Capítulo 37.- Huida

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Orianna se había acostumbrado al encierro en el que vivía, se había acostumbrado a no hacer nada más que mirar las velas derretirse y jugar con la cera caliente, 107 días llevaba encerrada o al menos eso creía, 107 veces los guardias le habían llevado comida, se recostó en su lecho y suspiró, su única verdadera distracción eran las continuas visitas que le hacían tanto Varys como sus pajaritos, le llevaban golosinas y noticias del estado de la guerra.

Rhaegar se había enfrentado al ejercito de Tywin Lannister y había ganado tanto en la batalla en descanso del caminante como en la del río oscuro, provocando que los Lannister retrocedieran y abandonaran la tierra de los ríos, para refugiarse en la seguridad de las montañas del oeste, pero el ejercito de su esposo los había seguido hasta el colmillo dorado, la puerta de entrada a las tierras del león, ahí nuevamente se habían enfrentado, y si bien era cierto que no había sido vencido, tampoco se podía decir que ganó la batalla, su esposo había logrado capturar a lord Kevan, el hermano del viejo león, pero lord Hoster, señor de Aguasdulces, había caído en las garras de los Lannister.

Ella estaba segura de que ambos frentes estarían de acuerdo en un intercambio de prisioneros, el viejo león haría lo que fuera por perder tiempo, pero su esposo no podía darse ese lujo, pues con cada día que pasaba Aerys se volvía más poderoso, Rhaegar tenía que ganar en todas sus batallas pues en los demás frentes el panorama no parecía muy alentador, debido a que en bastión de tormentas por cada pelea que ganaba el joven Stannis Baratheon perdía otra ante el príncipe Lewyn Martell de Dorne.

Orianna se giró en su cama para quedar frente a la pared, suspiró, la noche anterior un pajarito de Varys llamado Illio la había visitado, ella no podía hacer más que repetir sus palabras una y otra vez, le había llevado unos pequeños bizcochos de manzana envueltos en telas de lino, y un fresco brebaje de moras de las islas del verano, que sin duda ayudaba a amortiguar el intenso calor que aún rodeaba desembarco del rey, la princesa le dio un trago, pero al bajar la cantimplora se dio cuenta de la mirada anhelante del niño.

—¿Quieres un poco? —preguntó ella.

El niño negó con la cabeza, se mantenía alejado de ella, incapaz de acercarse, pero la miraba con los ojos brillando.

—¿Es usted la reina? —preguntó él con un hilo de voz.

—No, la reina Rhaella vive en el torreón de Maegor, yo sólo soy la esposa del príncipe Rhaegar.

Illio sonrió lleno de emoción, y por un momento ella volvió a tener esperanza.

—Si, es usted —afirmó él en un pequeño grito de emoción —Usted es la reina del último dragón, del rey de plata, del rey Rhaegar, su esposo pelea ahora mismo en el oeste por recuperarla, dicen que no hay nadie capaz de detenerlo, que da oportunidad de hincar rodilla a todos los hombres a los que se enfrenta, pero con un sólo golpe mata a aquel que se niega, dicen que no le importa el trono de hierro, ni los siete reinos, que lo único que desea es volver a verla, —el niño se detuvo por unos segundos para recuperar el aliento —y a su lado pelea la espada del alba, el mejor caballero de los siete reinos, cuando crezca yo quiero ser como él.

A Orianna le hubiera gustado decirle que si se esforzaba algún día lo lograría, pero las palabras no podían dejar su boca, tenía un nudo en la garganta y otro en el alma, un nudo que no había logrado destrabar durante toda la noche posterior, después de todo ni Varys ni los pajaritos le habían mencionado a Arthur durante los días de su encierro, mientras que ella por su lado no se había atrevido a preguntar por miedo a escuchar una verdad que no pudiera soportar, pero ahora todo había cambiado, Arthur vivía, su corazón la desobedecía y se aceleraba al pensar en él, pero Rhaegar también lo hacía, exhaló, tenía tanto por pensar, tanto que decidir, tantos sentimientos por definir.

Rosa de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora