75: La promesa de una ardilla vengadora, parte II

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Último capítulo, dedicado a todas las ardillas vengadoras que han sido parte de este precioso proyecto. Mil gracias por cada palabra de apoyo y por cada sonrisa que me han sacado. Los quiero más de lo que alguna vez podré expresar.

Fue a las diez de la mañana que nos permitieron ver a mamá

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Fue a las diez de la mañana que nos permitieron ver a mamá. No sabía que los partos podían durar tanto.

Cuando llegamos al hospital, a pesar de que ella estaba sintiendo contracciones, el médico le dijo que todavía no estaba lista para dar a luz dado que necesitaba dilatar varios centímetros más. En ese proceso pasaron horas y mi pobre mamá no hacía más que quejarse del dolor.

No sabía qué tan dolorosas podían ser las contracciones, pero definitivamente no quería experimentarlas pronto.

Me habría gustado decir que estaba emocionada por conocer a mi nueva hermana, no obstante, el sentimiento que imperaba era la preocupación. Andrés, imprudente como solo él sabía serlo, me mencionó que cada día mueren aproximadamente 830 mujeres dando a luz, así que no paré de pensar en todos los escenarios negativos que podían afectar a mi madre.

Cuando Aslan nos dijo que ya podíamos entrar a la habitación, el alma me volvió al cuerpo.

Debido a la hora, ya las visitas estaban permitidas y debía admitir que éramos un batallón de personas: Andrés, Pía, Dante, el tío Diego, la tía Teresa, la tía Florencia —que no aparecía nunca, sino en eventos familiares—, Bruno, Augusto, la tía Cata, Arantxa, Erica, Manu, e incluso Ximena. Todos mis tíos habían comprado ramos de flores, mientras que los jóvenes compramos globos.

Lo primero que hice al abrir la puerta de la habitación fue apresurarme hasta donde estaba mamá, abrazarla, sentir que estaba bien, y depositarle un beso en la frente para que supiera que estaba feliz de verla una vez más. Ella lucía cansada, aun así me correspondió la sonrisa.

—¿Cómo te sientes? —le pregunté, acariciando su mejilla.

—Como si un bebé de tres kilos hubiera salido a través de mi vagina.

—Acabas de traer una vida al mundo, tienes varios minutos para sentirte Dios —intervino mi tía Cata, para después acercarse a papá.

En realidad todos rodearon a papá, dado que en sus brazos estaba Coral.

—Es tan preciosa —se conmovió la tía Teresa.

—Todos los bebés recién nacidos parecen ratas, pero debo decir que Coral es la excepción —comentó mi tío Diego.

—¿Yo parecía una rata cuando nací? —inquirió Bruno, mirando a sus dos papás con horror.

—Claro que no, cielo —contestó la tía Teresa—. Solo un pequeño ratoncito.

—Pero eso lo mismo, mamá.

Ella se encogió de hombros y todos nos reímos.

Excepto una persona.

Una sonrisa por alfajores © ✓ | (Watty 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora