40: Abrazo

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Dedicado a hiwitaaahm. Espero que hayas sobrevivido al infarto colectivo que causó el cap anterior, jaja. Gracias por el apoyo♥

Era la segunda vez que la besaba

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Era la segunda vez que la besaba. La segunda vez que me deleitaba con el sabor a alfajor de sus labios.

Quedaba bastante claro porqué era mi dulce preferido.

Dicen que la vida pasa delante de ti cuando estás a punto de morir. Yo no estaba cerca de la muerte, no obstante, parte de mi infancia y adolescencia se ilustró en mi cabeza al volver a besarla: la recordé la primera tarde que la vi, triste y asustada en su ventana; la primera vez que escuché su voz en aquel teléfono falso; nuestro primer recreo juntos y las notitas que nos dejábamos en nuestros salones —no estudiábamos en el mismo curso, así que nos dejábamos mensajes secretos en las aulas—; las salidas de su familia en las que yo formaba parte, o los almuerzos en mi casa donde ella siempre era invitada; cada uno de nuestros disfraces combinados; las películas vistas y las noches en las que no dormíamos para poder discutirlas.

La historia de mi vida estaba signada por la suya.

Todo eso rondó en mi cabeza durante los minutos en los que mis labios se hacían de los suyos en un primer beso, después el segundo. Luego el tercero. Cuarto. Quinto. En algún punto dejé de contar.

En lo particular, había esperado ese momento por años, y ahora que había llegado, sentía la necesidad de aferrarme a él, temiendo que en cualquier momento se terminara y no se repitiera jamás.

Detuvimos aquella jornada para poder respirar, mas no quise separarme mucho de ella, así que me quedé quieto como un animal obediente, acariciando sus rodillas. Belén bajó las manos de mis hombros y buscó las mías con delicadeza.

—Has aprendido a besar muy bien, joven padawan —murmuró, todavía cerca de mi rostro.

Me regaló la imagen de sus ojos azules y brillantes, de sus mejillas enrojecidas, de sus labios hinchados y curveados mostrando una cándida sonrisa.

—Tú tampoco te quedas atrás, pequeña saltamontes.

Cobrando un poco más de distancia, Belén agarró uno de los alfajores que continuaban en el medio de nosotros y comenzó a comerlo. Su semblante se tornó pensativo, y antes de que yo pudiera indagar sobre las cosas que surcaban su mente, decidió cambiar el tema y hacerme preguntas sobre la universidad.

Hablamos durante varios minutos más hasta que supe que se me hacía tarde. Tenía que entregar unos ejercicios dentro de dos días y quería adelantar algo esa tarde para poder corregirlos después con Manuel. A Belén le pareció perfecto, al parecer ella también tenía cosas que hacer.

Me vi tentado a tomarla de la mano mientras caminábamos hacia mi moto, pero no sabía si ella lo vería apropiado. Además, estaba contándome algo sobre sus amigas y movía sus manos con esmero para poder ejemplificar su relato, así que preferí no interrumpirla.

—Antes de que se termine la salida de hoy quisiera darte las gracias por todo, Andrés. Por buscarme al colegio y estar a mi lado cuando llamé a mi abuelo.

—No agradezcas, no fue un favor. —Ella rodó los ojos y negó con la cabeza. Tomó un casco y se lo colocó de forma rápida y hasta violenta. Ladeé la cabeza sin comprenderla—. ¿Qué?

—A veces dices las cosas de una forma tan... Qué sé yo. Olvídalo.

¡Pero si yo no había dicho nada malo! Ni siquiera usé un mal tono de voz. Este tipo de cosas solía pasarme con Ximena, quien también me reclamaba la manera de decir las cosas. Cada vez que le preguntaba qué había hecho mal, ella soltaba la frase que más odiaba en toda la faz de la Tierra: «eres hombre, jamás lo entenderías».

Las mujeres y sus interpretaciones erróneas sobre absolutamente todo.

—Está bien. —Asentí, con un encogimiento de hombros.

Le quité el casco, encontrándome a una Belén con expresión de molestia. Convencido de que yo no había dicho ni hecho nada malo, le sonreí y le di un toque suave en la punta de su nariz.

Su orgullo pudo más, así que aunque se sonrojó, se colocó su casco con rapidez para evitar que yo mirara su reacción.

Una vez llegamos a nuestro edificio, había vuelto a ser la Belén de siempre. Me contó sobre cuánto le asustó montarse por primera vez en mi motocicleta y cómo le sorprendió darse cuenta de que yo sabía manejarla. Cuando el elevador nos dejó en nuestro piso, ambos nos quedamos en el pasillo, callados e incómodos.

¿Debíamos besarnos como forma de despedida? ¿Belén pensaría que éramos novios? No era como si yo no quisiera pedírselo eventualmente, pero todavía no habíamos formalizado nada. Aún así quería besarla una última vez, el problema era que ella lucía todavía más tensa que yo.

Cuando descubrí sus intenciones, no pude evitar desilusionarme un poco.

Belén me abrazó.

Y no fue un abrazo de oso, sino uno corto. Con tres palmaditas patéticas en la espalda.

—Asumo que nos veremos mañana —pronunció, dando dos pasos hacia atrás.

Sí, en la friendzone.

—Ajá —fue lo único que pude contestar.

Cuando se dio vuelta para caminar hacia su departamento, me sentí enredado y confundido. No supe si la había hecho molestar, o si nuestro beso no había significado nada para ella. Pero por Newton, ¿había sido yo él que le dio demasiada importancia al algo simple? Estaba desorientado, tal como la primera vez que la besé —solo que sin erecciones inesperadas, gracias al universo—.

Suspiré resignado, asumiendo la idea de que Belén y yo estábamos destinados a ser amigos y nada más. Cuando abrí la puerta de mi casa, escuché algo caer al suelo.

—Mierda —soltó. Estaba de rodillas, sacando todas las pertenencias de su mochila con desespero. Enarqué una ceja con curiosidad.

—¿Todo bien?

—No consigo mis llaves.

—¿Por qué no tocas el timbre?

Sus labios formaron una línea fina, y se cruzó de brazos.

—Ya lo hice, por eso me estoy desesperando al no conseguir las llaves. Mis papás no están en casa.

—Ah.

Rendida y frustrada, se sentó en el piso, volviendo a guardar las cosas en la mochila.

—Puedes esperar en mi casa, si quieres —sugerí. Ella lo consideró un par de segundos, pero sabía que entre el suelo del pasillo y la comodidad de mi sofá, la segunda opción siempre ganaría.

—Gracias.

Me sonrió cuando entró al departamento, y le pedí que se pusiera cómoda en la sala. Se quedó callada, observando con curiosidad las fotos familiares que mamá había colgado en la pared, algunas de ellas eran demasiado bochornosas, pero supongo que era trabajo de madre avergonzar un poco a sus hijos como una extraña muestra de amor.

—¿Tu nonna está su cuarto?

—No. Pía se la llevó a la peluquería. Hay días en los que le hace bien salir un poco.

—Quiere decir que... ¿Estamos solos en tu departamento? —preguntó, un poco sorprendida.

La invitación que le había hecho a Belén no había tenido ningún significado más allá de quererla ayudar y evitar que pasara el tiempo sentada en el suelo frío de aquel solitario pasillo. Pero no fue hasta que ella hizo esa pregunta que otros escenarios se plasmaron en mi cabeza y me obligaron a tragar con fuerza.

—Sí —respondí finalmente—. Estamos solos en mi departamento. 

Una sonrisa por alfajores © ✓ | (Watty 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora