20 || Muerte||

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—Mamá

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—Mamá.—La mezo lentamente, se ha quedado dormida en el sofá casi encima de mi, mientras le hacía un masaje.—Se está haciendo de noche, la prima Ágata ya duerme, deberías ir a la habitación a descansar.

—Ay... hija... lo siento.

—No mamá, tranquila, me encanta estar contigo, lo sabes.—Beso su frente regalándole un fuerte abrazo.—Estás sudando un poco, ¿quieres un baño de agua tibia?

Ella niega repasándose el cabello.

—Estoy bien, cariño, pero me duele muchísimo la cabeza, ¿puedes traerme una pastilla para el dolor?

—Claro mamá, en seguida.

Me levanto del sofá dirigiéndome hacia la cocina, abro el roperillo y cojo el frasco, maldigo cuando veo que está vacío, que descontrol, no me he acordado de vigilar que las medicinas estén correctas.

—Mamá, soy una inútil.—Replico, le va a doler la cabeza toda la noche por mi culpa, ella no merece eso, no valgo para nada.— No quedan.—Dejo caer el frasco vacío sobre la mesa, ella me observa con preocupación pero después, finge estar bien, ya la conozco.

—Cariño no pasa nada, iré a la cama y pronto me quedaré dormida, mañana compramos más.

Suelta un quejido involuntario, llevándose las manos a la frente, corro hacia ella acariciando su pelo.

—No mamá, aquí deben de haber farmacias de guardia, iré a buscarlas.

—Hija es muy tarde.

—Es...es un pueblo pequeño.—Observo la oscuridad, y la luz de la farola, detrás de la ventana.—No pasará nada.—Digo, sin estar del todo segura.

—Sí, los vecinos nos conocen, cualquier cosa, toca la puerta de alguien, te ayudarán, pero no tardes, por favor.—Pide y yo asiento, la ayudo a levantarse acompañándola a la habitación, para después bajar las escaleras y ponerme un abrigo, agarro el crucifijo de Gabriel con fuerza, sosteniéndolo contra mi pecho, si algo maligno viene a por mi, no tengo más que rezar.

Abro la puerta notando la helada nocturna golpear mis mejillas mientras el viento zarandea mi cabello suelto.

Esto ya empieza mal.

Bah, solo es un poco de frío.

Camino con rapidez, mis zapatos hacen eco en el silencio de las callejuelas, el viento silba, los árboles se retuercen, la noche parece estar devorándolo todo, las luces de las farolas son tan débiles que parecen no existir.

Me cuesta ver lo que tengo a mi alrededor.

—Farmacia de guardia, farmacia de guardia...—Voy repitiendo para escuchar mi propia voz y sentirme menos sola, dicen que cantar alivia el miedo, pero yo canto tan mal que terminaría asustándome más.

Ángel Caído✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora