Capítulo 28.- Arthur Dayne

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Orianna no tenía ni idea de donde se encontraba su esposo, pero eso no importaba, los negocios con Alessa ya estaban arreglados y su hermana le había dado los dragones de oro que le había pedido, así que por ahora solo quería pasar tanto tiempo como pudiera al lado de Arthur, tomaban el té en la habitación de la princesa.

—Mañana por la noche partiremos a Altojardín —dijo Orianna.

—Eso significa que esta es nuestra última noche juntos.

—Así es.

Orianna se sentía abatida, era su ultima noche con Arthur, era su ultima noche de paz pues la guerra no tardaría en empezar y ella la iba a causar.

Sabía que lo seguiría viendo, pues Rhaegar le había pedido que lo acompañara durante la guerra y ella había accedido.

"Una mujer no pertenece en la batalla" su padre le había dicho en cientos de ocasiones.

"Pero una reina si" pensó.

Sabía que volvería a ver a Arthur, pero lo haría envuelta en sangre y dolor, lo vería brevemente durante las reuniones con los generales del príncipe, pero serían rápidas miradas que se dedicarían desde la distancia, después él partiría a la batalla y ella fingiría rezar al guerrero por su esposo, pero en realidad pediría por él, sabía que sería un suplicio verlo llegar ensangrentado y golpeado, sin poder hacer nada para ayudarlo.

Lo vería durante la guerra, quizá incluso pudiera encontrar una manera de estar cerca de él, pero no podrían estar en paz como en esos momentos.

Ella suspiro, por sus venas corría la sangre de los antiguos reyes del rejo, la sangre Redwynes, la sangre de su madre, la que le permitía mantenerse fuerte y soportar todo, incluso la muerte de sus hijos y el abandono de su esposo.

Pero en sus venas también corría la sangre de los mayordomos de Altojardín, la sangre Tyrell, la sangre de su padre, la sangre que la hacía querer refugiarse en los brazos de Arthur, era la que la hacía querer huir con la espada del alba a las ciudades libres para olvidarse de todo lo que tuviera que ver con los sietes reinos, pero sabía que era imposible, ni Arthur ni ella podrían hacerlo, no podrían olvidarse de todo en nombre del amor, ellos no eran como Rhaegar.

—Te voy a extrañar —le dijo Orianna y derramó una lagrima.

—No hables así, nos volveremos a ver, cuando todo termine.

Arthur se acercó y le secó la lagrima, la princesa lo observó, no era hermoso como Rhaegar, ni siquiera guapo como Jaime Lannister, su semblante era duro y comandaba respeto, su barba lo hacía parecer más viejo de lo que en realidad era, además de hacerlo lucir mucho más serio, la espada del alba iba a quitar su mano del rostro de ella, pero la princesa se lo impidió, sus manos eran callosas y duras, llenas de pequeñas cicatrices.

—Nos volveremos a ver, cuando la guerra termine y seas coronada reina al lado de Rhaegar, yo estaré ahí a tu lado, cuidándote como siempre.

Orianna derramó otra lagrima y él la secó, la princesa levantó la mirada y se encontró con los ojos violetas de Arthur.

—Será que por una noche podríamos olvidarnos de nuestras obligaciones, —dijo ella —Solo por esta noche podríamos dejar de ser la princesa y el guardia real, y volver a ser Orianna y Arthur.

Él se acerco y depositó un tierno beso en sus labios, era la primera vez que sus labios se tocaban, ella le correspondió.

Arthur la envolvió en sus brazos y ella se sintió segura, en ese momento nada le importaba, él la besaba con más pasión, con más intensidad, con desesperación.

Orianna se separó por un segundo, él la miraba anhelante, una guerra se aproximaba y sin importar cuanto tratara de negarlo, existía la posibilidad de que él muriera, tenía miedo de perderlo, la mera idea de vivir sin él la aterraba, quería estar con él y demostrarle que era suya.

Se llevó las manos a los listones de su vestido para desatarlo, pero Arthur la detuvo, le dio media vuelta y la abrazó por la cintura, recargó su cabeza en el cuello de ella, la princesa podía sentir su corazón latir intensamente y su respiración entrecortada, deseaba a su amigo con toda su alma, él la beso en el cuello y después la soltó, por un segundo sintió un escalofrió recorrer su cuerpo al perder el contacto, sintió miedo de que la hubiese dejado, pero antes de poder girarse para buscar a su amado volvió a sentir sus fuertes manos en la espalda, con sus torpes dedos trataba de desatar los listones.

Ella sabía que estaba mal lo que hacían, estaba por hacer el amor con un miembro de la guardia real, con el mejor amigo de su esposo, pero no le importaba, que los dioses la castigaran, no podrían ser más crueles con ella de lo que ya lo habían sido.

Rosa de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora