29. No amarte es un peligro

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—¿Me escuchas?—oí la voz lejana de una mujer—. Cielo, ¿me estás escuchando?

Quería reaccionar con mi cuerpo, pero no hallaba la manera. Solo me sentía en una nada que me impedía percibir cualquier rastro del exterior.

Ecos inundaban mi mente. 

—Sus signos vitales están bien—oí la voz de un chico por algún lugar—. Solo debió ser el impacto del choque.

—Aún así tiene que estar bajo observación—dijo la mujer—. Pongamosla en la camilla.

"No pasa nada mi Cielo"

Aquella frase hizo que reaccionara, pues la voz que la dijo era nada más y nada menos que la de mi madre. La sentí tan clara en mis oídos, que sin poder evitarlo abrí mis ojos atónita.

Cuando miré lo que pasaba a mi alrededor, vi a dos chicos de mediana edad mirándome con su uniformes de paramédicos. Una ambulancia brillaba a un costado, aunque no hacia el insoportable ruido. Solo las luces de colores alumbraban nuestro alrededor. 

Asustada por lo que pasaba a mi alrededor, empecé a hiperventilar. Internamente temía por que me haya pasado algo grave. Solo me imaginaba a mi misma sin algún miembro del cuerpo, o con alguna hemorragia que me mataría.

Desesperada por mi situación, empecé a examinar cada parte de mi cuerpo que estaba sobre el asiento trasero del taxi. Sorprendentemente no hallé ningún rasguño, aunque si me dolía un poco el cuerpo. 

—Tranquila, Cielo—me dijo una chica sonriente—. Todo está, bien. No tienes nada grave.

—¿Qué me pasó?—hablé, mientras me tocaba la cara buscando alguna herida de muerte.

—Sufriste un desmayo, pero descuida tus signos están bien. Ahora te llevaremos al hospital para que te hagan los chequeos de rutina—ella intentó ponerme el cuello ortopédico, pero yo la detuve.

Moví mi cuello de un lado a otro, y la verdad no sentí nada. 

—Cielo, no hagas así tu cuello

—¿Cómo sabes mi nombre?—yo la miré con duda—. ¿Y... y que pasó con él taxi? ¿Y el taxista?

Por adelante miré como el capó del carro estaba aplastado contra un poste.

—Sé como te llamas por tu cédula que estaba en tu cartera. Y el taxista pues... fue llevado al hospital. Tuvo una contusión un poco fuerte en la cabeza—me dijo ella intentando ponerme de nuevo el cuello ortopédico—. Al parecer el señor estaba tomado.

La verdad yo nunca lo noté.

Por un momento creí por el choque pude haberme ganado algún daño grave en mi cuerpo, pero no. La verdad el dolor que sentía era leve.

Aturdida por todo lo que pasaba, intenté respirar un poco para relajarme. Por otro lado, los paramedicos decidieron dejarme en paz por unos minutos, y mientras tanto discutían afuera sobre cual sería el hospital al que me llevarían. 

Por mas que hacía el intento, no que quitaba de la cabeza la voz tan real que capté de mi mamá. 

—¿Mamita?—solté a mi al alrededor en voz baja, presintiendo que mi madre podría estar por allí. 

No recibí respuesta, excepto mi celular en mi chaqueta que empezó a sonar. Al ver la pantalla miré el numero de Fatima llamando.

Y aquí señoras y señores es donde empezó un manicomio de locos, que finalmente nos haría tomar en serio el final feliz. Muchas respuestas empezarían a surgir.

Profecía de un final feliz- Christopher VélezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora