Capítulo 24

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Miércoles - 7:33 pm

––Esto está delicioso ––murmuró Sam saboreando el café latte. Había descubierto esa otra cosa. No tomaba otro café que no fuera latte. La noche era fría, por suerte nos habíamos traído nuestros mejores abrigos. La ventisca decembrina no quería dejarnos todavía.

Nos encontrábamos haciendo la fila para el concierto del día siguiente. Miré a Sam, que a pesar del cansancio notable aún resaltaba aquella chispa de emoción por ver a su banda favorita. Dándole una calada a mi cigarrillo, pensé en todo lo que tuve que hacer para obtener aquellos boletos. No fue nada fácil conseguirlos dos semanas antes. Había tenido que llamar y sobornar a muchos, además de pelear por una semana seguida para poder conseguir el dinero de todo. Había faltado a clases para que ella no viera cuan herido estaba, apenas y me mantenía en pie.

Pero nada de eso era comparado con la felicidad que desprendió Sam al ver las entradas.

No sabía qué me pasaba con ella, esto que sentía, pero no quería analizarlo. No quería arruinarlo como las demás cosas.

–– ¿Qué tanto me miras? ––preguntó al notar que no quitaba mis ojos de ella. Exhalé el humo, haciéndolo en círculos justo en su cara. Pensé que le molestaría pero sólo continuó viéndome.

––Me gusta verte. Sólo eso.

También me gustaba estar con ella. Las cosas eran… sencillas, simples, a su lado. Bueno, hasta ahora. Sam siguió tomando su café que continuaba humeando en medio de la noche. Volví a mirarla, pero esta vez intenté disimular. Entrecerré los ojos. Recordé la vez que Sam me dijo que no lo hiciera con ella, eso de verla con ojos entornados.

––Tienes unos ojos tan profundos que asustan. Lo digo en serio.

Pero luego se echó a reír y no sabía si lo decía de verdad o no. Sam era bonita. Y más cuando se deja el cabello suelto de esa manera, cuando el viento soplaba en una dirección indicada y…

Ya empiezas con tu mierda filosófica.

Ah, sí. Había descubierto algo patético. Cuando pensaba en Sam ––lo cual era casi siempre, para mi vergüenza ––, instantáneamente me ponía modo reflexivo. Sam era sinónimo de filosofía. Era toda esa mierda de sus sonrisas, ojos verdes y manías de sus manos ásperas que entraba en mi cabeza y me hacían volver loco. Tampoco olvidemos el olor a café. Eran como esa canción pegadiza, que se te mete en la cabeza por todo el día y no paras hasta que te la sabes completa.

En este caso, Sam no sólo se metía en mis pensamientos por un día, sino semanas, y no importaba cuánto la pensara tampoco la conocía a fondo. No era que me sorprendiera, porque más bien Sam era de las personas predecibles ––la mayoría de las veces ––, sino que cada cosa que hacía era algo nuevo para mí. Era una canción eterna, a la que vas conociendo la letra pero que nunca acaba.

Esa era mi mejor manera de describir a Sam; una canción que nunca paraba de sonar. ¿Y qué mejor que eso, si es tu canción favorita?

––Estás muy callado. ¿En qué estás pensando? ––Samantha se apoyó en la pared con grafitis. Los miré de reojo; no estaban mal. Quizás podría hacer unos en mi habitación, aunque lo más probable era que mi madre le diera un ataque al verlos.

––En Londres ––mentí. No iba a decirle que estaba pensando en ella. Si en algo estaba claro, era en esta parte: no volvería a demostrar mis emociones ––porque aún no son sentimientos, las cosas que me hace sentir Sam son emociones, a pesar de que Louis diga lo contrario –– tan libremente. No más. Lo había hecho tantas veces que ya no me quedaban ganas, porque siempre terminaban decepcionándote.

Surrender | Zayn Malik |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora