Capítulo 34.- Altojardín

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Rhaegar Targaryen:

Rhaegar recorría los pasillos del castillo tan rápido como podía, Olenna Tyrell lo esperaba en su despacho privado para hablar con él, el príncipe seguía a Mace a través de las arboledas, los estanques y las columnatas de mármol, el lugar era justo como su esposa lo había descrito, un paraíso en la tierra, pero no tenía ojos para apreciar el la belleza de Altojardín, pues con cada paso que daba no podía dejar de pensar en Orianna, ese era su hogar, el lugar que la había visto crecer, a donde su rosa siempre había anhelado volver, pero ahora esa posibilidad se veía cada vez más lejana.

Caminaba con Arthur a su lado, la espada del alba aún conservaba la mirada triste y melancolica que lo acompañaba desde la perdida de Orianna, el trayecto hacia Altojardín había sido largo y tedioso, días continuos encerrado con sus hombres en la embarcación, días completos sin nada que hacer, días enteros en los que en su pensamiento solo rondaba una idea, hacer pagar a Arthur por lo sucedido.

Pero el último día abordo de la galera su ira se había aplacado, cuando a la mitad de la noche había divisado en el barandal de la proa a Arthur, se había acercado a él y había observado su rostro, tenía lagrimas corriendo por las mejillas y los ojos rojos, demostrando que no habían sido las primeras.

Se colocó a su lado, la espada del alba miraba la luna y con voz entrecortada le confesó:

—Sabes que hubiera muerto antes de permitir que Aerys pusiera un brazo sobre ella ¿verdad? —él asintió, las palabras de Arthur se sentían como la confesión de un moribundo, de una persona que tiene que desahogar su alma —Creí estaría a salvo con el chico Lannister sino nunca me habría separado de su lado, creí que quedándome con Barristan estaba poniéndola a salvo, que idiota fui.

En ese momento al escuchar las palabras de su amigo, pudo volver a respirar, no era culpa de Arthur, en esos momentos de desesperación necesitaba a alguien en quien volcar su ira y la espada del alba había sido el blanco más fácil, pero en su lugar probablemente él habría hecho lo mismo.

—No es tu culpa, era una trampa, sabían que trataríamos de protegerla y lo utilizaron en nuestra contra, pero basta ya de lamentaciones, mi padre la tiene ahora entre sus garras y por eso necesito tu ayuda, necesito que me ayudes a recuperarla.

—No saben lo que han hecho, Orianna es la princesa más querida que han visto los siete reinos, nadie dudara en pelear en su nombre. Los mismos remeros de Noros me han dicho que si necesitamos hombres están dispuestos ha aprender a utilizar una espada y estoy seguro de que no serán los únicos.

—Conozco a mi padre mejor que nadie Arthur, y soy consciente de lo que es capaz de hacer, y si bien mis instintos me dicen que llame a un ejercito en estos momentos y ataque desembarco del rey, mi cerebro y corazón me dicen que no lo haga, tengo miedo de lo que le pueda hacer si decido atacarlo.

—Encontraremos una manera Rhaegar, la recuperaremos.

Su amigo le sonrío, su amigo, le parecía tan raro llamar a Arthur de esa manera pues sabía que en realidad eran rivales, dos enemigos que se enfrentaban por el amor de la misma mujer, suspiró, eso no importaba ahora, ya se ocuparía de ello cuando volviera a tener a su esposa entre sus brazos, por lo pronto, el príncipe dragón y la espada del alba se unirían para recuperar a su rosa.

Ambos seguían a Mace, que los guiaba hacia el despacho personal de la madre de Orianna.

Recién cruzaron las puertas, la reina de las espinas recibió al príncipe con una bofetada en la mejilla izquierda, para ser una anciana, aún conservaba cierta fuerza.

—¡¿Cómo te atreves a presentarte aquí sin mi hija?!

La señora de Altojardín trataba de mantener la compostura, pero a kilómetros de distancia se notaba que no lo estaba logrando, sus ojos estaban rojos por las lagrimas derramadas y su voz temblaba al pensar en Orianna. Él quería decirle que se sentía igual, que también luchaba para no derramar lágrimas cada vez que pensaba en su rosa, que se sentía como el peor de los hombres y que haría todo por tenerla de vuelta, pero antes de poder pronunciar una palabra la anciana ya le estaba gritando.

Rosa de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora