Capítulo 32 | No te quejes

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«Puedes llamarme obsesivo. No es tu culpan que ellos se te acerquen, me refiero a que sin faltarte el respeto. Es mi derecho ser infernal, todavía me pongo celoso. Porque eres demasiado sexy, hermosa y todo el mundo te quiere probar. Es por eso que todavía me pongo celoso» 

Jealous, Nick Jonas

El domingo se presentó lluvioso y oscuro para nosotros. Un silencio perpetuo nos persiguió como familia durante el día. Las espesas gotas de lluvia se pegaban a las ventanas jugando carreras interminables, los rayos brillaban de vez en cuando y el ambiente conservaba una exquisita mezcla entre tierra húmeda y café recién hecho.

Tatiana llamó a sus padres, les pidió permiso para quedarse en mi casa un par de días con la excusa de que teníamos un doctor a nuestra disposición en cualquier momento por si hubiera un fallo acerca de lo de su operación. Ellos accedieron y es que siempre han sido muy liberales respecto a su hija, aunque ello también los convirtiera en algo ausentes. Es innegable el amor que le tienen, sólo que a veces no tienen tiempo o tienen distintas maneras de demostrarlo.

—¿Sigues enojado?

Ella está apoyada en la ventana de mi habitación avistando el gris paisaje. Su mano sostiene la blanquecina taza mientras la otra toca la fría superficie del vidrio. Se ve pensativa; calmada.

—No estoy enojado —aseguro dándole un sorbo al café. Sentado como indio en el colchón no puedo parar de observarla jugar con las gotitas de agua.

Desde su confesión de la tarde anterior no hemos vuelto a tocar el tema. Sólo hablamos cuando fue necesario. En la noche le cedí mi cama y nuevamente fui a dormir al sofá. Mis padres estaban tan enfocados en la revelación que ni siquiera se percataron del detalle.

—Claro que lo estás, tienes esa expresión —murmura serena. Gira su cabeza y me enfoca.

—¿Cuál?

—La de "estoy tan emputado y susceptible que si dices algo mal podría explotar y no medir lo que hago" —alza sus cejas desafiante.

—No tengo esa expresión y tampoco me comporto así. Exageras —minimizo, mas sus cejas no bajan—. Sólo que quizá pudiste decirme que tenías novio antes de que nosotros... —suspiro antes de que mi tono crezca y nada más me quede darle la razón— Pensé que me dirías este tipo de cosas. ¿Alguien más lo sabe?

—Natalia lo descubrió tres días previos a mi accidente, ya sabes que tiene esa creencia de que tiene el poder de saber cuándo las personas están enamoradas y de quién. Me prometió que guardaría el secreto.

—Y... ¿Quién es? —indago tratando de transmitirle todo lo que mi mente parece gritar.

Ella me estudia deliberando si es el momento propicio para decirlo o si estoy en las condiciones para recibir su nombre a lo que me calmo y dejo que la tensión fluya fuera de mi cuerpo.

—Se llama Ilay, vive en la ciudad continua a la nuestra. ¿Recuerdas que te lo nombré la noche que estaba borracha? Él es el basquetbolista que me contó la realidad detrás de su amigo Charlie —explica concentrada en mis facciones—. Tiene el cabello negro, es pálido con unos brazos super fuertes y posee unos ojos tan dorados como el sol.

Entonces noto un movimiento involuntario de sus dedos. Su mano sube hasta su pecho y encierra en su puño lo que supongo es un dije. Pero no hay sonrisa, no se hallan titubeos o cualquier indicio de que ella de verdad está loca por él.

—¿Y tú... estás enamorada de Ilay? —pregunto con un tono tan inestable que me sorprendo.

Su palma se abre y baja el brazo con disimulo. Avisto el dije de un corazón de una extravagante marca francesa. Si ese collar se lo regaló el tal Ilay hay de dos: o tiene mucho dinero o en su casa posee un emporio de collares caros.

Se relame sus labios pintados con una fina capa de labial rojizo y se aproxima a la cama.

—No —manifiesta con una convicción genuina—. Sinceramente no. Digo, es bonito, carismático y atento, tiene todo lo que antes me hubiera fijado en un chico. Pero ahora... Bueno, ¿es necesario que lo diga?

—Quiero escucharte —la animo con una suave sonrisa.

Se mueve coqueta hasta apoyar sus rodillas en el colchón y dejar su rostro a centímetros del mío.

—Te quiero a ti. Incluso cuando me mentiste todo este tiempo —susurra sobre mis labios.

—Lo hice para protegerte. Pero no importa porque yo también te quiero a ti. Incluso cuando me ocultas tus relaciones o rompes nuestras promesas —balanceo mi cabeza fingiendo no estar del todo conforme con mi respuesta.

—Tonto —lanza una risa boba.

Estoy al borde de ceder a su boca cuando una figura borrosa pasa frente a la ventana que da al patio de mi casa. Me pongo en alerta en menos de un segundo y me levanto con cuidado de no llevarme a ella en mi abrupto movimiento.

—Ya vuelvo. Quédate aquí, pon el pestillo y, a menos que yo te lo diga, no abras la puerta, ¿entendido? —demando perdiendo la cordura.

—¿Es ella? —aunque se vea valiente al decirlo, puedo vislumbrar un ápice de miedo en sus rasgos.

—Creo que sí —murmuro.

Procurando no llamar la atención camino fuera de la habitación hasta el patio. Una ligera llovizna forma pequeñas gotas sobre mi cabello. Siento mi corazón siendo guiado por el miedo. Reviso el perímetro sin encontrar mayor diferencia de lo habitual; la piscina, unos cuantos árboles al fondo y el césped cortado al ras.

De repente una fría hoja de hierro se sitúa en mi cuello mientras alguien toma mis cabellos a su antojo, logrando que mi cabeza se suba tanto como ella desea.

—¿Qué crees que haces? —farfulla contra mi oreja. Algunos de sus mechones rubios caen sobre mi hombro por la cercanía imponente.

—Te dije qué es lo que pasaría si ponías otro de tus dedos sobre Tatiana, ¿o no fue así? —replico con la mandíbula apretada.

—No, tú dijiste que si ella moría nuestro trato también. Y no lo hizo, ella sobrevivió. Así que, ¿por qué no cumples con tu parte y la alejas? —su aliento se percibe como un asqueroso olor ante mí, ni hablar de esas pestañas falsas que parecen taladrar mi perfil desde su posición detrás de mí. Está enfurecida y eso no trae buenas consecuencias.

—Porque está recién operada, no puedo dejarla sola. Por lo menos hasta que se cure —miento rogando que me crea—. Ella es mi mejor amiga, no puedo dejarla así como así. No me voy a alejar de ella.

—No te confundas, Daniel, yo soy la que sostiene una navaja en tu cuello, ¿acaso no lo entiendes? —un sofocante apretón con su arma hace que pierda el aire. Trago un cúmulo de saliva consciente de que el movimiento hace que mi cuello se corte superficialmente— ¿Sabes? Acabo de verlos frente a la ventana. Les encanta jugar a los amantes como si tuvieran cinco años y esconderse del resto. Yo no soy tonta, creo que deberías tenerlo presente para este punto.

En mi cabeza me imagino a Tatiana frente a la ventana, observando todo como si fuera una serie por la cual está muy picada; ansiando que yo haga algo para defenderme; algo por lo cual estar orgullosa de mí.

—Sí, Tati y yo estamos juntos, ¿qué harás al respecto? ¿Matarme? ¡Hazlo! Mis padres están en la casa, ¿quieres arruinar toda tu actuación de meses por un impulso? ¡Hazlo, yo te animo! —mi voz sale débil por el poco oxígeno que deja entrar, aunque mi expresión es totalmente desquiciada— ¿Luego qué? ¿Asesinarás a mis papás o a Tatiana? ¿Matarás a nuestro bebé? ¡Dímelo, maldita sea, ¿qué harás?! ¡Pero hazlo!

—¿Quieres complicarlo todo? Bien —me empuja fuera del peligro de su navaja para mirarme con un repudio ostensible—. Las cosas se pondrán difíciles y no te quejes porque tú lo quieres así, eh.

Sin añadir más se sale del jardín y, por primera vez, siento como si hubiera ganado una batalla contra ella. La duda es: ¿Será que la guerra también?

Hasta que llegó AmberlyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora