Capítulo 7 | El mismo Daniel

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«Debería permanecer fuerte, pero soy débil, ¿y qué hay de malo con eso? Me encanta cuando caigo por eso»
Weak, AJR

La llevaron al hospital y no pude ir.

Los profesores repitieron que lo mejor sería que me quedara en clases y dejara en manos de los doctores al cuerpo de mi madre.

Pero yo no confiaba en ellos, quería hacerlo y el recuerdo de mi hermana muriendo me lo impedía.

La incertidumbre y el desasosiego me invaden y luchan por mantenerse vivos en mi ser.

—No te preocupes tanto, ella es una buena persona —Bianca, mi compañera de banco intenta darme ánimos. Palmea mi hombro y hace algunos garabatos en la mesa para distraerse de las clases.

—¿Qué tiene que ver que sea buena persona? —mi ceño se frunce, aunque de una manera sutil porque mi atención está enfocada en otra cosa.

Teorías me confunden con facilidad, busco una repuesta y encuentro cientos de ellas, mas no quiero dar por válida ninguna. ¿Podría ser acaso...?

—Las buenas personas tienen el destino de morir de viejos —se encoje de hombros y vuelve a remarcar su delineado.

Parece que me voy a desmoronar en cualquier momento y siento la necesidad de apoyarme en ella. Dejo que mi cabeza caiga en su hombro y detiene el movimiento de su brazo. Para cuando lo puedo percibir, ya habían pasado minutos desde que comenzó a acariciar el escaso cabello que nace detrás de mi oreja.

Bianca puede tener fama de todo, pero es una chica agradable y nadie le falta el respeto de forma directa, más bien rumores a sus espaldas. En tan sólo unos días escuché que es una zorra que le roba los novios a las chicas, que una vez fue capaz de serle infiel a alguien con cinco chicos diferentes y que es sumamente falsa con sus amistades. ¿Y saben qué? Toda esa mierda que hablaron de ella no es importante ni para mí ni para ella cuando intenta darme esperanzas.

En definitiva, esa chica que hace unos días desconocía ya es considerada para mí una amiga.

Fabián y Amber tienen sus rostros con una mueca muy similar, una que denota empatía hacia mí. Ninguno abre la boca para decirme algo y varias veces los descubro cuchicheando con la misma expresión.

Lo sé, soy una persona sensible y cualquier error o mal uso que le dieran a sus palabras podría hacerme estallar en un llanto incontrolable. Tal vez hasta un beso podría romperme.

O recomponerme.

Lo más probable es que el consuelo no sea algo que se le dé bien a la rubia o que esté soportando el mismo peso de la incertidumbre que yo.

Cuando llego a la clínica mi papá me recibe con una suave y forzada sonrisa.

—Todo está bien, no te preocupes. Le están haciendo algunos estudios, aunque no es nada grave. Ella está consciente.

Por primera vez en el día puedo respirar, durante el resto del tiempo parecía que daba pequeños sorbos de dióxido de carbono en vez de liberarlos.

Me siento, más tranquilo, en la sala de espera mientras mi padre rellena unos papeles con los datos de mamá. Hasta que, a un lado del pasillo noto el rostro de pena de Tatiana. Y sé que la necesito, que la quiero aquí o deseo al menos un abrazo de mi mejor amiga. Aunque, en el fondo de mi mente comprendo lo imprudente que sería mi actuar si me dejo guiar por mis impulsos.

Qué irónico que las personas impulsivas quieran ser más precavidas y viceversa.

Detrás de ella le siguen como si fuesen su séquito Mike y Natalia. Estos traen unas flores violetas, el color preferido de mi madre. Se acercan a saludarme y yo siento que tiemblo cuan papel, probablemente aún nervioso con todo esto del hospital.

Hasta que llegó AmberlyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora