Capítulo 12.- La espada del alba

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Arthur Dayne:

Orianna por fin parecía comenzar a calmarse, incluso la había logrado convencer de levantarse del piso y recostarse en los cojines, después de todo nada de esa situación podía ser bueno para su bebé.

—Gracias Arthur, en serio lo agradezco, pero te molestaria no decirle nada de esto a Rhaegar, no es necesario, no planeo hacer una escena o tan siquiera mencionarlo.

Él asintió, le dolía verla en tal estado y no poder hacer nada para ayudarle.

—Te lo agradezco, y ya puedes retirarte, no quiero que te pierdas el festín por mi culpa.

—Le prometí al príncipe que no me iría de vuestro lado hasta que él llegase.

—En ese caso, ¿quieres sentarte y tomar el té conmigo?

—Por supuesto

La espada del alba se sentó delante de ella, la princesa sirvió el té con manos temblorosas y pequeños sollozos.

—Manzanilla ¿Verdad? —preguntó Orianna.

—Aún lo recuerdas. —Arthur sonrió.

—¿Cómo lo podría olvidar? Eres el único hombre que he conocido al que le gusta —Orianna hacía su mejor esfuerzo para fingir que no le afectaba la nueva información que poseía, pero él la conocía demasiado bien como para ver a través de la armadura que la princesa portaba —El estar aquí a tu lado tomando el té me recuerda tanto nuestra infancia en Altojardín.

—Recuerdo que tu hermano solía burlarse de mí por preferir pasar el tiempo contigo y Ashara en vez de entrenar a su lado.

—Ha pasado demasiado tiempo desde entonces. 

—Si, quizá demasiado. 

Ambos sonrieron, añorando la infancia que habían dejado atrás.

—¿Puedo preguntarte algo más privado Arthur?

—¿Cuándo mi opinión te ha detenido de conseguir lo que quieres? —él rió —Pregúntame lo que quieras Orianna.

—Si a los miembros de la guardia real se les permitiese casarse, ¿Con quién lo harías?

—No lo sé, nunca lo había pensado, —mintió, había soñado mil y un veces con la misma doncella que el destino le había arrebatado —supongo que escogería a una doncella de una casa menor como la mía, o quizás no me casaría, después de todo a nadie le importa que el segundo hijo de campo estrella no tenga un heredero.

Orianna tenía la mirada baja, perdida entre las hojas de su té.

—¿Y si fueses el príncipe?

Él bajó su taza.

—En ese caso probablemente no tendría opción, mis padres hubieran concertado mi matrimonio sin preguntármelo.

—¿Y renunciarías a tu amor por tus obligaciones o dejarías tus deberes por seguir a tu corazón?

La respuesta era sencilla, si la doncella a la que amaba le correspondiese, él hubiera dejado todo por estar a su lado, pero prefirió callar, pues eso no era lo que Orianna necesitaba oír en esos momentos, Arthur sabía que la princesa seguía pensando en la loba, y era consciente de que sufría por ello.

—¿Alguna vez te has enamorado? —le preguntó Orianna.

—Sí, una vez cuando era muy joven, fue durante un torneo en Altojardín, yo era prácticamente un niño y ella aún más, pero era la niña más hermosa que había visto, ni siquiera Ashara se le podía comparar —sonrió al recordarla —pero también era amable y gentil, recuerdo que a primera vista parecía ser la cosa más delicada que jamás hubiera visto, pero al conocerla me di cuenta que era astuta y más inteligente que cualquier persona que hubiera conocido antes, la amaba y soñaba con casarme con ella, pero era la hija de un señor muy importante, demasiado importante como para comprometer a su hija con el segundo hijo de una casa menor, fue entonces que juré convertirme en el mejor de los caballeros para tratar de ganarme la aprobación de su padre, pero aún más importante su amor, por eso comencé a participar en cuanto torneo existiese, pero al poco tiempo me enteré de que ya estaba prometida con un hombre que sí la merecía, así que me prometí olvidarme de ella y para conseguirlo me uní a la guardia real.

Rosa de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora