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Advertencia: capítulo que puede contener escenas explícitas.

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Lyanna no tenía tiempo de planteárselo mucho más, mañana vendrían todos lo abanderados de la casa Stark, se reunirían y su esposo tenía que sonar lo más convincente posible para que se unieran a una guerra contra su familia materna, mientras su ab...

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Lyanna no tenía tiempo de planteárselo mucho más, mañana vendrían todos lo abanderados de la casa Stark, se reunirían y su esposo tenía que sonar lo más convincente posible para que se unieran a una guerra contra su familia materna, mientras su abuelo Tywin Lannister reunía a su propio ejército en Casterly Rock.

No podía dormir, tenía que tomar la decisión esa misma noche.

Tomaría un caballo y huiría de Winterfell y emprendería un camino arriesgado a Casterly Rock o se quedaría ahí y mañana a primera hora se declararía en contra de su familia y junto a Robb convencería a los abanderados de luchar en aquella guerra, como Lady de Winterfell y guardiana del norte como esposa de Lord Robb Stark.

Como una Stark más.

Luego pensó en su tío Tyrion, atrapado en el nido de águilas, a la espera de un juicio que no le concernía y en el que seguramente lo declararían culpable, sin duda lo matarían y ella no podía permitirlo.

Salió de sus aposentos a hurtadillas, vestida con una gruesa capa, unas botas abrigadoras y con una bolsa llena de ropa, comida y dinero que su madre le había regalado en el día de su boda, traía también la daga que Robb le había dado, aquella con la empuñadura en forma de un ciervo coronado de cornamenta dorada y un lobo huargo en plata.

Fue a las caballerizas y tomo a la yegua blanca que su tío Tyrion le había regalado hacía un par de años, le nombró Rhaenys en honor a la hermana y esposa de Aegon el Conquistador.

La preparo para descubrir que ya tenía puesta la silla de montar y estaba lista para ser usada.

Su tío siempre le había dicho que no apostará en contra de su familia, y los Lannister eran su familia, su tío Tyrion le había enseñado a que a pesar de ser desagradable a la vista se podía ser gentil y bueno por dentro, su tío Jaime le enseñó a que un hombre tan alto y fornido con la pinta de caballero podía ser sensible y amoroso, y su madre le enseño que el amor de una madre a su hijo vencía todas las adversidades y era quizá el amor más importante y fuerte que se podía tener alguna vez, capaz de dar la vida por él.

Ella lo había experimentado y ni siquiera había podido ver su vientre hinchado y a su hijo en brazos, pero lo amaba, lo que la llevaba a pensar en la causa de su muerte.
Aquel hombre supuestamente enviado por su tío Tyrion a matar a Bran.

Las piezas no encajaban. A Bran lo habían empujado de la torre abandonada del castillo para matarle, pero había sobrevivido y después habían enviado a un asesino para acabar con lo que habían iniciado pero ¿Por qué? ¿por qué alguien querría hacerle eso a un niño de nueve años?

Lyanna se sentó en el suelo junto al montículo de paja incapaz de montar a la yegua y huir del único sitio que había visto durante siete años, Winterfell era su hogar, ahí había crecido y amaba a todos los integrantes de la familia Stark.

El pequeño Rickon, al que por mucho tiempo vio como la sustitución de su hijo, a Bran el amante de las historias de terror y soñador, a la indomable Arya, a la dulce y enamoradiza Sansa, al honorable Lord Eddard, a la fuerte Lady Catelyn, al persistente Jon Snow.

Y a Robb, su amado lobo, gentil, buen líder, buen hermano, buen hijo y si hubieran tenido a su pequeño lobo, hubiera podido demostrar sus dotes como buen padre.

Le amaba tanto, a ambos, a su hijo y él, su Robb, su joven lobo.

No quería abandonarle, hacerlo era como abandonar a su pequeño lobo, el único hijo que tendría con el primer hombre de su vida, el primero que la había besado, el primero que la había tocado, el primero que la había hecho desear ser acariciada, ser tomada, ser amada.

Se sentía la misma niña tonta que a los ocho años lloraba en el carruaje camino a Winterfell, impotente pero esta vez podía y debía tomar una decisión.

Se puso en posición fetal y tapo su cara con sus manos, llorando en silencio.

—Preparé a Rhaenys por ti, cuando paso media noche creí que no vendrías, pero al final viniste y no puedo decir que eso no me parte el corazón. —escuchó la voz del hombre que la ataba a Winterfell.

Lyanna alzó la cabeza y lo vio en la oscuridad sentado en la esquina, no sabía cuánto tiempo había estado ahí.

Vio la silueta acercársele y ella se sintió una cobarde al no querer verlo más, al proteger su cara con las manos, en hacerse bolita en el suelo junto a la paja.

—Lyanna no te escondas de mi, odiaba que lo hicieras cuando éramos más jóvenes, me hacía sentir un monstruo. —le susurró con la voz calma.

Robb no estaba enojado ni molesto, estaba desilusionado, Lyanna se atrevió a verlo por fin, con ayuda de la luz de la luna, sus ojos estaban rojos y llenos de lágrimas, estaba llorando.

Lyanna solo lo había visto llorar cuando le había informado de la muerte de su pequeño lobo, ni siquiera cuando eran pequeños había visto llorar a Robb Stark.

Él era fuerte y duro, pero con ella se mostraba tan vulnerable, ella era la única capaz de destruirlo y armarlo en un segundo.

Lo estaba despedazando al estar ahí, dispuesta a irse, a abandonarlo, a dejarlo solo con una guerra en puerta.

No podía enfrentarlo, pero debía hacerlo y no la mantendría cautiva en Winterfell, por ello había preparado a la yegua para dejarla ir pero él quería ser el último en verla antes de que se fuera a Casterly Rock.

Quería despedirse de su dulce ciervo, de esos siete años en los que poco a poco se enamoró de esa niña hermosa y arrogante como una Lannister pero bondadosa y valiente como una Baratheon.

La amaba, pero el amor no era suficiente en una guerra y él lo sabía.

—Robb, te amo, te amo tanto y siempre amaré a nuestro pequeño lobo, nunca quise nada de esto, no quiero nada de esto, quisiera que solo fuéramos tu y yo sin nada más, sin títulos ni deberes o guerras y dispuestas de por medio solo tú y yo, juntos. —Lyanna tomó entre las manos la cara de Robb. —Pero quizá sea mejor así, no puedo darte hijos. No puedo ser tu esposa, ni lady de Winterfell y guardiana del norte si eso implica permitir que mi tío Tyrion muera o estar en contra de mi familia. No puedo.

Robb la abrazo y Lyanna se acurrucó en su pecho, ambos estaban sentados en el suelo, ambos llorando.
Robb no lo soporto más, si esa iba ser la última vez que vería a su dulce y amado ciervo, tenía que besarla, tenía que hacerla suya por última vez. Sería cuidadoso no vertería la semilla y ella no estaría en riesgo.

—Lo siento Lyanna, no puedo cumplir mi promesa, te necesito, te deseo. —le susurró Robb para después besarla y recostarla en el montículo de paja.

Ella dejó que el hallará la calidez entre sus piernas y el frío se esfumó, enredo sus dedos en los rizados cabellos de su amado lobo.
Y no dejaron de besarse ni siquiera cuando les faltó el aliento.

Los movimientos eran coordinados y Lyanna sintió como la invadía el placer está vez, como la envolvía y la hacía querer gritar, finalmente cedió gritando el nombre de su amado lobo cuando se sintió repleta y él al saber que la semilla llegaría se apartó.

Ambos se hallaban sudados, semidesnudos y exhaustos.
Lyanna puso la cabeza en el pecho de Robb y escuchó el latir de su corazón acelerado.

Se quedaron así por un largo tiempo hasta que Robb cansado cedió al sueño, cuando despertó su dulce ciervo ya se había ido.

Fin de la primera parte

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Fin de la primera parte.

мy sωєєτ ∂єєr || ƒαทƒicτiσท rσвв sταrк || GOTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora