Gabriel, aniñado, dulce y encantador.
Joshua, sereno, inteligente y místico.
Miguel, fuerte, varonil y romántico.
Lucifer, atractivo, galán y... Peligroso.
Cuatro misteriosos chicos, que estarán dispuestos a todo, por poseer el alma de la mujer que...
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Un gallo canta en la lejanía, pero lo que realmente me despierta es el graznido de unos cuervos. Corro el visillo viendo que el árbol junto a la farola está repleto de estos indeseables pajarracos.
Cuervos.
¿Por qué cuervos?
No podían ser palomas, gorriones, periquitos..
Tenían que ser cuervos.
Cierro el visillo soltando un bostezo mientras me estiro, contemplo la cicatriz marcada en mi mano en forma de cruz.
Hoy no pienso dejarme influenciar por la presencia intimidante de Uriel.
O quizás sí.
Arrugo el ceño sin saber muy bien qué será lo más sensato.
No quiero convertirme en una oveja más del rebaño.
¿Por qué es todo el mundo tan extraño?
Me quito el camisón vistiendo el uniforme del colegio, voy al baño a asearme como todas las mañanas, peinándome y demás.
Cuando bajo las escaleras me encuentro a mamá viendo las noticias del canal local del pueblo.
—Ha desaparecido un joven, la última vez que se le vio fue ayer al salir del instituto, sus padres informan que no ha llegado a casa, la policía le está buscando por toda la zona, pero tememos que será como todas las desapariciones, con un final desastroso.
Trago saliva notando como las ganas de desayunar desaparecen.
—Mamá, ¿cuánta gente ha desaparecido desde que llevamos aquí?
—Tres, contando a este chico, cuatro, cariño.
—Eso no es normal.—Niego, sabiendo que algo extraño sucede.
Mi madre me mira con ojos calmados.
—Bueno, todos los casos al final han sido declarados como suicidios, creo que son chicos depresivos que se sienten marginados, y el suicidio de uno impulsa el suicidio de los demás.
No me convence.
—Mamá, cuando tú venías aquí de pequeña, y jugabas con Ágata ¿también desaparecían personas?
—Pues...—Parecie estar haciendo memoria, mi madre me parece irreconocible, en otro caso, hubiese estado histérica, rogándome que no saliese de la puerta en horas oscuras y tuviese máximo cuidado.— Algún que otro caso si que hubo.
—Resumiendo, Villa Oscura no es un lugar seguro.—Concluyo rápidamente.—¿Y si vendemos la casa y nos vamos a otro lugar?
—¿Qué?—Un halo de decepción figurándose en sus ojos.—Cariño, sabes cuanto me gusta este sitio, quiero encontrarme con Dios aquí, en la casa en la que me crié.
