04: Nonna y Pía

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El capítulo de hoy va dedicado a RyMyKing porque cada vez que aparece el nombre de Aslan, siento que le dará un infarto. Así que espero que Andrés te cause pequeños infartos también.


Dejé el casco de la motocicleta encima de la mesa del comedor

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Dejé el casco de la motocicleta encima de la mesa del comedor. Debido a la hora, me extrañó no percibir el olor a orégano o a tomates. Sabía que mamá tenía asuntos que resolver en la peluquería, más no pensé que dejaría sola a la nonna por tanto tiempo. Una parte de mí se molestó de forma injusta con ella por eso.

—¿Nonna? —llamé, acercándome al pasillo.

Mi corazón se arrugó cuando no hubo respuesta.

Abrí la puerta de la habitación de invitados —donde ella se estaba quedando—, y me volvió el alma al cuerpo al encontrarla dormida. Me senté a su lado y acaricié su cabello grisáceo, disfrutando tenerla cerca.

Ella abrió sus ojos, tan castaños como los míos, y me miró un poco confundida. Enarcó sus cejas, y sus labios teñidos con resto de pintura roja se fruncieron.

—¿Gennaro? —preguntó.

Cuando escuché el nombre de quien se suponía era el padre de mi mamá, me tensé. Era un nombre que de forma tácita estaba prohibido en casa desde que tenía memoria.

—No, nonna. Soy yo. —Le sonreí, acariciando su mejilla con suavidad.

—¿Andrea? —pronunció, después de examinarme detenidamente.

No me gustaba que me llamara Andrea —versión italiana de mi nombre—, mucho menos en público, porque sabía que quien no entendiera, podía comenzar a tomarme el pelo por aquella traducción. De todas formas lo dejé pasar, dado que lo único importante fue que ella logró reconocerme.

—Sí, nonna. —Deposité un beso en su frente y me percaté que no tenía su cajita de pastillas en la mesa de noche—. ¿Te tomaste tu medicamento esta mañana?

Ella me miró un poco confundida, quizás intentando recordar bien qué medicamento debía tomarse o para qué. Aunque no se lo demostrara jamás, me demolía todo por dentro verla en aquel estado.

Mi nonna había sido una mujer fuerte e independiente, ella sola levantó a sus hermanos cuando la necesitaron, y aun después de que Gennaro la abandonara, se encargó de criar a Pía y luego la ayudó a criarme a mí —dado que mi padre también había dejado el hogar, era una maldición familiar al parecer—. Ahora mi nonna, con sus ochenta años, padecía de episodios de demencia senil, olvidando hasta quién era yo o confundiéndome con Gennaro.

—Voy a buscar a Pía, ¿de acuerdo? —anuncié, pero ella no respondió. Parecía débil y decaída, y temí que fuera causa de la anemia.

Cuando llegué a la cocina intenté montar una olla de pasta para los dos, y justo en ese momento escuché la puerta principal cerrarse. Mamá se percató de mi expresión preocupada y enarcó una ceja.

Una sonrisa por alfajores © ✓ | (Watty 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora