Capítulo 33.- La sala del trono

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Orianna se despertó con el leve movimiento del andar del caballo y los rayos del sol en su rostro, viajaba en los brazos de uno de los hombres de la casa Blount, la llevaban atada por las muñecas, mientras que Jaime Lannister viajaba a sus espaldas igualmente atado.

La princesa sentía el inminente deseo de llorar cada vez que pensaba en el día anterior, nunca podría olvidar aquella imagen del claro incendiándose con fuego valiryo, pero aún peor era el recordar los cuerpos mutilados de Edam, Selira y su pequeño Daris, ellos eran sus amigos, con los que había pasado días enteros jugando en los jardines de su castillo cuando eran niños, y ahora estaban muertos por su culpa.

Ella y el joven león llegaron al castillo de la casa Risley y al traspasar los muros por fin pudo sentirse tranquila, pero el sentimiento fue pasajero, pues al entrar a los comedores del fuerte se encontraron con los cuerpos asesinados de la familia del claro y a la montaña detrás de ellos, acompañado por 15 capas doradas, todos listos para capturarlos, el chico Lannister quiso pelear, pero ella se lo impidió, era una lucha inútil, se entregaron pacíficamente, fueron atados y montados a los caballos, listos para partir a desembarco del rey.

Estaban a punto de llegar a la ciudad cuando se detuvieron, la montaña se acercó a ella y la tomó por los cachetes, estrujándola, la obligaba a mirarlo.

—Estamos por entrar a la ciudad princesita, pero no trate de hacer una escena, sé que su pueblo la quiere y harían lo que sea por salvarla, pero nunca lo lograran, no tienen espadas y nosotros sí, los mataríamos hasta con los ojos cerrados ¿Eso es lo que quiere princesita? ¿Qué más gente muera por su culpa?

La montaña la soltó de golpe, tan fuerte que si no hubiera sido por los brazos del chico que la sostenía sin duda hubiera caído.

—Majestad ¿Se siente bien? —preguntó con voz temblorosa.

Miró el rostro del chico, aún era un niño, quizá ni siquiera pasaría de los catorce años, quizá aún soñaba con convertirse en un caballero.

"Pobre crío no hace más que seguir ordenes" pensó.

—Me gustaría un poco de agua —dijo ella y el chico obedeció de inmediato, llevando la cantimplora a los labios de la princesa —También para mi guardia por favor.

Y otro de los hombres llevó agua al joven león, que la tomó de mala gana.

El chico que viajaba con ella desmontó, hacerla entrar a la ciudad en los brazos de un hombre levantaría demasiadas sospechas.

—La estaré observando princesita —le recordó la montaña, acto seguido reanudaron su camino y antes del atardecer ya estaban ante las puertas de desembarco del rey.

Orianna entró montando por su cuenta, pero rodeada de los hombres del rey, el pueblo lo notó inmediatamente, todos la miraban con extrañeza preguntándose que era lo que sucedía, buscaban la mirada de su princesa en busca de respuestas, pero ella intentaba encontrar a alguien más, y los halló, hombres y mujeres de considerable musculatura la veían desde la multitud que se congregaba a su alrededor, todos con espadas en sus costados y una rosa roja en la solapa, eran sus rosas, sus hombres, sus espadas juramentadas, ella sabía que con solo una palabra y habrían atacado, y de su lado tendrían al pueblo, eran suficientes como para ayudarla a escapar, una sola palabra, un sólo movimiento y hubieran atacado, con sólo una palabra recuperaría su libertad, "Pero ¿Cuantos tendrían que morir para liberarme?" Pensó.

Orianna los ignoro y continúo con la vista al frente. Su libertad no valía la vida de un hombre, mucho menos la de cientos.

Entraron a la fortaleza roja y descabalgaron en los establos, el chico desató sus muñecas, pero no las de Jaime, Orianna movió sus manos tratando de recuperar la circulación perdida, las cuerdas le habían abierto la piel, y sus muñecas sangraban ligeramente, pensó en pedir un pañuelo para limpiarse las heridas, pero descartó la idea, quería que todos en la corte y el consejo privado vieran la manera en la que había sido tratada.

Rosa de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora