Gabriel, aniñado, dulce y encantador.
Joshua, sereno, inteligente y místico.
Miguel, fuerte, varonil y romántico.
Lucifer, atractivo, galán y... Peligroso.
Cuatro misteriosos chicos, que estarán dispuestos a todo, por poseer el alma de la mujer que...
Los dioses no creen en los milagros. Los mortales sí. Son así de ineptos.
Lucifer.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Las últimas horas de clases se me hicieron no largas sino eternas.
Me cuesta demasiado enfocarme en la asignatura y es que ¿a quién le importan las matemáticas cuando algo más grande nos estaba rodeando?
Cuatro chicos me han hecho demostraciones de tener poderes sobrenaturales. Además de sus enredados acertijos y acusaciones que no llegan a ser sólidas ni claras.
Un pueblo en el que todo el mundo parece vivir bajo una doctrina por adoración o miedo. Un parque encantado.
Una niña fantasma.
La farola que parpadea y mi madre, allí sola, enferma, necesitándome.
Yo teniendo que acudir a la escuela, y además en la necesidad de encontrar un empleo.
Tengo tantos problemas en mi cabeza que no sé ni por donde empezar, y aun no he ojeado las ofertas de empleo del periódico local de Villa Oscura.
Por fin las campanadas tan ansiadas comienzan a sonar, recojo mi estuche y libreta, guardándolo todo en la mochila.
Dos figuras se acercan a mi, colocándose uno a cada lado.
Los hermanos Gutierrez.
—Hemos visto que Joshua y Miguel te tienen en alta estima.—Dicen a la vez, con sus voces idénticas y perfectamente sincronizadas.
Frunzo el ceño, alzando la cabeza para mirarles.
—¿Alta estima? ¿A mi?
Sobre todo Miguel...
—Nunca han caminado por el pasillo junto a un alumno, tampoco se han sentado con alguien a comer.
—Joshua no estaba comiendo.
—Lo que hiciese.—Me interrumpen.—Eres interesante, Sara, queremos ser tus amigos.
Bueno, eso no podía ser malo ¿no?
Asiento.
—Claro, ¿por qué no?
—Ven a nuestra casa un día, tenemos una colección de tarántulas que te va a encantar.
Ambos se retiraron desapareciendo junto el resto de alumnos.
Pero aun queda alguien.
Madeleine.
De pie, con un lápiz empuñado en su mano, muy bien afilado, siento que ese lápiz no tiene un papel como destino.
