Capítulo 26 | ¿Lo recuerdas?

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«¿Qué tengo que hacer para que tú te quedes? Rompería las leyes de gravedad, mataría por ti en primer grado, correría al mundo cuando necesites respirar. No hay nada que no haría»

Make You Stay, The Girl And The DreamCatcher

Mi mano tirita en el picaporte. Dios, me siento como cuando era pequeño y jugaba con esas cajitas musicales que debías girar la manija a la espera de que un payaso saltara desde dentro.

Después de tanto llanto, amenazas hacia cualquier ser humano y consuelos de parte de mi querida madre, decidí que esto es lo mejor.

Hay algunas reglas estúpidas que deberían quebrarse y otras que se tendrían que respetar a rajatabla. ¿Me estaba convirtiendo en un bandido por pagarle a un doctor corrupto para que me dejara entrar en la habitación de Tatiana? Que no sea un familiar directo no significa que no desee verla. Es absurdo que exista esa regla.

—Diez minutos —advierte el joven doctor con rasgos asiáticos.

—¿Qué? No, media hora —replico acentuando mi ceño en una expresión de fastidio.

—Veinte y es todo lo que daré.

Accedo a regañadientes y él hace unas señas apremiando a que entre a la sala. Inspiro hondo buscando en el aire aquella fuerza de la que mi cuerpo escasea desde que me enteré del "accidente".

Finalmente deslizo la puerta blanca para dejar entrar un aire cálido que contrasta con la frialdad de la sala. Dentro hay dos camillas, una es ocupada por una chica con cabello rojizo y una piel tan blanca como la nieve, en la otra, cercana a una ventana con la vista a un árbol desprendiendo sus hojas, se encuentra Tatiana.

Sus párpados cerrados y labios tapados por la máscara de respiración artificial me paralizan un segundo. Es muy fuerte para mí. Esperando que el terror merme, me enfrasco en la máquina que muestra sus signos vitales, su pitido me trae recuerdos que intento disipar pensando que el sonido define que sigue con vida.

Mi mano se cierra en un puño y percibo el ruido del plástico arrugarse entre mis dedos. Tomo las orquídeas con la otra mano, tratando de alisar los pliegues involuntarios y las poso en una mesa ratona a su lado.

Al estar cerca los detalles se pueden ver con más claridad. Es extraño verla sin su característico labial rojo o su ropa oscura. La bata de hospital no la representa en lo absoluto. Muerdo mi labio inferior repitiéndome que tengo que ser fuerte por esta vez, aunque sé cuánto odia que finja cuando estoy a su lado.

—Hola, Tati —mi voz aguda es patética. Carraspeo—. Debo parecer un loco hablando solo, pero busqué información. Sí, puedes estar orgullosa de mí, por fin estudié sobre algo. Dicen que, si hablas con una persona que está en coma, esta puede escucharte. Fascinante, ¿no crees? También leí que contar anécdotas te ayuda a despertar. Tenemos infinidades juntos, para ser sincero, no sé con cuál empezar.

Reviso su piel pálida sin atreverme a tocarla. No aún. No puedo dejar de verla como si fuera un cristal frágil, de esos que apenas rozas estallan. Quizás exagero, pero su rostro impasible altera a mis miedos más internos.

—¿Qué tal la vez que fuimos a aquel parque de diversiones con mis papás y mi hermana? Éramos muy pequeños para saber que combinar palomitas, gaseosa y una montaña rusa no sería una buena idea —sonrío con nostalgia, todavía puedo sentir nuestras risas traviesas y el fétido olor a vómito—. O cuando te quedaste a dormir por primera vez en mi casa en verano, nos la pasamos toda la noche nadando en la piscina, allí me confiaste muchos de tus secretos, yo también los míos. Tenemos tantos recuerdos...

Hasta que llegó AmberlyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora