29: Amistad

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Este capítulo va dedicado a mis queridas flanes de coco (lectoras de Contracorriente). ❤ 

Estaba absolutamente convencido de que era más fácil explicarle a un niño de cuatro años la teoría cuántica de campos que entender a las mujeres

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Estaba absolutamente convencido de que era más fácil explicarle a un niño de cuatro años la teoría cuántica de campos que entender a las mujeres.

Terminé haciéndole caso a Manu y le confesé a Belén algo que había callado desde hacía años: que quería besarla. Pero no de manera torpe y accidentada, como hicimos cuando chicos, sino de verdad. Quería estar con ella a tan solo milímetros de distancia para deleitarme con su aroma y detallar hasta los poros de su piel. Quería tocarla, y no en un sentido lujurioso —no del todo—, me conformaría con algo tan simple como el sutil roce de nuestros dedos, o de nuestras narices. Quería probar esos labios que lucían tan exquisitos, apetitosos. Quería que mi lengua descubriera la textura de la suya y que ella contuviera la respiración en el proceso.

Su lenguaje corporal —y su «consejo»— me dieron a entender que ella también lo quería. O que por lo menos sentía un mínimo grado de curiosidad. Eso fue lo que me motivo a acercarme más a ella, exponiéndome de forma desacertada.

Y una vez más: Belén me rechazó.

En esta ocasión no hubo burlas, no hubo peleas, no hubo momentos incómodos. Y de acuerdo con sus palabras, tampoco me rechazaba por estar enamorada de su novio Barbie. Así que, sin entender la lógica de sus acciones, me di por vencido.

De nuevo.

Decidí no darle más vueltas al asunto y continuar con mis rutinas, que, entre las llamadas de papá y los encuentros desafortunados con Ximena en los pasillos de la universidad, ya eran bastante complicadas. No estaba molesto con Belén —como lo estuve cuando éramos chicos—, no obstante, me determiné a no escribirle otra vez para así conservar la última gota de dignidad que me quedaba.

Pero, contrario a lo anterior, ahora me encontraba frente a la puerta de su casa, con los nervios a millón. Solo que en esta ocasión, la causa de mis nervios no era Belén.

—No puedes decir que no soy la mejor amiga del mundo —comentó apenas me abrió la puerta.

—¿Ya llegó?

Ella negó con la cabeza.

—En unos treinta minutos viene a buscar a su pequeño demonio. Así que como pago por esta oportunidad, tienes que ayudarme a encargarme de ella.

Bufé y me crucé de brazos.

—Pensé que lo hacías por esta "amistad". —Dibujé comillas con los dedos.

—Si pensaste eso, entonces eres más inocente que Alanis —respondió con una sonrisa.

Alanis era la hija del cantante de una de mis bandas argentinas favoritas, Indie Gentes. Belén solía cuidarla de vez en cuando porque era la ahijada de uno de sus tíos. Según me explicó ella, su tío era quien solía llevar y recoger a la niña de su casa, por lo que rara vez Belén lograba toparse con el padre de la criatura. Pero esa tarde sería distinta: él la iría a buscar.

Una sonrisa por alfajores © ✓ | (Watty 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora