55: Refugio

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Dedicado a Damaris_R5er por el cariño, por todo el apoyo, y porque no puedo creer que releas mis historias. Que lo disfrutes, linda.♥


Me quedé con Andrés toda la tarde

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Me quedé con Andrés toda la tarde. En algún momento mamá se fue con Augusto —que, tal cual niño, no pudo quedarse quieto y en silencio durante aquella situación tan delicada—, pero papá se quedó con nosotros.

Mejor dicho: entre nosotros.

La señora Pía y Dante estuvieron todo el día en la habitación de la nonna de Andrés, mientras que mi «amigo» y yo nos quedamos en la sala de espera. Aslan, por supuesto, se sentó siempre entre nosotros, impidiendo que nos quedáramos uno al lado del otro. Solo cuando él iba al baño, a comprar café, o a buscarnos comida, era que aprovechábamos para tomarnos de la mano.

No sabía si Andrés estaba asimilando mejor lo de su nonna, o si, al contrario, estaba en negación. Las horas que pasé a su lado le noté relativamente normal. Callado, pero no estaba al borde de las lágrimas, o no tenía los ojos rojos como cuando lo encontré después que se despidiera de ella. Quise preguntarle más sobre el tema, pero no sabía si era el momento ideal para que se desahogara conmigo —mucho menos con mi papá revoloteando como mosca—.

A la vez, no sabía cómo sentirme yo. Habían sucedido tantas cosas en tan poco tiempo, que no terminaba de procesar una para ahogarme en la siguiente situación.

Lo que más rondaba en mi cabeza y se repetía en estéreo era el discurso que me había dado Cecilia en Rosario. Mi mente imaginaba una y otra vez el pasado de mi mamá, agujerándome el corazón y atormentándome hasta las tripas. A la par, recordé la mirada desconsolada de mamá cuando le dije en la entrada en el hospital que ya sabía sobre su pasado.

También pensé en mi abuelo. Me imaginé estando en la misma situación de Andrés: con la oportunidad de despedirme. ¿Qué le habría dicho si hubiera sabido que eran mis últimos minutos con él? Una parte de mí dolía debido a su muerte, y la otra me gritaba que yo era una persona incoherente porque, a fin de cuentas, jamás compartí con él. No tenía motivos para quererlo. No tenía motivos para llorarlo.

Y aun así quería hacerlo.

A lo mejor era la impotencia: pude haberlo conocido, pero esa oportunidad me la quitaron. Ni siquiera me permitieron decidir por mí misma si él era una compañía que yo querría mantener. Simplemente lo decidieron por mí.

Lo que me asfixiaba más era que en medio de aquel huracán de sentimientos, nada parecía tener sentido. Me hice mil preguntas y no daba con las respuestas. Sabía que la única forma de poder superar aquellos terribles sentimientos era escuchando la versión de mamá: si ella me explicaba todo, a lo mejor, la impotencia dentro de mí empezaría a aliviarse. Pero cuando ella quiso hacerlo, la ignoré. Le había dicho que la escucharía otro día porque Andrés me necesitaba, sin embargo, aunque eso era cierto, no era la única razón por la que evadía a mamá.

Mi lado frágil no quería que ella me confirmara que todo lo que habían dicho era cierto. Algo dentro de mí todavía tenía esperanzas en ella, y temía que si la enfrentaba, mi imagen de ella se rompiera en mil pedazos.

Aunque peleáramos todo el tiempo, mi mamá era el ser más importante de toda mi existencia.

Mamá siempre había sido mi hermoso ejemplo para seguir.

Yo podía aceptar que otros me desilusionaran, que incluso me rompieran el corazón, pero no sabía si era capaz de aguantar que mi mamá me afirmara que ella no era la persona que siempre creí.

—Iré por otro café —anunció papá, levantándose de la silla—. ¿Desean algo?

Andrés y yo negamos con cabeza. Cuando él desapareció de nuestro campo de visión, me senté a su lado de nuevo y entrelacé sus dedos con los míos. Una pequeña sonrisa surcó su rostro, manteniéndose pensativo.

—Llevas horas aquí, ¿estás seguro de que no quieres entrar a la habitación?

—No sé si pueda soportarlo —confesó.

Sus ojos marrones se perdieron en los míos y por fin pude encontrarme con toda la tristeza que estaba intentando disimular. Acaricié su cabello con delicadeza y luego deslicé mi pulgar por su mejilla.

Era extraño. Cuando éramos pequeños, yo era quien defendía a Andrés de otras personas que intentaran fastidiarlo —e incluso de aquellos que solo le miraban feo—. Sin embargo, él era el que me abrazaba cuando yo estaba triste y me protegía de todo lo que temía. Nos cuidábamos el uno al otro de maneras diferentes. Pero esta era la primera vez que Andrés lucía tan vulnerable frente a mí. Era la primera vez que yo era su refugio para combatir la tristeza.

Lo único que quería era sacarlo de allí, llevarlo al otro lado del mundo, y decirle que todo iba a estar bien. Él no merecía ningún tipo de sufrimiento.

—Este es el peor momento de todos, pero hay algo que me gustaría decirte, Belu.

—Lo que quieras, dime.

Los dedos de Andrés acariciaron los míos de una manera tan sutil que mi piel se erizó. Aunque su mirada parecía decidida, de su boca no salieron palabras.

Ambos volteamos cuando escuchamos que las enfermeras empezaron a alzar un poco la voz, y dos se apresuraron a llegar a la habitación de la nonna de Andrés. Él se puso de pie cuando observó en la distancia cómo su mamá salía de aquel cuarto acompañada de Dante, y empezaba a llorar de manera desconsolada.

Andrés cerró los ojos y sus manos se hicieron puños a sus costados. Sus labios se fruncieron a la vez que su rostro se ponía más y más rojo, pero no de rabia, sino de tristeza. Volvió a sentarse y enterró el rostro en sus manos con tanta fuerza que pensé que terminaría haciéndose daño. Lo abracé, y aunque al inicio no me correspondió el gesto, su cuerpo se relajó un poco al cabo de varios segundos.

Entonces empezó a llorar, y a mí se me quebró hasta el alma.

No necesitamos que un médico nos avisara formalmente. La reacción de Pía y de las enfermeras era suficiente.

La nonna de Andrés había fallecido.


Una sonrisa por alfajores © ✓ | (Watty 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora