Capítulo 24 | Tercera ley de Newton

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«A veces miro al cielo y me pregunto: ¿No ves aquí abajo?»

Oh Lord, NF 

Para cada acción existe una reacción igual u opuesta. Ya lo dijo Newton y ya lo digo yo que poco entiendo de física.

Esperaba el castigo, creí que Amberly al descubrir que Tatiana y yo tuvimos sexo haría algo al respecto. Guardé el botiquín de primeros auxilios en mi cuarto para curar las heridas en mi pecho más rápido, estuve atento al timbre por si una carta llegaba y les pedí a mis padres que no salieran a la calle (con la excusa de que había mal tiempo). Pero nada pasó, no había heridas, cartas amenazantes o padres desmayados.

Quizás eso me provoca más ansiedad. Verifico haber tomado mi píldora para bajar la velocidad de mis pensamientos. En el preciso momento que me resigno a que no habrá consecuencias, una llamada me alarma al punto que salto de mi cama para contestar.

—¿Sí?

—Ven al hospital —la voz de Natalia satura el micrófono, se oye desesperada y muy asustada—. ¡Ahora!

Permanezco un minuto trabado en mi lugar, imaginando tantas teorías como mi cerebro puede maquinar. Al siguiente tomo mi chaqueta y salgo corriendo a la sala, llamando a mi madre con mi mano para apresurarla.

—Por favor —le ruego como mi deseo más profundo. Mi ceño se arruga en lamento y mi mano aprieta con más fuerza el aparato—, dime que no se trata de Tati.

Un fuerte suspiro me deja colgando de la incertidumbre y un agobio martirizante.

—Sí, es ella —elucida con pesar.

—Voy en camino.

Explicarle a mi madre a dónde se tiene que dirigir mientras conduce se torna en mi pase a la miseria. Decirlo en voz alta es admitir que mi error la llevó a lastimarla. No sé qué le ocurrió, pero el nudo jalando mi garganta no me presiente nada bueno. Quiero que mamá vaya más rápido, aunque apremiarla requiere un esfuerzo que en este tiempo estoy guardando para otra cosa.

Me dedico a mirar la ventana, ahogándome con mi propia respiración. La música de la radio es molesta, mis pensamientos son molestos. Mis manos amasándose en mi regazo no me calman en lo absoluto, tampoco las miradas furtivas de mi madre.

Todo lo que me repito es un incesante "no" que quiere hacerse pasar por positivismo cuando claramente se trata de negación.

Al traspasar la puerta del hospital los recuerdos del lugar agravan mi desasosiego. Quiero las noticias más de lo que quiero seguir respirando. Busco en los pasillos a Natalia, la encuentro sentada en una silla con su rostro resumido en una palabra: angustia.

—¿Q-qué pasó? —mi titubeo denota el temblor en cada parte de mi cuerpo, incluso en mis cuerdas vocales.

—La arrolló un auto —informa con esos ojos hundidos en la tristeza.

—¿Cómo está ella?

Muerdo mis labios temiendo a que suceda lo mismo que con mi hermana. Presenciar el minuto exacto en el que una persona pierde la vida es tan frustrante como doloroso. Anhelo que no me pase con Tatiana.

—Dijeron que estaba en estado crítico. Daniel, debiste ver cómo la trajeron los paramédicos, se veía tan débil y ensangrentada que... —sorbe por la nariz, flaqueando en medio del relato— Sus padres dijeron que deben operarla cuanto antes o podría ser que no sobreviva.

Mi corazón da un vuelco, el aire me comienza a faltar. Por favor que sólo sea una mala predicción.

—¿Ya la están operando?

Hasta que llegó AmberlyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora