Capítulo 20.- Un viejo amor

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Los príncipes no se odiaban, pero ya no era lo mismo, ni siquiera la llegada de su pequeña había logrado reunirlos, Rhaegar estaba distante y ella seguía molesta por lo ocurrido en Harrenhal, prácticamente solo se veían cuando él iba a visitar a la bebé e intercambiaban unas pocas palabras.

—Orianna, un cuervo ha llegado de la fortaleza roja, mis padres desean conocer a Alysanne —dijo Rhaegar con su pequeña en brazos. 

—Pero... 

—Soy el príncipe heredero Orianna, y hasta que tengamos un varón Alysanne es mi heredera. 

—No creo que sea una buena idea. 

—Yo tampoco, pero no tenemos opción, si nos negamos a ir, el rey nos llamaría traidores a la corona. 

—Y esa sería nuestra excusa para llamar a nuestros vasallos e iniciar la guerra. 

—No puede ser desde aquí, te arriesgarías demasiado viajando a Altojardín cuando todo inicie. 

—Pero entonces... 

—Iremos a desembarco del rey y presentaremos a nuestra hija, nos quedaremos dos días, máximo tres y después iremos al dominio con la excusa de presentar a Alysanne a tu madre, y estando ahí esperaremos el más mínimo error de Aerys para atacar.

Ella asintió, le gustara o no, no tenían una mejor opción, partirían en dos lunas a ver al rey. 

Orianna por su parte no había permitido que la alejaran ni un segundo de su hija, ni siquiera aceptó a la nodriza que el maestre Colton había enviado, Alysanne era su hija y ella se encargaría de cuidarla.

Los días en Rocadragón eran todos iguales, grises y fríos, pero la princesa había decidido pasear por el castillo con su hija en brazos para aprovechar las pocas horas de sol que había en la isla, Arthur la seguía de cerca.

—Arthur no pretenderé que no sabes lo que sucedió entre Rhaegar y yo, así que dime, ¿Fui demasiado dura con él?

—Te lo dije en Harrenhal y te lo repito, mi lugar es protegerte no juzgarte.

La espada del alba caminaba a paso lento con Albor en su espalda. Paseaban cerca de los largos rompeolas del castillo, la marea estaba baja y eso se los permitía, escuchaban las olas chocando contra la isla.

—No, quizás como guardia real no sea tu lugar, pero como mi amigo sí lo es.

Arthur suspiró y se pasó una mano por su castaña cabellera, visiblemente incómodo con el tema.

—Rhaegar se equivocó al coronar a la loba, es comprensible que estés molesta yo también lo estaría si estuviese en tu lugar.

—Pero sigue siendo mi esposo, y me guste o no, mi destino está unido al suyo.

—El que sea tu esposo no significa que debas quedarte callada ante sus engaños y mucho menos después de la manera en la que te humilló, tienes todo el derecho a estar enojada Orianna y él lo sabe.

La pequeña Alysanne se movió en sus brazos, Arthur se acercó a ver a la pequeña, su hija sonrió al verlo.

—Tu hija es hermosa Orianna, casi tanto como tú.

Arthur no lo decía para coquetear, se lo dijo como un simple comentario, sin dobles intenciones, pero sus palabras revivieron la duda de la princesa.

—He esperado mucho tiempo para preguntarte esto Arthur, no puedo seguir viviendo con la duda.

—¿Qué sucede Orianna?

Su amigo era una persona de pocas palabras y contadas risas, Ashara solía decir que estaba siempre alerta, observando y analizando todo, pero con ella era diferente, con la princesa, se permitía relajarse y sonreír.

—En Harrenhal mencionaste que aún no olvidabas a esa niña de la que te enamoraste en Altojardín.

—Así es.

—Arthur ¿Existe la posibilidad de que yo sea esa niña?

—Si, siempre lo has sido —dijo él, entonces era cierto.

La espada del alba la amaba. Su Arthur la amaba.

—Lamento no poder devolver los sentimientos —dijo ella.

—Lo comprendo.

El rostro de su amigo se ensombreció por un momento, pero casi instantáneamente levantó la mirada y le volvió a sonreír.

—Pero te suplico que no por ello te alejes de mi lado, en este lugar solo tengo a mí hija y a ti, mi viejo amigo —Orianna le tomó el brazo.

Arthur asintió.

—Siempre estaré junto a ti Orianna, cuidándote.

Continuaron caminando juntos, en silencio, le gustaba estar cerca de él pues sentía que ahí estaba segura, era como cuando eran niños, corriendo en los laberintos de Altojardín con él a su lado siempre dándole coraje, huyendo de sus padres y tutores, huyendo de sus tareas y responsabilidades, con risas en el rostro y tranquilidad en el alma, sin preocupaciones, libres.

—Arthur si de verdad me amabas desde que somos niños, ¿Por qué nunca pediste mi mano? Mis padres te la habrían concedido gustosos, el gran caballero Ser Arthur Dayne, portador de Albor.

—Era el segundo hijo de un Lord de una casa menor —dijo él restando importancia al asunto.

—Desde pequeños ya eras una leyenda en los siete reinos, el niño que con 14 años ya había ganado más torneos que los que cualquier caballero podría soñar, no habría un solo hombre que te negase a su hija en matrimonio, incluso si el rey hubiera tenido una, la hubiera casado contigo.

—¿Por qué crees que me presente a todos esos torneos? ¿Por qué crees que siempre me obligue a ser el mejor? Quería estar seguro de que tu padre me aceptaría, pero después cuando estaba en un torneo en Vaith me enteré de que te habían ofrecido a la princesa de Dorne para casarte con Oberyn.

—Pero me rechazaron —recordó ella.

—Y fui el hombre más feliz de los siete reinos cuando me enteré, creí que había sido una bendición de los dioses, una segunda oportunidad para estar a tu lado, y después de ganar el torneo en la capital, me dispuse a cabalgar día y noche hasta llegar a Altojardín y pedir tu mano.

—Pero no lo hiciste, ni siquiera respondiste la carta de mi madre. 

—¿Cuál carta? —preguntó Arthur deteniendo su andar. 

—La que mi madre te envió, ofreciéndote mi mano en matrimonio. 

—Orianna, esa carta nunca me llegó, créeme, si lo hubiera hecho hubiera aceptado de inmediato.

—Supongo que ya es demasiado tarde para preguntarnos qué hubiera pasado. 

—Si, demasiado tarde —dijo la espada del alba y su sonrisa abandonó su rostro.

Rosa de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora