Capítulo 3.- El príncipe que fue prometido

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Los gritos de la princesa traspasaban las paredes de la fortaleza roja.

Orianna gritaba sin poder controlarse, su vientre le dolía como si lo estuvieran desgarrando de adentro hacia fuera, no podía tan siquiera pensar, miró sus manos, estaban cubiertas de sangre caliente, su sangre.

Jocey, su partera, le dio un brebaje con la promesa de que le ayudaría, pero no importaba lo que hacía el dolor no disminuía.

—Llego el momento majestad —dijo el maestre.

No, no podía ser, su bebé apenas llegaba al séptimo mes, aún no podía nacer, era demasiado pequeño, no lo lograría, pero ya no había vuelta atrás, había roto fuente y ese bebé peleaba por salir.

Ella estaba encerrada en su habitación dentro de la bóveda de las doncellas con sus dos parteras y el maestre Colton para ayudarla, pero le faltaba su esposo, Rhaegar no estaba, había partido a Refugio Estival la noche anterior, y aunque tanto un jinete como un cuervo habían sido enviados ante el primer signo de dolor de la princesa, la realidad era que nadie creía que su esposo llegaría a tiempo.

La princesa volvió a gritar, ya ni siquiera era capaz de decir que parte del cuerpo era la que le dolía, toda ella era una masa de dolor, ni siquiera sabía cuánto tiempo llevaba ahí encerrada.

Miró al maestre Colton, y en su rostro vio la preocupación, lloró, y sus lágrimas se mezclaron con su sudor, no podía soportarlo más, no quería soportarlo más, estaba demasiado cansada, necesitaba un pequeño descanso, la poca energía que le quedaba se agotó y sus ojos se cerraron, no podía.

—¡Majestad despierte! —escuchaba la voz de Jocey, pero sus gritos le resultaban lejanos.

Sentía las manos de la partera sacudirle los hombros, pero su contacto se debilitaba con cada segundo que pasaba, estaba demasiado cansada, ya no escucha los gritos, ni sentía el contacto de las personas que la rodeaban, ya no sentía dolor, ya no sentía nada.

—¡Majestad despierte! —gritó el maestre.

Reabrió los ojos para encontrarse en los brazos de Jocey, su partera le sostenía la cabeza, mientras le ponía un trapo impregnado de un aroma agrio debajo de la nariz.

—Tiene que ser fuerte majestad, falta poco, ya puedo ver su cabeza, un último intento.

Orianna lloró, ya no podía, reunió las pocas fuerzas que le quedaban, pujó otra vez y una enorme presión abandonó su cuerpo, ella se recostó, Jocey se quedó a su lado, sosteniéndole la cabeza y secando su sudor.

—Lo hizo muy bien majestad —la animó su partera mientras le acariciaba el cabello —ya puede descansar.

Estaba exhausta y se permitió quedarse así por un momento, esperando un llanto que nunca llegó.

—No sobrevivió majestad —declaró el maestre entre susurros.

No, no podía ser verdad, el maestre Colton estaba mintiéndole.

—Démelo —ella exigió ante el maestre que la miraba perplejo —Le exijo que me dé a mi hijo.

Él obedeció y le paso al bebé envuelto en una manta, lo miró, su hijo era tan pequeño y delgado, con la cabeza demasiado grande para su minúsculo cuerpo y con la piel tan delgada que Orianna podía ver sus venas, lloró, era un príncipe de cabellos plateados y ojos violeta, era el príncipe que fue prometido, era su pequeño Aemon, que yacía muerto en sus brazos.

—¡No! —la princesa gritó, era el sonido de un alma rompiéndose.

—Si me permite, prepararé el funeral del joven príncipe —el maestre se acercó para quitarle a su Aemon de los brazos.

—Váyanse, os ordeno que me dejen sola, no quiero que nadie entre a esta habitación hasta que yo lo diga —ella ordenó y los demás no tuvieron más opción que aceptar y dejarla sola.

Orianna lloró y lloró hasta que no le quedaron más lágrimas, miró a su alrededor, por sus ventanas ya no se veía el sol, la luna brillaba en su lugar.

Las puertas de su habitación se abrieron y Rhaegar entró, su esposo la encontró aún con el cuerpo del bebé en sus brazos, él se acercó a su esposa, que era un mar de llanto en una cama de sangre, la abrazó y le secó las lágrimas, le dio palabras de aliento y la besó en la sien, se quedó a su lado hasta que se calmó, incluso en esos momentos su esposo permanecía calmado pues sabía que tenía que mantenerse fuerte por los dos, le quitó al príncipe de los brazos y lo miró, después depositó un beso en su frente y se lo entregó al maestre para que preparara el funeral, mandó llamar a las doncellas para que asearan a la princesa y ordenó cambiar la cama por una nueva, cuando todo estuvo listo, él se recostó a su lado y la abrazó hasta que se quedó dormida.

Ese era el segundo aborto de Orianna, ya llevaban dos años casados y aún no podía darle un heredero a su esposo, ni varón ni mujer, primero había sido su Jaehaerys y ahora su Aemon.

No podía reclamarle nada a Rhaegar, porque todo era su culpa, era ella la que no era capaz de tener un bebé, sentía el corazón de su esposo latir a su lado y eso la tranquilizaba, él era el hombre perfecto, no se podía quejar de nada, era el perfecto príncipe y el perfecto esposo, no había un sólo día en que no pasase tiempo con ella, a veces durante el almuerzo y a veces durante la cena, pero diariamente la visitaba, conversaba con ella, la hacía reír y todas las noches las pasaba a su lado tratando de concebir un heredero, pero ella no lo lograba.

Su esposo era el hombre perfecto, pero Orianna no podría sentirse más infeliz a su lado.

Su matrimonio era tan diferente de como lo había imaginado, Rhaegar estaba a su lado, pero a pesar de que sus palabras y acciones le decían lo contrario Orianna podía ver en sus ojos que él no la amaba.

Era una princesa, casada con el príncipe perfecto, viviendo la vida que cientos de doncellas soñaban, pero por algún motivo no podía dejar de pensar en su hogar.

Rosa de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora