68: Sin marcha atrás

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Dedicado a AlphaShooter 

Mi papá era un caso perdido

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Mi papá era un caso perdido.

Durante este embarazo de mamá, él se había comprometido a aprender a cocinar algo que no fuera un sándwich para que todos los domingos tuviéramos almuerzos familiares diferentes y suculentos. Mi pobre papá fracasó en el intento, y me quedó a mí toda la labor de hacer los almuerzos domingueros.

Después de deleitarnos con mi primer pollo al horno, les preparé a todos un chocolate caliente, que aunque no éramos fanáticos, sí lo disfrutábamos a veces.

—Coral —dijo Aslan, después de darle un sorbo a su bebida y quemarse la lengua.

Mamá lo pensó varios segundos y le sonrió.

—Me gusta Coral.

—Además, así tendríamos el ABC: Augusto, Belén, y Coral.

—Deberían escribir un artículo en internet sobre nuestros nombres —mencioné—. Aslan como el león, Primavera como la estación, Belén como la ciudad donde nació Jesucristo, Augusto como el mes de invierno, y ahora Coral como el animal.

—A Catalina le encantaría escuchar eso —se rio mamá y apoyó su cabeza en el hombro de su esposo. Augusto permanecía concentrado en lo que jugaba, ajeno a nuestra conversación.

Miré la hora en mi reloj por millonésima vez en el día, y le anuncié a mis padres que estaría en mi habitación. Después de tantas semanas de espera, los Amato llegaban esa tarde a Buenos Aires.

Las cosas entre Andrés y yo no habían ni mejorado ni empeorado, nos manteníamos un poco ausentes y distantes; él no compartía tantas cosas conmigo, lo cual me preocupaba pero sabía que una vez que estuviéramos juntos, tendríamos todo el tiempo del mundo para conversarlo.

Abrí mi ventana esperanzada y la dejé de esa manera. Intenté distraerme viendo series y, para mi desgracia, en algún punto me quedé dormida. Había trabajado doble turno en el Café Porteño durante semanas para poder ahorrar más dinero, por lo que los domingos —que había elegido como mi día de descanso— dormía como foca.

Cuando desperté a la mitad de la noche y me asomé por la ventana, me encontré con la de Andrés ya abierta, no obstante la oscuridad reinaba dentro. Significaba que al menos ya había llegado, y que quizás se habría quedado dormido. ¡Había perdido la oportunidad de saludarlo apenas llegó!

Registré mis sábanas con desesperación hasta encontrar mi celular, y sonreí atontada cuando leí que tenía mensajes de su parte.

Andrés: Ya llegamos a Buenos Aires. Nuestro vuelo se retrasó tres horas y no dormí nada en el avión, me quiero morir.

Andrés: Dime que puedo verte apenas pise el edificio.

Andrés: ¿Hola?

Andrés: Asumo que estás dormida, yo haré lo mismo. Creo que tenemos hablar, Belén. Hasta mañana.

A pesar de que una parte de mí se asustó al leer que él tenía que hablar conmigo —esa frase siempre me había dado mala espina—, a la vez me emocionaba saber que ya estaba aquí, que estábamos a solo una ventana de distancia, a un pasillo de distancia. Si no hubieran sido las tres de la mañana, probablemente ya habría ido a casa de los Amato para saludar a mi mejor amigo.

La ansiedad ante todas las cosas que podían surgir en una conversación entre nosotros no me dejó dormir bien, y hasta agradecí que sonara la alarma a las seis de la mañana pues eso significaba que el día comenzaba, y con ello, una oportunidad nueva para ver a Andrés.

Me bañé y arreglé a una velocidad relámpago, incluso me eché tanto perfume como pude. Mi turno comenzaba pronto pero antes de ir al trabajo quería saludar a mis vecinos. ¡Por Dios, me sentía como una preadolescente! Necesitaba calmarme un poco o terminaría ahuyentando a Andrés y a sus padres.

Le di los buenos días a mis padres que estaban alistando Augusto para el colegio, para luego salir del departamento como si mi vida dependiera de ello. Toqué la puerta de los Amato y la señora Pía no tardó en abrirme, ojerosa y con cansancio de sobra, sin embargo, lucía arreglada para ponerse al día con sus responsabilidades.

—Hola, señora Pía. Buenos días, ¿está Andrés? —Le sonreí y ella correspondió mi gesto—. Lo siento, no quise ser grosera. ¿Cómo le fue en su viaje?

Mi forma de preguntárselo le causó gracia.

—Nos fue bien, Belén querida. Andrés sigue dormido, no son ni las siete de la mañana y estaba exhausto. De igual forma puedo...

—No se preocupe —me apresuré a decir—, es muy temprano. Lo veré en la noche cuando regrese del trabajo.

Ella me guiñó un ojo y me tomó de la mano para «invitarme» a pasar con una fuerza que me impedía decirle que no.

—Está en su habitación. Ve a saludarlo, le encantará verte. Mientras tanto, buscaré algo que te compré en el viaje.

Asentí como forma de agradecimiento y me encaminé hacia la habitación de mi amigo. Toqué su puerta con suavidad, sabiendo que si estaba dormido no me escucharía, aun así me permití entrar debido a la necesidad de verlo de nuevo.

Mi corazón se congeló y mi pechó crujió ante el aluvión de emociones que me generó encontrarlo allí. Dormía boca abajo con sus brazos abrazando la almohada en la cual reposaba su mejilla; su pelo era un hermoso alboroto castaño; su espalda estaba descubierta enseñando la poquita carne que tenía Andrés pero que aun así yo encontraba como el cuerpo más bonito y atractivo del mundo. Me agaché a su lado para observarle más de cerca mientras mis dedos recorrían ahora su pelo con suavidad extrema, con las ganas de hacerle cariño pero con terror a despertarlo.

Suspiré al ver que Andrés sonrió entre sueños.

Definitivamente mi corazón estaba perdido por él, ya no había marcha atrás ni manera posible de negarlo.

Me levanté y salí de su habitación, riendo para mis adentros al recordar la última vez que había estado allí. Cómo nos habíamos besado, cómo me había tocado, cómo me había sentado encima de él sintiendo que cada sensación dejaba de ser terrenal cuando estaba a su lado. Me sonrojé al imaginar lo que pudo haber sucedido en su cama si la señora Pía no hubiera llegado a casa o si Aslan no nos hubiera pillado.

Volteé a mirarlo por última vez, clavando mis ojos en su torso descubierto y sintiendo mi rostro subir de temperatura.

Muy temprano para tener estos pensamientos libidinosos, Belén.

Al volver a la sala, la señora Pía me obsequió una preciosa caja de chocolates, detalle que me conmovió porque siempre pensé que mi único vínculo con los Amato era Andrés, cuando en realidad Pía me había visto crecer, incluso llegó a cuidarme cuando era pequeña, y siempre se preocupó por mí casi tanto como mis tías Cata y Teresa.

La abracé y le agradecí por tenerme en sus pensamientos.

Me apresuré a llegar al Café Porteño, hoy el tío Diego nos acompañaría para supervisarnos así que no podía ser impuntual. A mi mente volvió el mensaje de Andrés y me pregunté sobre qué querría hablar —aunque tenía varias ideas en mente—. Sentí un cosquilleo en el estómago al solo pensar que esa noche volvería a escuchar su voz, volvería a verlo sonreír, volvería a abrazarlo.

Mientras menos tiempo faltaba, más ansiosa me sentía.

Hoy es el día, me dije. Hoy le confesaré a Andrés cuán enamorada estoy de él.


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Una sonrisa por alfajores © ✓ | (Watty 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora