39: Fuego y hielo

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Dedicado a todos ustedes por apoyar esta novela como lo hacen.

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Nos acomodamos en la grama, uno frente al otro. Coloqué un libro encima de mis piernas para poder sentarme en posición de indio con confianza —llevaba puesta mi falda escolar y no quería que por accidente Andrés viera mi ropa interior—. Dejamos los alfajores entre nosotros, así como un par de latas de refresco que compramos.

—Tienes que ayudar a Manu —insistí.

—Ya me hice suficiente al decirle que le gusta a Erica. Si me involucro más, podría ser malo para ellos —respondió Andrés.

—A lo mejor tienes razón.

—Yo siempre tengo razón.

Bufé y le saqué la lengua, mientras que él se limitó a abrir la bolsita de alfajores que había comprado para la tarde. A nuestro alrededor las hojas de los árboles comenzaban a renacer, indicio de que la primavera había empezado algunas semanas atrás. No hacía tanto frío debido a que el día había estado bastante soleado.

—¿Ya tienes pensado qué estudiarás? —preguntó.

—Composición coreográfica.

Andrés asintió y lució complacido ante mi respuesta.

—Así que al final te decantaste por bailar. Me agrada.

Mi amor por la danza lo había sembrado mi tía Teresa, quien llegó a ser profesora de tango en su época universitaria —y gracias a eso fue que mi tío Diego se enamoró de ella—. Desde que yo era pequeña, mi tía me enseñó a bailar todos los géneros posibles y me llevaba con ella a algunas de las clases que dictaba.

Yo, que no era tan elocuente, descubrí en el baile una nueva manera de expresarme, de sentir, de vivir. Era eso a lo que quería dedicarme profesionalmente.

—¿Fue muy difícil empezar la universidad? ¿No tuviste miedo?

No le admitiría que, muy en el fondo, yo sentía pavor cuando imaginaba lo que significaría empezar de cero en una universidad. En mi colegio tenía amigos, tenía mis rutinas, los profesores me apreciaban. Yo era alguien. Y ahora, dentro de un par de meses, mi vida como la conocía se iba a terminar.

—Un poco —admitió—. Por fortuna Manu y yo comenzamos juntos, así que no me sentí solo. Pero sí tuve miedo. Aún me invade de vez en cuando.

—¿Todavía?

Él asintió.

—Sabes que me cuesta concentrarme a la hora de estudiar, y algunos contenidos se me han hecho difíciles. Tengo miedo de no aprobar los exámenes y llegar al punto de tener que retirarme de la universidad.

Cuando éramos pequeños, Andrés no podía estudiar solo. A pesar de que yo era un curso menor que él, me pedía que lo acompañara al momento de hacer sus tareas —e incluso que le ayudara—, y todas las noches la señora Pía debía corregírselas. Aun así, las notas de Andrés jamás fueron excepcionales, cosa que le generaba frustración, en especial porque él siempre quiso estudiar Física, y para estudiar una carrera llena de tantos números, era fundamental que la persona los comprendiera con facilidad.

Una sonrisa por alfajores © ✓ | (Watty 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora