16: Cosas de adultos

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Tueniuandanihuntsthosebookssolevitaslauralavellanflordelvalle2MiluuAylen___Therinnewhitewitch87, y SshootingSstar. ❤ ¡Que lo disfruten!


Se lo conté todo

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Se lo conté todo.

Andrés ya conocía una parte de mi historia porque las dudas acerca de mi familia las había tenido desde pequeña. Así que durante nuestra amistad, compartí con él todas mis teorías, mis miedos, y mis inseguridades. Le conté por teléfono todo lo que me dijo la tía Cata, y lo que sucedió después en el Café Porteño, hasta la razón por la que me vio empapada en el ascensor.

Hablé durante minutos y él solo me escuchó. Hizo algunas preguntas pequeñas para poder contextualizarse, sin embargo, me dejó descargarme como lo necesité.

—Vaya —dijo, después de una larga pausa—. No es mucho lo que sabemos. Aún quedan demasiadas preguntas por responder.

«Sabemos». Sonreí al escuchar esa conjugación. Como si se estuviera adentrando en esta investigación conmigo.

—Lo sé. —Suspiré, y mi mirada se perdió en el níveo techo. Hacía algunos minutos me había acostado en mi cama, asumí que él también lo habría hecho en la suya—. Pero no es como si pudiera preguntarles a mis papás. Preferirían hablarme de sexo antes de contarme lo que sucedió con mi padre biológico o con mi abuelo.

—Ese es el problema.

—¿A qué te refieres?

—Olvídate de preguntar, ya sabes que con ellos no obtendrás respuestas. Si quieres ahondar más, tu tía Cata te ha dado indicios de por dónde comenzar.

Me senté, dándole vueltas a su idea que no era descabellada. El tema era que yo había intentado buscar entre las pertenencias de mamá algo sobre nuestra familia, pero jamás encontré pistas. Era como si ella los hubiera desaparecido deliberadamente de su vida.

—Ya lo he intentado, Sherlock —respondí—. Pero ¿cuál es tu propuesta?

—Según tu tía, tu abuelo todavía está en Rosario, ¿no es así?

—Sí.

Del otro lado de la línea escuché algunas cosas caer, así que asumí que Andrés ya estaba en movimiento. Me levanté de la cama y me asomé por mi ventana, donde lo encontré en la distancia lanzando cosas a su cama, mientras que su celular estaba entre su hombro y su oreja.

—¿Qué haces? —pregunté, divertida.

Andrés se percató de mi figura en la ventana pero me ignoró. Cuando desapareció de mi vista, asumí que se había sentado en su escritorio dado que era el único rincón que no yo podía ver desde mi habitación.

—Lucho contra tu falta de creatividad —contestó.

Tuve que controlarme para no responderle de forma cortante, tal como solía hacer él conmigo debido a que al final del día, él estaba intentando ayudarme. Solo por esa vez necesitaba aumentar mi dosis de madurez.

—¿Y cómo se supone que lo estás haciendo?

—No sé si estés enterada pero existen directorios en internet con todos los números de las personas en Argentina. Antes era un directorio físico, más gordo que el diccionario de Oxford. Gracias a la internet, puedes hacer cualquier consulta desde la comodidad de tu ordenador.

—Sé que eso existe, aunque no se me había ocurrido antes —confesé, sentándome frente a mi laptop—. Además, no sabía en qué ciudad buscar el nombre del abuelo, me habrían salido miles de coincidencias. Apenas hoy me enteré de que está en Rosario.

Y aunque buscáramos su nombre en esa sola ciudad, de seguro nos encontraríamos con varias coincidencias. Además de que nada nos garantizaba que entre esos números de teléfono se encontrara el de mi abuelo.

—¿Cuál es su nombre?

—José Arturo Ríos. También puedes probar con el nombre de mi bisabuelo, José Manuel Ríos.

—Ya los anoté. Mientras los busco podemos hablar de otra cosa. ¿Cómo va todo con tu novio? —indagó en un tono de voz tan casual, que no supe cómo interpretar su pregunta.

Me tomó un par de segundos sonrojarme al darme cuenta de que se sentía extraño tener que hablarle sobre Franco. De hecho, ni siquiera mis amigas sabían que teníamos algo —aunque desde mi cumpleaños ya lo sospechaban—. ¿Por qué la sola idea de hablarlo con Andrés me hacía sentir culpable?

—Franco no es mi novio —respondí con una risa nerviosa.

—Ajá. —Noté su escepticismo de inmediato.

—Pero las cosas van bien —añadí, después de todo él había visto los gestos de Franco hacia mí en la fiesta. Sin saber si había metido la pata, decidí tomar la salida fácil de esa conversación—. ¿Cómo está tu novia?

—¿Mi novia?

Además de su voz, lo único que se escuchaba del otro lado de la línea eran sus dedos moverse con agilidad en el teclado de su computador.

—Sí. La castaña que siempre llevabas a tu habitación y luego cerraban las persianas —pronuncié sin filtrar mis palabras, y al instante quise morderme la lengua por hablar demasiado—. No es como si me importara, solo que ya sabes, vivimos al frente.

Lo escuché reírse del otro lado de la línea, y me golpeé la frente al sentirme como una completa tonta. Ahora Andrés pensaría que me interesaba todo lo que hacía con el resto de las chicas cuando no era así.

—Ximena fue mi novia durante unos meses, más no tuvimos algo muy trascendental, solo era físico. —Hizo una pausa larga—. Y para «no importarte», parece que te fijabas bastante. ¿Espiabas por la ventana para aprender a hacer cosas de adultos?

Resoplé ante sus palabras. Desde chicos, Andrés me molestaba con el tema de la edad. Siempre creyó que por ser tan solo un año mayor que yo, su experiencia era vasta y extensa. Al parecer, él que «todo lo sabía» nunca leyó los estudios psicológicos que afirmaban que las mujeres son más maduras que los hombres.

—Para tu información, Andrés, no necesito lecciones sobre cómo hacer «cosas de adultos». No hay algo que tú sepas que yo no haya aprendido ya.

Otra vez quise arrancarme la lengua y no volver a unirla a mi cuerpo. Incluso me llevé la mano a la boca para evitar seguir expulsando estupideces verbales, y para mi desgracia, no podía retirar las palabras que ya había pronunciado.

Silencio.

Andrés no dijo nada.



Una sonrisa por alfajores © ✓ | (Watty 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora