Capítulo 40.- El final

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Arthur Dayne:

Ocho días había durado la batalla de desembarco del rey, pues Rhaegar había rechazado el consejo de Mace de establecer un asedio a la ciudad, miles morirían si lo hacían, así que por orden del rey los soldados tratarían de tirar la puerta de los leones, durante seis días habían tratado de derribar la puerta sin conseguir nada, comenzaban a perder las esperanzas cuando el pez negro llegó con la noticia de que la puerta vieja estaba abierta, un grupo de rebeldes habían matado a los guardias y abrieron las puertas para ellos, ya una vez adentro, tan solo les tomó un par de horas acabar con los inmaculados.

La ciudad y el reino ya pertenecían a Rhaegar. 

Habían perdido cientos, sino es que miles de hombres, siendo los más importantes Hoster Tully, Rickard Stark y Roberth Baratheon, el viejo lobo había muerto peleando al lado de sus dos hijos durante los primeros momentos de la batalla, murió al desviar una lanza que se dirigía al corazón de su primogénito.

"Murió con honor, murió como un Stark" había afirmado Ned cuando Rhaegar se había acercado a preguntarle por sus ánimos.

En cambio la muerte de Robert había sido tan diferente, había muerto tan solo unos momentos antes de conseguir la victoria, había muerto peleando al lado de Rhaegar, un lancero logró tirarlo del caballo, mientras que otro hombre aprovechó para robar su mazo a dos manos y le destrozó el pecho con el, el mismo hombre había intentado cortarle la cabeza, pero Rhaegar se lo había impedido, un hombre tan valiente como él no merecía morir de una manera tan poco digna, el demonio de Harrenhal murió como un héroe, susurrando el nombre de una mujer con su último aliento.

 El ciervo estaba muerto y el dragón sin duda lo lamentaba, Rhaegar y Robert no se habían convertido en amigos, pero eran compañeros de batalla, casi parecía que habían nacido para pelear al lado del otro, pues por si mismos eran buenos guerreros, pero al unirse peleaban como los siete reinos no habían visto desde los tiempos de los héroes.

La guerra había terminado, los inmaculados estaban muertos y las pocas capas doradas que habían quedado habían hincado rodilla, la ciudad había caído, habían ganado, pero la ciudad era un desastre, siendo la colina de Rhaenys la que se había llevado la peor parte, pues en esos mismos instantes era consumida por fuego valyrio.

—Aún no suenan las campanas —le recordó Arthur al rey.

—Ni lo harán hasta que Aerys esté muerto.

El rey suspiró, el trono de hierro era suyo, pero todos sabían que eso no le importaba, Rhaegar estaba impaciente por mandar un barco a Braavos para recuperar a Orianna.

—Alteza —Connigton llamó su atención a sus espaldas, caminaba con una musculosa mujer de piel bronceada a su lado —Esta mujer es la líder del grupo de hombres que abrieron la puerta vieja para nosotros.

—Esta mujer tiene nombre, esta mujer llamarse Orolla Nestanar.

—¿Y por qué esta mujer traicionó a su rey? —preguntó Rhaegar.

—Esta mujer no tener rey, esta mujer no servir a nadie más que a mujer.

—¿Y quién es la mujer? ¿Acaso eres tu? ¿Solo te sirves a ti misma?

—La mujer es rosa roja.

Arthur puso atención en Orolla y notó por primera vez la rosa roja que tenía bordada en la solapa de la capa.

—Orianna... —susurró Rhaegar y Orolla asintió —Mi rosa está a un mar de distancia y aun así encontró la manera de ayudarme.

El rey sonrió, pero ella lo veía con desconfianza.

Rosa de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora