MEMORIAS DOLOROSAS
Nueva Orleans, 1956
Paula Himlet no quería hacer su deber ese día, pero estaba siendo obligada por su padre, entonces tomó su bolso de tela y lo ató sobre su muñeca. Salió de la casa cerró ambas puertas del cobertizo y bajó cada peldaño de madera con aquellos zapatos negros de charal que le había regalado su abuela tres veranos atrás. Le gustaban, eran comodos y hacían sonar el suelo de las calles principales al ritmo de la música.
Así que decidió concentrarse en eso que pensar en su deber, porque no era para nada agradable realizarlo mientras todos la observaban, claro que en el barrio francés nadie la veía, no porque fuera invisible, más bien porque ahí nadie
juzgaba y mucho menos a las personas como ella, era todo lo contrario, ahí se sentía admirada.Ese día no estaría en el barrio francés, ese día le tocaba estar cerca de la Plaza Duncan, mostrando sus habilidades para atraer turistas, no era difícil el trabajo para ella, el problema siempre surgía en cuanto un leve mareo la cegaba por un instante y sentía que veía cosas, incluso que las cambiaba a su alrededor, con más frío o aire. No le gustaba la Plaza Duncan por una razón: creía que podía cambiar el curso de la marea con tan solo mirarla fijamente.
Una gran locura para cualquiera que lo escuchara y era por eso por lo que nunca lo compartía con su madre o sus hermanos, había visto en una de las televisoras de la gran tienda en el centro como es que a las personas que no fueran normales, las llevaban a otros lugares.
Paula no estaba segura de querer compartir sus pensamientos y que la alejaran de su familia. Esa misma tarde y después de haber cumplido con su obligación, tuvo derecho de
irse hacia dónde quisiera, no antes sin recibir una pequeña advertencia de su madre de que no se acercara a los pantanos. Pero Paula, que pudo haber emprendido una caminata de media hora hasta el barrio francés, decidió desobedecer a su madre. Dirigiéndose directamente hasta los pantanos, tomando un bote viejo que había descubierto junto a sus hermanos para dirigirse hasta una cabaña
abandonada: eran solo tablas rotas y llenas de musgo.Y es que solo ahí podía escuchar los sonidos de la naturaleza, el viento y el agua, los sapos croar y algunas aves volar. Se sentía parte de todo eso. Estando ahí, era como si se adhiriera y se convirtiera en uno más de ellos, a veces
se imaginaba que era una garza o un cocodrilo... tal vez parte del musgo que se alzaba entre los arboles dándole un aspecto fantasmorico a todo el bayous.Todo podría haber estado perfecto, sin ninguna interrupción a su sueño, pero hubo un nuevo sonido y supo que no era de ningún animal, no era el sonido de un pelicano o un búho, lo sabía porque lo conocía de otro tipo de lugar, era el mismo sonido que una persona hacia cuando estaba llorando. Asomó su cabeza por una abertura entre las maderas, esperando a no ver que se llevaban su bote, y una vez que confirmó que no era algo parecido, miró a todos
lados, saliendo de la pequeña cabaña. Los sollozos eran más fuertes cada vez y
Paula comenzaba a sentir pena por aquella persona que se lamentaba con tanta
tisteza.Siguió el sonido, subió al bote y remo hasta saber con certeza de donde provenia aquel lamento, no sentía miedo, pero tampoco valentía, tan solo deseaba ayudar. Encontró al responsable de aquel llanto. Él estaba de espaldas, Paula veía como la espalda del sujeto se movia con respiraciones constantes.
- ¿Disculpe? - preguntó ella, un poco temerosa a ser entrometida y que fuera reprendida. El hombre se puso rígido, el llanto paró de pronto-. Lo he escuchado... ¿Se encuentra bien?
Paula escuchó una respuesta vaga, pero sin entender a la perfeccion, no quiso insistir y esperó a que el sujeto hablara.
-No quiero que estés aquí. Largo.
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Linaje Angélical »Cashton~Muke«
Fantasía[Terminada] El último descendiente directo de un ángel y una humana aún habita en la tierra, y debe cumplir el legado que le fue encomendado. "Destruir hasta el último de sus descendientes" Un ángel dispuesto a proteger hasta el último chico que l...