Capítulo 18.- Rocadragón

2.3K 205 11
                                    

El viaje hasta Rocadragón fue largo y agotador, pero Orianna estaba feliz de que su bebé continuara con vida en su vientre, Rhaegar la visitaba de vez en cuando, pero ella no quería hablar y él lo respetaba. 

La princesa viajaba sola pues Alessa organizaba a las espadas juramentadas en desembarco del rey y Ashara había viajado a Campoestrella para hablar con su hermano mayor sobre su posible matrimonio con Eddard Stark. 

Orianna estaba sola, lo estaba por primera vez en su vida, su infancia la había pasado rodeada de personas atraídas por los constantes torneos de su padre, y cuando dejo Altojardin para ir a casarse a la fortaleza roja, lo hizo seguida por una gran comitiva, integrada por su madre, Mace, Alerie y sus dos sobrinos, sus hermanas y las hijas de múltiples señores como sus damas de compañía, dispuestas a cuidarla y hacerla reír durante todo el día, una docena de caballeros que habían jurado seguirla a donde fuera y dar su vida por ella, sin embargo al darse cuenta de que los rumores de la locura del rey eran ciertos, despachó a todos de la capital con la promesa de que los volvería a llamar cuando fuera seguro, se preguntaba si algún día lo sería. 

Su única compañía consistía en Arthur, que viajaba a su lado tratando de hacer su trayecto más agradable.

Por fin habían llegado a Rocadragón, el castillo con paredes frías, interminables escaleras y el constante sonido de las olas rompiéndose, ese no era su hogar, Altojardin lo era, con sus vistas a los sembradíos de rosas que se extendían por kilómetros y kilómetros, su hogar era vivo y siempre estaba cálido, su hogar era el dominio, no ese frío castillo de piedra.

Rhaegar estaba a su lado, había cancelado su viaje a Refugio Estival para quedarse con ella, con el nacimiento de su bebé tan cerca, el príncipe no quería arriesgarse a perderse el momento, incluso cuando ella le había advertido que no lo quería presente. 

Pero por más que lo quisiera negar, la realidad era que lo extrañaba, extrañaba a su esposo y su reconfortante arpa, extrañaba a aquel Rhaegar que le había mostrado la fortaleza roja, extrañaba al príncipe que le había enseñado las cabezas de dragón a escondidas y que pasaba tardes a su lado en los jardines enfrente de la torre de Maegor, al que le había enseñado el septo de Baelor y sus catacumbas, extrañaba al dragón que había cantado para ella delante de su pueblo, extrañaba lo cercanos que eran.

Alguien tocó a su puerta y después de unos segundos, el rostro de Arthur apareció. 

—Buenas noches princesa, os traigo velas para pasar la tormenta, sé que no os gusta la oscuridad así que pensé que podrías necesitarlas. 

—Gracias Arthur.

—Por nada, la veré por la mañana. 

La espada del alba se fue, Orianna cenaba sola en sus habitaciones, sin septas, maestres ni damas de compañía, sin su esposo y sin su amigo, comía el estofado de pescado con papas que el cocinero había preparado para ayudarla a combatir el frío.

Un rayo tronó cerca de la torre de la princesa, la tormenta estaba ahí, el maestre les había informado hacía ya tres días que una se acercaba y que sería de las más fuertes que se hubiesen visto, las olas se rompían contra las paredes del castillo provocando fuertes estruendos, Orianna odiaba las tormentas, la hacían sentir indefensa y le recordaban que no podía tener el control de todo, sin importar cuanto lo intentara, la princesa se recostó en su cama con esperanzas de poder conciliar el sueño, otro rayo cayó, tan cerca que su habitación se iluminó por unos segundos, después vino el trueno que la hizo estremecer, la princesa sintió algo en ella moverse.

Miró hacia abajo y vio la sangre a la que tanto temía. Orianna gritó, y en un segundo Ser Myles Mooton ya estaba en su habitación.

—¡Es hora! —gritó ella.

—Pero majestad aún falta un mes.

—Trata de explicárselo al bebé Mooton.

La princesa gritó y Ser Mooton salió corriendo para buscar a la partera y al maestre.

Los gritos de dolor de Orianna traspasaban las paredes de Rocadragón, y se alternaban con los truenos que estremecían al castillo.

La puerta de sus habitaciones se abrió, Rhaegar entró y se acercó a ella.

—Sé que no me quieres aquí, pero...

Orianna no dijo nada, se limitó a tomar la mano de su esposo y aferrarse a ella, él le sonrió y sujeto su mano con cariño. 

Pero el dolor regresó, la princesa gritaba sin poder controlarse, sentía su vientre desgarrarse y no podía tan siquiera pensar. Jocey le dio un brebaje, pero no logró hacer que el dolor disminuyera. Había roto fuente y ese bebé peleaba por salir.

La princesa volvió a gritar, ya ni siquiera era capaz de decir que parte del cuerpo era la que le dolía, toda ella era una masa de dolor, ni siquiera sabía cuánto tiempo llevaba ahí encerrada, pujó otra vez y una enorme presión abandonó su cuerpo, ella se recostó y la partera se acercó a secar su sudor, Rhaegar depositó un beso en su frente, para después alejarse en busca de su bebé, Orianna estaba exhausta y se permitió quedarse así por un momento, y por primera vez escucho un débil lloriqueo demandando atención, estaba vivo, había dado a luz a un bebé que vivía.

—Felicidades majestad, es una princesa —anunció el maestre.

—Es hermosa —dijo Rhaegar acercándose a ella con su bebé en brazos.

Sonrió, su hija estaba viva, ella era la princesa que había sido prometida y Orianna se encargaría de que todos lo supieran. 

Rosa de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora