Capítulo 22.- Bóveda de las doncellas

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Orianna llevaba dos semanas encerrada en la bóveda de las doncellas, ella y Rhaegar no pudieron partir a Altojardín pues el maestre Colton dijo que la condición de su pequeña era demasiado delicada, y un viaje como ese podría terminar por matarla.

La temperatura de Alysanne estaba por los cielos y no daba señales de mejorar, Orianna no dudaba al afirmar que se había tratado de un envenenamiento por parte del rey, pues antes de dejar a su hija ella contaba con una excelente salud, pero en el momento en que el maestre Pycelle la sostuvo la bebé había enfermado, pero el maestre Colton descartó la idea diciéndole que no había ningún veneno que proporcionara los síntomas que la niña estaba experimentando.

La princesa se encerró en sus habitaciones y solo permitía al maestre Colton, Alessa y Arthur entrar, no quería ver a nadie más, incluso Rhaegar había dejado de visitarla al darse cuenta que Orianna lo culpaba por la enfermedad de su hija, pero sabía que también su esposo se encontraba devastado por la salud de Alysanne, Arthur le había confesado que esa misma tarde partirían a Refugio Estival con el príncipe, era el lugar que su esposo visitaba cuando se sentía melancólico, o cuando simplemente quería huir de sus responsabilidades.

Orianna estaba sentada en los cojines de su habitación con su hija en brazos mientras tomaba el té con Arthur.

—Aveces me pregunto si hubiera sido como Rhaenys o como Visenya.

—¿De qué hablas Orianna?

—Mi Alysanne, ¿Hubiera sido una hermosa princesa o llevaría en el alma el deseo de esgrimir una espada?

Arthur bajó su taza y la miró directo a los ojos.

—No hables de esa manera Orianna, tu hija aún vive, la tienes ahora mismo en tus brazos.

—No me des falsas esperanzas Arthur, incluso el maestre Colton ha dejado de hacerlo, la pregunta no es si mi hija morirá, sino cuándo lo hará.

La princesa lloraba y ni siquiera los mejores intentos de Arthur la podían calmar, su amigo al verla desgarrada por la enfermedad de su hija se olvidó de la decencia y los correctos modales y se levantó de su cojín para sentarse al lado de Orianna, la espada del alba la envolvió con sus brazos y ella enterró su rostro en el pecho de él, su pequeña Alysanne estaba en medio de ambos.

—Quizá sería ambas —dijo él en un último intento por distraerla.

—Quizá, aún recuerdo que de pequeña yo soñaba con ser la mejor arquera de los siete reinos.

—Yo también lo recuerdo, corrías por los laberintos de Altojardín con el arco que habías robado de las caballerizas, ¿Qué paso?

—Mi padre no quería y me di cuenta de que la felicidad que me traería el arco sería nada comparada con la tristeza que me provocaría ver a mi padre preocupado.

Arthur apoyaba su mentón en la cabeza de Orianna y le acariciaba la espalda tratando de calmarla.

—¿Por qué siempre haces eso?

—¿Hacer qué?

—Poner los sentimientos de todos por encima de los tuyos.

—Podría preguntarte lo mismo Arthur.

—Supongo que realmente estábamos hechos el uno para el otro.

Y por un breve momento Orianna sonrió, pero después la realidad volvió a ella, tocó la mano de Arthur y sintió su piel, le gustaba sentir las callosidades que tenía, le gustaba pasar sus dedos por las cicatrices de su amigo, era una costumbre que había adquirido en Rocadragón cuando nadie los veía.

Rosa de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora