Capítulo 31.- La princesa del pueblo

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Jaime Lannister:

Jaime miraba a su alrededor, el atardecer se colaba a la fortaleza roja y la hacía perecer aún más majestuosa. A diferencia de los días anteriores no se encontraba en la torreón de Maegor a las puertas de la reina, o siguiendo al rey loco a todas partes, ese día estaba en la bóveda de las doncellas cuidando los aposentos de la princesa, pues Ser Arthur, su guardia usual, había ido a los embarcaderos, el pueblo estaba enojado y fueron necesarios tres capas blancas y una docena de capas doradas para lograr que el príncipe dragón llegara hasta el barco de la princesa Elia.

Tanto el príncipe como la espada del alba le habían pedido enérgicamente cuidar con su vida a Orianna, la tarea no era difícil, pues si bien la princesa antes del torneo de Harrenhal solía no dejar pasar más de tres días sin salir de la fortaleza, la realidad ahora, era que desde la enfermedad de su hija Orianna había cambiado, tan sólo salía para pasear por los jardines y al cabo de una hora volvía.

Y casi como si la hubiera invocado, la princesa salió de sus habitaciones, pareció sorprenderse de verlo en el lugar de la espada del alba.

—¿Dónde esta Arthur? —preguntó ella.

—Ser Arthur acompañó al príncipe a los puertos de la ciudad, el rey lo envió a recibir a la princesa Elia de Dorne y a su comitiva.

La princesa asintió y acomodó su vestido, él al igual que prácticamente cualquier hombre de la corte no podía evitar mirarla, era una mujer excepcional, siempre había pensado que encarnaba todo aquello que una princesa debía de ser, era encantadora, bondadosa y gentil, era hermosa a su manera, no como Cersei por supuesto, pero poseía una belleza delicada que la hacia lucir frágil, él mismo sentía la necesidad de protegerla a toda costa, incluso más allá de sus deberes como miembro de la guardia real.

Sin duda sería una reina de la cual los bardos cantarían durante cientos de años. Ella levantó la mirada y él pudo apreciar sus ojos, no eran azules o verdes, mucho menos violetas como los de la casa Targaryen, sus ojos eran avellana, o quizá incluso cafés dependiendo de la luz, pero brillaban con un calor excepcional, un cálido brillo que lo hacía sentir como si todo fuese a estar bien.

—Yo también deseo visitar algunos lugares de la ciudad Ser Jaime, acompañadme.

—No creo que sea conveniente majestad, la gente está molesta con la corona por las ejecuciones del rey.

Las masas abucheaban a cualquier miembro de la corte que se atreviera a cruzar las puertas de la fortaleza roja, y si los consejeros del rey temían por su vida, no podía entender como la princesa podía tan siquiera pensar en salir.

—Y tienen todo el derecho de estarlo, andando.

—Pero Ser Arthur me ordenó cuidarla.

La espada del alba parecía estar nervioso de alejarse de la princesa, le había dicho que la cuidara con su vida, él sabía la gran amistad que Ser Arthur y la princesa tenían desde la infancia, seguramente el guardia sabía la situación del castillo y temía por la seguridad de su amiga.

—Y ahora yo le ordeno que me acompañe —la voz de la princesa era delicada y gentil, pero cuando daba una orden no titubeaba ni un poco.

—Entonces déjeme llamar más guardias, como precaución.

—Eso no será necesario.

Ella dijo y empezó a caminar hacia la ciudad, sin darle más opción al joven león que seguirla.

La primera parada fue el septo de Baelor, dónde la princesa después de dedicar una oración al guerrero y a la madre, entregó monedas de cobre a todo aquel que estuviera presente, sabía que los Tyrell tenían dinero, pues eran la segunda casa más rica, tan sólo superados por los Lannister, pero la forma en la que la princesa lo gastaba le sorprendía, pues mientras que Cersei gastaba fortunas en vestidos y joyas, Orianna lo hacía repartiendo dinero entre el pueblo, gustaba de patrocinar a bardos y juglares para que cantarán en las plazas, y se aseguraba de que los carromatos del dominio siempre llegaran a tiempo, cuando la fuente que suministraba de agua la calle de la harina se había roto y el rey se había negado a pagar para reparla, ella lo había hecho, se decía que pagaba en secreto las pasantías de herreros, carpinteros y sastres, además de ser conocido por todos que era la principal benefactora del asilo y el orfanato de la ciudad.

Rosa de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora