Arthur Dayne:
Más de cuatro años habían pasado desde la muerte de la rosa de fuego, de la reina del mañana, Orianna la benévola, la llamaban en la corte, pero el pueblo se refería a ella simplemente como la princesa, todos sabían que nunca habría otra persona capaz de portar el titulo, podría haber hijas de reyes o esposas de príncipes, pero en los siete reinos se sabía que no volverían a ver otra princesa. Ni siquiera a Daenerys, la hija póstuma de Aerys se le había permitido el titulo.
Tanto tiempo había pasado, y aún así Rhaegar seguía visitando sus cenizas todos los días al amanecer, Arthur lo acompañaba, tanto por obligación como capitán de la guardia real, como por gusto de poder visitarla. Hacía ya cuatro años que la había perdido, pero la herida aún seguía abierta.
Rhaegar estaba hincado delante de las urnas, las observaba con la mirada perdida y en algunas ocasiones incluso derramaba unas cuantas lagrimas, él por su parte esperaba recargado en la pared, no le gustaba acercarse demasiado, pues al hacerlo leía las inscripciones y el dolor se volvía tan fuerte que no podía soportarlo.
Aún recordaba el funeral en las escaleras del septo de Baelor, el septon supremo comentaba continuamente como nunca había visto una multitud igual, aseguraba que todo desembarco del rey había ido a despedirse de la princesa, y él le creía, pues los reportes de la guardia de la ciudad afirmaban que no había ni un alma en las demás colinas.
Obviamente los lugares más cercanos a la pira fueron ocupados por los nobles y las familias adineradas, cuyas caras denotaban una tristeza protocolaria, pero más atrás estaba el pueblo, el pueblo de la princesa que había ido a darle un último adiós, había madres y niños llorando, mientras que los hombres y ancianos entonaban el romance a los reyes del mañana, lamentándose por un futuro que nunca llegaría.
El bebé debía ser cremado tal y como dictaba la tradición de los Targaryen, pero Orianna era una rosa, no un dragón, y de acuerdo a la tradición no merecía un lugar al lado de los antiguos reyes, pero nadie se había atrevido a cuestionar al rey cuando ordenó que a su esposa se le diera el trato que hasta entonces había sido reservado para aquellos que poseían la sangre de Aegon el conquistador.
Ambos habían sido incinerados, y sus cenizas fueron depositadas en unas enormes urnas de mármol con grabados de oro y rubíes, los rubíes de la casa Targaryen y el oro de los Tyrell, tal y como Rhaegar lo había ordenado, representando a las dos casas, el rey había ignorado cientos de años de tradición con tal de darle a su esposa el lugar que se merecía, pero Arthur no podía evitar sentir que aquello no era correcto, ella no pertenecía ahí, Orianna debería de estar enterrada en el dominio, debajo de un árbol en la colina de las rosas, al lado de su padre, como ella siempre había deseado, y como acostumbraban los Tyrell, ella no pertenecía en ese solitario y frió lugar.
El rey Rhaegar había adquirido la costumbre de hablar con la urna de su difunta rosa, decía que extrañaba sus consejos y compañía, juraba constantemente que daría todo su reino con tal de poder volver a pasar una noche a su lado.
Arthur lo hubiera dado todo con tal de volver a escuchar su voz una vez más.
Él también conversaba con la urna, pero lo hacía desde la seguridad de sus pensamientos, le hablaba de Altojardín, de su madre y sus hermanas, de cuanto habían crecido Willas y Garlan, de sus nuevos sobrinos Loras y Margaery, le contaba sobre Ashara que finalmente había sentado cabeza con aquel chico norteño, Eddard, y como recién había nacido su primogénito, Robert.
La ronca voz de Rhaegar lo sacó de sus pensamientos:
—Hoy me caso Orianna, he tratado de postergar este día lo más que he podido, hubiera deseado no volver a contraer nupcias, pues sé que no podré ser tan feliz como lo fui a tu lado, pero mis consejeros no me lo permiten, Viserys es el único heredero al trono y su reciente fiebre tenía a todos en la corte temblando de angustia, con la muerte de mi madre, Viserys, Daenerys y yo somos los últimos dragones, —el rey sonrió, pero su rostro no mostraba más que tristeza —El dragón debe tener tres cabezas, y ahora solo somos tres, mis dos hermanos y yo, al igual que Aegon, —Rhaegar bajó el rostro y suspiró, antes de ser capaz de continuar hablando —Necesito un heredero mi rosa, y solo por ello acepto el compromiso, pero sabes que te extraño ¿verdad? sabes que te extraño con toda mi alma, extraño tus consejos, tu apoyo y sinceridad, te extraño tanto que a veces temo que tu recuerdo me lleve a la locura, y aunque hoy me caso con Lyanna, antes quiero decirte lo que ya sabes, que cada día espero con ansias el irme a dormir para poder volver a tenerte aunque sea por unos segundos en mis brazos, y quiero repetirte lo que te dije durante nuestra ultima noche juntos, en mis sueños no hay nieve, frío o invierno, sino un interminable campo de rosas durante una eterna primavera.
El rey pasó sus dedos por la inscripción y murmuró el nombre de su difunta esposa, para después levantarse y dejar a Arthur a solas en las criptas.
Él se acercó y también pasó sus dedos por la inscripción en letras doradas.
"Reina Orianna Targaryen"
"Ese no es su nombre" pensó, ella era una rosa, no un dragón. Después fue a la del bebé.
"Príncipe Rhaegar Targaryen"
Y al leer el nombre la misma duda llegó a su cabeza, era la misma que lo acechaba desde aquel día en la sala del trono, las palabras de Varys daban miles de vueltas en su cabeza:
"La princesa expresó sus deseos de que lleve el nombre de su padre".
La espada del alba se hizo la misma pregunta que se había hecho millones de veces desde aquel día, se preguntó si en vez de Rhaegar, la urna del bebé no debería de decir Arthur.
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Rosa de Fuego
FanfictionOrianna Tyrell, la hija favorita de la reina de las espinas, fue la escogida para desposar al príncipe heredero, Rhaegar Targaryen, sin embargo desde el día de su boda ella sabe que su esposo ama a otra, todo esto sumado a su incapacidad de darle un...