Epílogo

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Lo siento si los decepciono, juro que no deseo eso. Sólo quiero no sentir más dolor, más nada, quiero ser feliz, quizás en el cielo lo seré. Perdón si no fui lo que esperaron. Simplemente, perdón...

Aquella es la frase final de la carta que colocaron a mi lado. La carta de suicidio que una vez escribí cuando pensaba arrojarme a las vías y Amber me salvó.

Para cuando la prensa y la policía llegó el escenario ya estaba armado. Mi novia lloraba como si la vida le fuese en ello y explicaba que desde hace tiempo sufría depresión y ansiedad, que estar a punto de ser padre me abrumó más, logrando que fuera demasiado para mí.

En cuestión de minutos la noticia se esparcía por las redes como un día de luto. Miles de fans mandaban sus condolencias o expresaban su tristeza por medio de publicaciones. Julieta, Facundo y Mike estaban desbordados, al punto que el llanto no servía para mermar el dolor.

Tatiana y mis padres se enteraron en la carretera por la radio. Le rogaron a Ivana que detuviera el auto, que diera la vuelta y regresara para confirmar si era verdad. Fiel a mis peticiones cambió de estación radial y aumentó la velocidad del coche para alejarse de la ciudad tanto como pudiera. Bianca se repetía que fue mi decisión, que no debería sentirse culpable porque ella no había hecho nada, yo quise sacrificarme por ellos.

Mis papás estaban tan destruidos como cuando Lucía murió, sollozaban y gritaban que los dejaran bajar. Otra vez sentían el mismo dolor de una pérdida.

Tatiana a través de sus lágrimas se encontraba enfurecida conmigo. Le había mentido, le había prometido que siempre estaríamos juntos, que la vería otra vez. Se reprochó en silencio a sí misma por no quedarse. La engañé para salvarla, incluso sabiendo que ella era capaz de morir conmigo si debía. Se sentía estúpida, crédula e inútil. El dolor la perseguía por cada milla recorrida.

Sin embargo, ella siempre tuvo en claro que no la arrastraría a la muerte.

Entonces fue cuando el verdadero plan se puso en marcha. Me trasladaron a la morgue para corroborar que se trataba de un suicidio y no de un asesinato. Amber aprovechó el momento para ir a mi casa y tomar las tarjetas de débito donde guardaba el dinero que gané en mi carrera como cantante.

Tomó el auto de su madre para ir al banco y extraer una buena cantidad de dinero. De allí su destino cambió. Bajo con sus tacones negros y vestido a juego representando el luto. Se subió los lentes de sol a la cabeza y observo entre los rayos la edificación de la prisión.

Pasó entre los guardias dejando un fajo de billetes en sus camisas. Acompañada de un guardia regordete y pelado pasó por los barrotes, los prisioneros la observaban intrigados, ella fingía que no lo notaba. El guardia se detuvo y abrió la reja que a ella le interesaba.

Un hombre con arrugas, cabello ligeramente rubio y con expresiones marcadas volteó hacia la adolescente.

—Hola, papi —pronunció ella de una forma que le resultó tierna—. Te prometí que te sacaría de la cárcel, ¿no?

El hombre sonrió con su dentadura desgastada y salió de la celda para abrazarla.

—¡Esa es mi hija! —emitió con el orgullo brillando en sus ojos claros.

El guardia se llevó un bolso entero de dinero y lo ocultó de sus jefes porque el prisionero no tenía derecho de fianza. Ellos regresaron al auto para hablar con más confianza.

A menudo Amberly iba a visitarlo en la cárcel, ellos consiguieron formar un vínculo padre e hija con el que ella siempre había soñado. Dejó atrás el por qué estaba detrás de las rejas y le aseguró que le daba su perdón, que comprendía que el alcohol lo consumió al punto que perdió la noción de todo.

Hasta que llegó AmberlyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora