeó su cabeza un par de veces, incrédulo.

— Igual con Samuel sería algo incómodo, o raro. Probablemente sea de los que dirá que es una etapa.

Yo me reí, porque tiene razón. Sam parece ser ese tipo de persona, aunque bien sabemos que no es así.

— De acueeerdo— dije, pensando en algo nuevo, que no había tenido el tiempo de procesar bien. — Si no tienes interés en las chicas, entonces, ¿quién te dió esa rosa?—

La Ciencia de tu AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora