14: Relatividad

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Dedicado a SShootingSStar por el apoyo desde UBPM.❤ Espero que la disfrutes, chiqui.

La teoría de la relatividad de Einstein explica, entre muchas otras cosas, que ningún objeto se detiene, aunque nuestros ojos vean lo contrario

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La teoría de la relatividad de Einstein explica, entre muchas otras cosas, que ningún objeto se detiene, aunque nuestros ojos vean lo contrario. Todo está en constante movimiento.

Yo era fiel creyente que las personas funcionábamos de forma similar pero en otro aspecto: vivíamos en un constante cambio sin siquiera percatarnos de ello. Cada cosa que observamos, que percibimos, incluso cada sensación —por más pequeña que fuera— era capaz de alterar lo que éramos así como lo que aspirábamos ser.

Y todavía, entre tantos aprendizajes y cambios, podíamos conservar nuestra misma esencia, muy a pesar de que en ocasiones quisiéramos ocultarlo.

Después de que visité la habitación de Belén me di cuenta de que más allá de madurar, habíamos cambiado: nuestra vestimenta, vocabulario, y manera de relacionarnos con los demás. Sin embargo, la esencia de ambos parecía permanecer intacta, o por lo menos la suya. Belén mantenía la misma mirada de ingenuidad que se fundía con su personalidad dominante, la misma sonrisa noble y honesta, el mismo caminar despreocupado, incluso los mismos gestos de falsa molestia o frustración que siempre consideré adorables.

Con Belén, la teoría de la relatividad cobraba sentido, aunque no fuera en la acepción estricta de la física. Cuando estaba cerca de ella, el tiempo se hacía relativo.

Nuestros cuatro años de amistad se sintieron como un segundo, mientras que los cinco años que pasamos sin hablarnos, transcurrieron como un milenio.

Sería un despropósito negar la importancia que tuvo Belén en mi vida cuando éramos más pequeños. Había sido mi mejor amiga y compañera. A pesar de que ella era un curso menor que yo, todas las mañanas íbamos y nos devolvíamos juntos del colegio, además de hacernos compañía en todos los recesos. Por si fuera poco, pasábamos las tardes juntos haciendo tareas o jugando, y se nos iban las noches hablando por teléfono. Llegamos a ser inseparables.

Éramos capaces de leer lo que necesitaba el otro sin mediar palabras. Ella era esa amiga que me decía que estaba bien soñar con ser como el Doctor Emmett Brown —incluso veía conmigo Volver al Futuro una vez al mes—, y yo era ese amigo que bailó con ella Baby One More Time de Britney Spears para que pudiera ganar una competencia del colegio.

Sí. Britney Spears.

Observé una fotografía que había sacado de mi cajón: aparecíamos los dos en la entrada del colegio con un trofeo pequeño en nuestras manos. Vestíamos ropa deportiva: ella un top que enseñaba su vientre, al mejor estilo de Britney en 1998. Yo vestía la ropa de un pseudo basquetbolista que, en vez de quedarme grande, se ajustaba demasiado a mi casi esquelético cuerpo de niño en etapa de desarrollo.

Ese día ganamos la competencia, pero perdimos nuestra amistad.

Lo más difícil de perder a Belén, fue que no lo hice del todo. Durante esos años, su presencia me torturaba todos los días en el colegio, en el pasillo del edificio, al otro lado de mi ventana, y en las reuniones que Pía organizaba con la señora Primavera.

El peor tipo de distancia que existe es estar junto a la persona que más quieres y aun así sentir que los separan un centenar de kilómetros.

De nuevo: relatividad.

Y a lo mejor por esa razón nunca pude dejar su amistad atrás. No del todo.

Belén: Es muy largo para escribirlo. :(

No necesitaba ser un genio para darme cuenta de que estaba atravesando un mal momento. Cuando estuvimos en el elevador, sus ojos azules lucieron acuosos y rojos por contener una oleada de sentimientos no placenteros. Su cuerpo temblaba de frío debido al agua de lluvia que la empapaba, y aun así no supe si ofrecerle mi chaqueta porque estaba convencido de que la rechazaría. A pesar de que tuviéramos años sin hablar, y con nuestra confianza rota, me encontré preocupándome por ella de nuevo. Porque sabía que necesitaba un amigo esa tarde, y porque si ella exhibía sus fotos conmigo en su habitación, entonces quizá podría verme todavía como una persona a la cual acudir.

Por un impulso tonto le escribí para ayudarla.

Y por ese mismo impulso, me acerqué a mi ventana y decidí llamarla.

Ella abrió las persianas de la suya, y ambos sonreímos.

—Hola, tú.

—Hola, extraño —respondió.

—Pensé que no contestarías. Eres un poco cobarde cuando de situaciones incómodas se trata.

—Tienes una manera inusual de manifestar que estás preocupado por lo que me pasa, Andrés.

—Hay cosas que ni el tiempo puede cambiar.

Me encogí de hombros, y aunque ella continuaba sonriendo, la escuché suspirar con cansancio del otro lado de la línea.

—¿Podrías no preguntarme lo que me sucede todavía? —pidió con una extraña amabilidad, prediciendo lo que estaba por preguntarle otra vez—. Si de verdad quieres ayudarme, distráeme.

Fruncí el ceño.

—Será difícil, pero creo que lo puedo intentar.

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Una sonrisa por alfajores © ✓ | (Watty 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora