—¡Elián Lisboa Fisher, ¿qué dije de comer dulces antes de la comida?!
—Perdón, mami.
Observé al pequeño Elián limpiándose las comisuras de chocolate. Sus ojos saltones y cafés iguales a los míos tenían un brillo travieso.
Tatiana puso sus brazos en jarra a modo de reproche, mas cuando el niño se disculpó, su actitud se vio afectada. Revolvió los cabellos rubios tan iguales a los de su madre antes de quitarle la mochila de la escuela. Yo terminé de cerrar la puerta y me acerqué a ella para besar sus labios.
—Y tú deberías dejar de comprarle todo lo que quiera, lo vas a malcriar —me acusó divertida.
—No pude decirle que no —me defendí formando un puchero.
Los años no parecían pasarle factura, estaba casi igual que a los dieciséis años, aunque ahora cargaba con diez años más. No estaba más vieja, pero sí más madura. Nunca imaginé ver a la ruda e intrépida Tatiana Castillo siendo vulnerable a un niño de diez años.
El plan de Amberly seguía incluso después de matar a su padre. Ella consideró la variable de que la llevaran a un reformatorio, allí es donde nuestro hijo participaba. Al siguiente mes de que perdiera el juicio, ella estaba dando a luz. La llevaron a la precaria sala de parto del lugar y tuvo a Elián.
Cuando terminó me dejaron pasar para ver al bebé, Amber hecha un desastre y a punto de desmayarse suplicó que lo llamara Elián, que ese era el nombre que quiso desde un principio, también que le pusiera su apellido. Quería que supiera quién es su madre, aunque a él le causara vergüenza.
La dejé descansar para ir al registro civil y colocarle el nombre. Regresé unas horas más tarde a la sala y ella ya no estaba. Las cámaras de seguridad la captaron tomando las llaves de un guardia, cruzando al lado masculino, abriendo la celda de Fabián para que este la ayudara a escapar. ¿Cómo hizo todo eso si hace horas estaba pariendo a un hijo? No lo sé, parece que sus fuerzas son muy altas y sus ganas de escapar lo fueron aún más.
Elián, que estaba a cargo de una enfermera, me fue dado a mí y tras unos días lo pude llevar a casa. Tatiana amó al pequeño casi al instante, solía repetir que tenía mis mismos ojos. Lo aceptó y cuidó como si fuera la propia madre. Él es consciente que no lo es, sin embargo, prefiere llamarla así porque la siente de esa forma.
Después de que nació le hicimos una prueba de ADN y confirmando lo que ya sabíamos dio que sí es mi hijo.
Nunca más se supo de Fabián o Amber. Los rumores decían que los han visto en Canadá, Inglaterra o México, que los notaron pelirrojos, con tatuajes o piercing. Se decían tantas cosas que no creí en ninguna. Tampoco le tomé mucha importancia porque no habían vuelto a molestarnos.
—¿Ya podemos irnos? —cuestionó Elián frente a nosotros.
Asentí. Teníamos la tradición de cada viernes, después de que Eli regresara de la escuela, salir a dar unas vueltas para ver cómo el atardecer se ponía.
Tomé la mano de mi hijo mientras Tati le sostuvo la otra. Salimos al exterior, inspiré el aire fresco y dejé que los problemas se alejaran con las preguntas habituales de ella.
—¿Cómo te fue en la escuela?
—Una niña me invitó a su cumpleaños —mencionó emocionado—. ¿Puedo ir?
—Claro, hablaré con los padres para asegurarme que estarás bien. ¿Te gusta esta niña? —insinué para hacerlo molestar.
—¡No, papá! —exclamó horrorizado, casi como si estuviera loco por hacerlo— No me gusta ninguna niña. ¿Tener novia? ¿Para qué? El amor no sirve para nada.
—Eso dices porque todavía estás muy chico —se entrometió ella con una sonrisa afable—. No has conocido a la indicada, pero cuando lo hagas, cuando descubras lo que una persona puede provocar en ti, las cosas cambiarán un poco mucho. Entonces conocerás el lujo de amar.
—Y te reirás de lo que pensabas antes —aseguré asintiendo.
—¡No! ¡Basta! ¡Eso no me pasara a mí! —chilló ofuscado.
Luego del paseo dejamos que el niño se durmiera. Lo despedimos besando su frente y esperamos a que sus ojos se cerraran antes de salir de mi antigua habitación. Los viernes por la noche visitábamos a mis padres en la cárcel.
Esa vez no fue la excepción. Ambos fuimos hasta el lugar. Hablé con mi madre, ella me preguntó sobre mi hijo y Tati, le di la actualización semanal. Nos reímos unos minutos sobre la forma de pensar sobre las chicas de Elián y dijo algunos consejos que me hubiera gustado que él escuchara en persona. Miré sus arrugas, los cincuenta se le acercaban y el maquillaje o cuidado facial no era algo a lo que pudiera recurrir encerrada.
Después vi a papá. Su cabello estaba maltratado, lleno de canas. Sus ojos se veían cansados cada vez que lo visitaba, no sólo extrañaba a Lucía, también extrañaba a mamá, quien estaba en el lado femenino de la cárcel. Me preguntó por ella, le aseguré que se veía bien y que también lo extrañaba a él.
Antes de despedirme de ambos les recordé cuántos los amaba y admiraba sin importar cómo la historia había acabado.
—¿Estás bien? —inquirió Tati al verme entrar al auto.
—Sí, es sólo que estar allí siempre me pone nostálgico —respiré hondo y encendí la radio para aligerar el ambiente.
Volteamos a vernos al descubrir que la canción se trataba de una mía, una que le escribí para ella. "Heroína" sonaba en los parlantes traseros con todo el volumen que se me permitía. La cantamos a todo pulmón, desgarrando nuestras cuerdas vocales con la letra de la canción, moviéndonos como locos exaltados en los asientos.
Recordé cuando se la canté en el hospital, ella estaba inconsciente y las lágrimas amenazaban con dejarme sin aire. Ahora estábamos aquí, felices, bailando una preciosa melodía que nos provocaba movernos sin pensar. Otro flash volvió, la vez que buscábamos pistas. Antes de entrar a una cafetería o perdernos cantamos en este mismo auto de esta desaforada manera. No importaba los problemas, nosotros los olvidamos mientras nos divertíamos.
Tuve que voltear para apreciar su belleza. El tiempo no nos había cambiado, ella seguía haciendo sus ridículos pasos y gestos, también seguía pareciéndome la chica ideal para mí. Ella absorbía mi mirada.
Una luz me cegó, la bocina llegó a mis oídos más tarde. El impacto nos meció hacia adelante y traté de voltear el volante lo más rápido que pude. El automóvil giró con un ruido de llantas desesperante que nos hizo chocar con otro auto del carril contiguo.
Los vidrios estallaron, la cabeza de Tati impactó contra ellos. La mía se estrelló contra el volante. La música continuaba sonando "Eres como la cocaína o la nicotina, para mí justo como una heroína". El auto se destruyó, había sangre por doquier, un pitido extendido me siguió antes de cerrar los ojos frente a la silueta de Tatiana. Sin embargo, no se me antojó un final trágico porque perdimos la vida con nuestra canción vibrando de fondo.
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Hasta que llegó Amberly
Teen Fiction"Eres un hijo de puta por ilusionarla" "¿Para qué la besabas si no la querías a tu lado?" "La lastimaste por puro capricho" "Se suponía que era tu mejor amiga, te tendrían que importar sus sentimientos"; acusaban las filosas lenguas que se enteraban...