Capítulo 38.- Castamere

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Rhaegar Targaryen :

Rey de los siete reinos, rey de la plata, rey del mañana, el legítimo, el verdadero, el valiente, el triste, el dragón, esas eran algunas de la maneras en las que el pueblo se refería a él, había tantas que ya había perdido la cuenta, parecía que cada bardo le otorgaba un nombre diferente, pero todos concordaban en algo, él era el rey.

Suspiró, Rhaegar nació siendo el primogénito de un rey, nacido para el trono, le habían repetido una y otra vez cuando era tan solo un crío, de manera que aquel niño entendió que sería rey mucho antes de comprender lo que era un reino.

Nunca se había entusiasmado ante la idea de sentarse en el trono de hierro, pero tampoco lo repudiaba, lo veía como lo que era, una decisión de los dioses, pero no fue sino hasta que su padre comenzó a perder la cabeza y vio su próximo reinado cada vez más cercano que realmente sintió el peso que la corona conllevaba.

Y hasta hacía sólo un par de meses creía que la única manera en la que podría sobrellevar su reinado, era con Lyanna como su esposa , creía que solo a su lado sería capaz de encontrar momentos de felicidad en el trono de hierro, creía que con ella por las noches podría olvidar a la corte y al consejo privado, cuán equivocado estaba.

Con Lyanna podría olvidar de vez en cuando la corona, pero el destino de Rhaegar era convertirse en un rey, y un rey no podía darse esos lujos, esa era la realidad, la que Lyanna ignoraba pero Orianna comprendía, y era por ello por lo que su esposa era diferente.

Criada desde la cuna para manipular y aprovecharse de las situaciones, entrenada para moverse con soltura en la corte y siempre salir ganando sin importar la situación, la habían enseñado desde niña a aprovecharse de todos, incluyéndolo a él, pero en vez de utilizarlo como un peón en su ajedrez Orianna había escogido jugar a su lado, juntos.

Conocía a su rosa demasiado bien, ella jamás lo dejaría olvidarse de sus deberes reales, pero no tenía duda en que lo ayudaría a compartir el peso de estos, solo con ella se había permitido imaginar un futuro mejor para los siete reinos, con ella a su lado podría reformar las leyes del reino y hacer todos aquellos cambios que de niño había soñado.

Sacudió la cabeza, necesitaba concentrarse, miró a su alrededor, sus hombres iban de lado a lado preparando las cosas para su partida,  todo estaba tan calmado, era la tranquilidad que venía después de la tormenta, la paz que llegaba al terminar la batalla, el sosiego de los que habían vencido.

"Una batalla importante, pero no la guerra" pensó.

Ese campamento había sido su hogar por más de un mes, en la batalla más larga que jamas había peleado, pues después del intercambio de prisioneros con el viejo león, Rhaegar había decidido tomar el consejo del señor del nido de Águilas y separar a su enemigo, terminaría con el ejercito de su padre un general a la vez, empezando con los Lannister.

Pero había subestimado a Lord Tywin, el viejo león lo había engañado al hacerle creer que se dirigía a Roca Casterly y en realidad conducirlo a una pradera cercana a las ruinas de Castamere.

Robert no se había equivocado al afirmar que el león conocía sus tierras como nadie más, pues había logrado su cometido, un punto muerto en el que el primero en atacar o retirarse perdería sin duda la batalla, un mes habían estado ahí, un mes sin poder ni atacar ni irse, un mes en el que ambos bandos esperaban la llegada de refuerzos, lo cual nunca pasó.

Había perdido un mes, un mes en el que podría haber peleado por su rosa, estaban atorados, tendrían que esperar a que el ejercito de Harrenhal acudiera a su auxilio, pero lord Stark y lord Arryn también estaban atados de manos, pues marchar hacia el oeste sería la pérdida del castillo y eso era algo que no podían permitirse, por otro lado, en bastión de tormentas el joven Stannis Baratheon era asediado por el príncipe Lewyn Martell, la única esperanza de Rhaegar recaía en el pequeño ejercito del norte que comandaba Jorah Mormont de la isla oso, pero que aún estaba a semanas de distancia, no podían hacer nada, o al menos eso creía hasta la noche anterior, en la que Robert había entrado a su tienda con una sonrisa triunfante, lo había resuelto al lado de Ned, era el ataque perfecto que no solo los libraría del punto muerto, sino que también los haría ganar, el dragón sonrió, el ciervo no era un hombre que podría considerarse brillante pero en el campo de batalla era un aliado envidiable.

A la mitad de la noche ejecutaron el plan, fingieron retirarse, pero solo lo hicieron los sanadores, cocineros, cazadores y bardos, los soldados se esparcieron en los bosques cercanos, de manera que cuando el viejo león trató de atacarlos por la espalda sus soldados ya lo estaban esperando, sabía que los Lannister no pelearían de cara sino que tratarían de volver a su campamento y retomar el punto muerto, pero para cuando llegaron a este, ya había un centenar de caballeros esperándolos.

Todo había ido de acuerdo a lo planeado y para antes del amanecer tanto lord Tywin como su hermano y el resto de los grandes señores habían doblado rodilla, proclamando a Rhaegar como su rey.

El ejercito Lannister se unió a él, pero el rey no estaba seguro de poder confiar en el viejo león.

De cualquier forma partirían con el alba hacía Harrenhal para unirse con Lord Arryn y Lord Stark.

Rhaegar montó y se alejó del turbulento campamento, se adentró en la pradera donde la batalla había tenido lugar, tantos muertos, tantos cuerpos abandonados para ser carcomidos por las aves, tantas mujeres que nunca se reencontrarían con sus esposos, tantas madres que no verían más a sus hijos, tantos niños que quedaron huérfanos en un solo día, tantas vidas perdidas por recuperar solo una, pero ella valía la pena.

Escuchó el sonido de los cascos de un caballo a sus espaldas y se llevó la mano al pomo de la espada por inercia, pero se giró para encontrarse con Arthur.

—Han llegado dos cuervos y un jinete de Desembarco del rey.

—Espero que con buenas noticias —ironizó él, hacía tanto que no llegaban buenas noticias.

—Los inmaculados marchan hacía Harrenhal acompañados del resto de los hombres de la tierra de la corona, no deberían de tardar más de una semana en llegar, lord Arryn piensa que deberían de salir en su encuentro pues su ejercito es demasiado pequeño como para defender el castillo por su cuenta, pero solicita tu aprobación para actuar.

—Tiene razón, no tiene los suficientes hombres, pero salir en su encuentro sería casi un suicidio, —Rhaegar meditó por unos segundos antes de hablar —No tienen que defender todo el castillo, que escojan las mejores torres y se encierren hasta nuestra llegada, partiremos ahora mismo. —Arthur asintió —Dijiste que llegaron dos cuervos, ¿De dónde venia el otro?

—Altojardín, Mace comanda un ejercito de 50,000 hombres, marchan hacía bastión de tormenta para la liberar el asedio de Stannis y enfrentarse al príncipe Lewyn.

—¡Ese hijo de puta! ¡Su estupidez no hará más que condenarla a la muerte! ¡¿Cómo pudo Olenna permitirlo?! Juro ante los dioses que en cuanto lo vea lo asesinaré con mis propias manos —miró a Arthur —¡Puedes explicarme porque demonios estas sonriendo!

—Te olvidas de que también llegó un jinete de desembarco del rey, Orianna escapó, huyó en un barco a las ciudades libres, ahora mismo se esconde en Braavos con su hermana y el esposo de esta, Sallar Forys, el segundo hombre más rico del lugar, está a salvo.

Rhaegar no era capaz de emitir una sola palabra, pero sintió un enorme peso abandonar sus hombros, su rosa estaba a salvo, Arthur tenía razón nunca debió de haberse preocupado en primer lugar, había olvidado que su rosa era Orianna Tyrell, sonrió y se permitió tener esperanzas por primera vez en demasiado tiempo.

Rosa de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora